El monasterio de Nuestra Señora de Qannoubine ofrece silencio y espacio para escuchar esa discreta y tranquila voz de DiosSilencio. La quietud del aire en lo hondo del valle de Qadisha crea una paz profunda en el alma a todo aquel que entra. Carente de todas las distracciones de un mundo que domina y controla todos nuestros pensamientos, la paz del valle envuelve a quienes buscan su silencio, ofreciendo libertad de la tiranía del ruido que ahoga la propia identidad de cada uno y también esa discreta y tranquila voz de Dios.
No es de extrañar que el valle de Qadisha haya sido el punto central del cristianismo libanés durante más de 1600 años. [Lee la Parte 1 para una introducción sobre este Valle Santo]
El monasterio de Nuestra Señora de Qannoubine
Justo debajo de la rocosa cresta, en lo alto de la cara occidental de los empinados barrancos, se asienta el monasterio de Nuestra Señora de Qannoubine, uno de los monasterios más antiguos del mundo. Los humildes comienzos del monasterio pueden rastrearse hacia el año 375, cuando no era más que una modesta cueva. De su pedregoso nacimiento surgió un laberinto de túneles, cavernas y edificios adornados con frescos centenarios y antiquísimos escritos en sus paredes.
Aunque los inicios de su historia están un poco oscurecidos por la falta de documentos escritos, hay algunas indicaciones en fragmentos de manuscritos, en pinturas rupestres y en el saber popular que, juntos, tejen el relato de algunos de los primeros monjes cristianos que se asentaron aquí para encontrar consuelo y huir de la persecución.
El nombre Qannoubine, que significa “comunidad de monjes” o “comunal”, se cree que se empleaba ya en los mismos orígenes del monasterio. Se sospecha que la referencia a Nuestra Señora también nació en ese momento, pero la génesis exacta del nombre sigue siendo un misterio. A pesar de todo, la centralidad de la Sana Madre para el monasterio es innegable, como manifiesta su quizás más hermoso fresco, el de la Coronación de Nuestra Señora de Qannoubine por la Santísima Trinidad, ubicado en la iglesia principal.
Allá por el siglo XV, la singular localización del monasterio y su posición fácilmente defendible hacían de él una especie de “palacio fortaleza” para los patriarcas maronitas, que perduraron hasta bien entrado el siglo XIX. Además de ofrecer cobijo frente el clamor del mundo, se convirtió en un refugio contra posibles atacantes. Se excavaron muchos túneles secretos a través de la roca, ligando cuevas y rutas de escape para la improbable ocasión en que un patriarca necesitara ser protegido.
En torno al año 1830, el monasterio se dividió con un gran muro para permitir a las mujeres religiosas convivir junto a los hombres. Actualmente, su cuidado y conservación depende en gran medida de una comunidad de monjas antonianas. Las monjas garantizan que el monasterio mantenga su identidad y rica historia, al tiempo que dan un cálido recibimiento a los peregrinos de todo el mundo que vienen a visitar, rezar y disfrutar de la soledad y el silencio mientras meditan sobre las vidas de aquellos cuya fe les guio hasta este lugar tantísimos siglos atrás.