Una señora de edad madura y viuda desde hace años, me consultó al querer mejorar su forma de ayudar a quienes enfrentan la frustración y amargura por tantas pérdidas como las puede haber en la existencia de una persona: una enfermedad, una muerte, un divorcio, una quiebra o la soledad... Consultaba, cuando en realidad era capaz de dar profundas lecciones de vida, hablando del optimismo como una actitud necesaria para no retroceder en las dificultades, y cuya ausencia, puede causar severa ceguera psicológica y espiritual.
Pronto pude apreciar que ella es el testimonio vivo de que callar lo negativo y cultivar un sano buen humor. Es, sin duda, una manifestación de elegancia y fortaleza que aporta a la convivencia diaria una vital bocanada de oxígeno, sobre todo para quienes ella trata en una situación de mucho sufrimiento. Casi siempre lo consigue, aun cuando ella misma se encuentra en lucha contra el cáncer, superando con mucho las expectativas de vida que le dieron tras él diagnóstico inicial.
Al hacerle algunas preguntas vino espontáneo su evidente “secreto”.
“A mí el buen humor, el optimismo, los buenos recuerdos y el ser agradecida me han conservado con vida más que las medicinas y la quimioterapia, luchando por ver siempre el lado bueno de las cosas” —afirmó categórica.
En mi caso, el lado bueno de mi enfermedad me ha enseñado a ser paciente, menos impulsiva y más reflexiva, lo que me ha permitido aprovechar el tiempo con verdadero sentido y de esa forma no temer a las frustraciones, pues más que el tratar de evitarlas, mi verdadero reto ha consistido en controlarlas, para avanzar más fuerte y más libre.
Y ese es el mensaje que deseo llevar con mayor eficacia.
Es así porque con frecuencia trato con personas que no saben reponerse de sus pérdidas y caen en la frustración. Entonces lo que hacen es desahogarse con humor despiadado que nace del resentimiento con la vida en general. Y por ello se ceban en el mal del prójimo. Se alegran o mofan de su caída, encuentran satisfacción en humillarle o verle abajo a veces por afán de venganza; otras veces es un modo de ponerse por encima. Y siempre desde la impotencia de propia frustración y amargura.
Para mí —prosiguió—, es el lado triste y cruel del humor, un mal muy extendido, cuyo mayor exponente se puede encontrar en las redes sociales. Estas, insensiblemente, promueven la ausencia de la comprensión, generosidad y piedad por los fallos y flaquezas de la gente. Ello pone en evidencia que los rencorosos, resentidos y superficiales no saben reír desde el corazón con un sano sentido del humor.
En este punto, ambas estuvimos de acuerdo en que bien se puede decir: “Dime de qué ríes, y te diré quién eres”.
Entonces, reafirmamos que cultivar un sano optimismo si bien no resuelve los problemas, sí les quita una importante dosis de amargura que posibilita encontrar nuevas formas de reír, así como enfrentar con mayor lucidez las dificultades. Mientras que los sentimientos de frustración y resentimientos, solo abaten la inteligencia y la buena voluntad.