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El bienestar de los hijos es tema principal y recientemente se ha investigado con insistencia para descubrir en qué consiste y cómo se logra.
Los criterios de bienestar infantil se han ido acercando a razones más psicológicas y concretas, como las relaciones saludables dentro de la familia, el juego con amigos, la sensación de acogimiento y buen trato tanto en la familia y escuela.
En el Reino Unido algunos médicos de escuela, trabajando en el equilibrio mental y psicológico de los menores, han descubierto que los niños de menos de ocho años no son tan materialistas como podríamos imaginar. Lo que les hace felices, más que muchos regalos, es un clima hogareño de bienestar sosegado (sin tensión, sin estrés) donde los padres son asequibles y, además, siguen de cerca su vida escolar. Padres que se acercan a la escuela para apoyar y saber de sus hijos. Eso el niño lo valora.
Los niños necesitan ser escuchados sobre todo por los padres pero también en la escuela, en el aula, para progresar. Al ser escuchados, los niños perciben esa atención como una muestra de amor.
¿Qué es lo que, en verdad, quieren los niños?
¿Quieren los niños menores de ocho muchos juguetes? Sí, desde luego, pero valoran mucho escuelas alegres, maestros atentos, y, sobre todo, padres que les cuidan de cerca, que les miran a los ojos y les abrazan.
UNICEF está trabajando en esta dirección: lo peor es un hogar caótico e imprevisible y una escuela sin alma. Hace décadas que lo destacan algunos grandes pediatras y pedagogos: para desarrollarse, para desplegar todas sus potencialidades, para florecer en la vida, un niño necesita palabras dirigidas a él, muy explícitamente; no gritos, sino gestos de respeto y ternura.
Y si falta esta atención, los médicos señalan que crece la ansiedad y el estrés de los pequeños. Pero los niños están a veces muy solos y tristes. Naturalmente, el niño necesita atención, que le hagan caso, sentirse escuchado, expresar sus ideas, relatar sus experiencias y mostrar cómo superar retos.
Hay una frase que a todos los padres les suena conocida: "Papá, mamá, mira lo que hago". Los niños necesitan reconocimiento y muchos padres y maestros a veces no les prestan esa atención que necesitan. Lo hemos oído mil veces: "¡Cállate niño!" o "¡Ahorita no!"
La escucha activa, un gran don
Para un niño, ser escuchado es uno de los signos más palpables para saberse amado e importante. Y la escucha no se puede fingir. El niño, en su autoconcepto, necesita ser escuchado con la sonrisa, con el gesto y el asentimiento.
Entonces el niño se siente entendido, integrado en la familia (también en el aula por parte del maestro) y se da cuenta de que su voz se tiene en cuenta. Amarse es jugar, reír y hablar toda la familia.
Escucharle no es mimarlo ni consentirlo; es tenerlo en cuenta y fomentar su propia visión de las cosas. Y todo ello no es incompatible con exigirles afablemente para que ellos empiecen a ganar autonomía y conciencia de que son capaces de hacer cosas y de equivocarse también.