Cuando nació, Helen no estaba destinada a nada especial. Era una niña normal que había nacido en una familia normal de los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX. Pero una enfermedad la dejó, antes de cumplir los dos años, ciega y sorda para siempre. Nadie pensaba que sobreviviría pero ella luchó, lloró, se rebeló y demostró que el ser humano es capaz de superar todas las barreras. Helen Keller es un claro ejemplo de superación. Nacida el 27 de junio de 1880 en una pequeña ciudad de Alabama, Helen llegó a este mundo rodeada de hermanos y del cariño de sus padres. Pero cuando tenía poco más de dieciocho meses de edad, sufrió una enfermedad que podría haber sido meningitis o escarlatina. Helen, contra todo pronóstico, superó las altas fiebres pero su cuerpo quedó dramáticamente mermado. A los pocos meses, su madre se dio cuenta de que Helen no respondía a los estímulos sonoros ni visuales. Ella misma se enfadaba por no poder comunicarse de manera normal con los suyos.
La primera persona que la ayudó, aún sin saberlo, fue una niña, la hija de la cocinera de los Keller con quien compartió un lenguaje de señas que le permitió comunicar alguna cosa. Sin embargo, como ella misma relató, durante casi seis años “vivió privada del menor concepto sobre la naturaleza o la mente, la muerte o Dios”.
Fue su madre quien se negó a ver a su pequeña aislada del mundo y buscó la mejor solución para ella. En 1886, la familia pidió consejo al doctor Julian Chisolm quien les puso en contacto con Alexander Graham Bell, quien por aquel entonces trabajaba e investigaba para mejorar la situación de los niños sordos.
Bell acompañó a los Keller en la búsqueda de la mejor solución para Helen quien terminó ingresando en un colegio para ciegos de Boston. Allí, en 1887, conocería a la mujer que se convertiría en su compañera, su guía y su luz. Anne Sullivan fue contratada como institutriz de Helen con quien se volcó en cuerpo y alma hasta conseguir que aprendiera a comunicarse, a escribir en Braile e incluso a llegar a emitir algunos sonidos a partir de la identificación de las vibraciones de la garganta.
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De la frustración inicial por saber de su terrible barrera comunicativa, Helen, gracias a la paciencia y entrega de Anne, pasó a asumir la férrea voluntad de superarse a sí misma. No dejó de estudiar en distintas instituciones hasta llegar a graduarse en la universidad convirtiéndose en la primera persona sorda y ciega en conseguirlo.
Helen Keller demostró al mundo que nada podía frenar sus ansias de saber y de continuar luchando no sólo por ella misma sino también contra las injusticias del mundo. Se implicó en la defensa de los derechos civiles, de las mujeres y de los más desfavorecidos y recorrió decenas de ciudades de varios continentes exponiendo su ejemplo de vida y recaudando fondos para distintas instituciones de ayuda a personas con deficiencias sensoriales.
Siempre de la mano de su fiel Anne quien permaneció a su lado hasta su muerte en 1936. Helen aún le sobreviviría varias décadas en las que continuó su labor incansable y escribió varias obras autobiográficas en las que dio testimonio de su vida excepcional escribiendo palabras tan hermosas como estas:
“Si de algo vale mi humilde testimonio, cuánto me alegrará saber que mis palabras han ayudado a otros seres a tener una interpretación más dulce de la presencia de Dios y una satisfacción más profunda en vencer las dificultades ambientales. En mi camino, erizado de obstáculos desalentadores, oigo voces animadoras que me susurran desde el reino espiritual. Ardo con el santo fervor que brota de las fuentes del Infinito. Me emociono con una música que vibra al unísono con el latir de Dios. Unida a soles y planetas por cordones invisibles, siento en mi alma la llama de la eternidad, percibo el caer de lluvias etéreas en el aire cotidiano, soy consciente del esplendor que vincula todas las cosas de la tierra a las del cielo. Emparedada entre el silencio y la oscuridad, poseo la luz que centuplicará mi visión cuando la muerte me libere.”
En 1961, Helen Keller sufrió un derrame cerebral que empezó a mermar su salud física que le obligó a ir dejando la vida pública hasta que se retiró en su hogar de Connecticut donde falleció mientras dormía el 1 de junio de 1968.