En el dolor físico existe de forma indudable sufrimiento, sin embargo, este no lo agota. Sufrir es un fenómeno mucho más complejo.
Se podría definir el sufrimiento como una carencia de bienestar, mientras que un estado moderado de dolor físico no siempre se puede catalogar como sufrimiento propiamente dicho.
Te pongo un ejemplo, el dolor del parto en la mujer. Una vez que nace el bebé, la experiencia negativa queda totalmente olvidada y se transforma en una fuente inagotable de alegría.
Lo mismo pasa con la sensación de hambre. Cuando se sacia, queda una sensación de alivio que posee sentido y de esta forma el individuo experimenta un sentimiento de felicidad completado por el mismo acto de comer.
El dolor físico se transforma en verdadero sufrimiento, cuando desborda parcial o totalmente la experiencia humana. Pasa de la coherencia al sin sentido.
Por esta razón el temor a sufrir ya es en cierta forma un sufrimiento y la carencia de obtener una respuesta lógica a la pregunta de por qué sufro, constituye el punto culminante del sufrimiento humano.
Todo individuo tiende a buscar constantemente una realización personal que el propio sufrimiento de la enfermedad le niega.
Lo verdaderamente trágico es la ruptura interior que produce la enfermedad en el paciente que siente que queda impedido de realizar su propio destino, y padecer es el corolario obligado de lo expresado con anterioridad.
En este sentido, solo una dimensión trascendente, espiritual, puede realmente dar sentido a una vida que aparentemente no encuentra una lógica meramente humana a su existencia.
Si se define el bienestar como un hecho feliz o afortunado, como un estado de satisfacción personal del espíritu, como comodidad o una forma de vivir a gusto, se puede comprender cómo en las sociedades occidentales, el bienestar con frecuencia constituye el punto cumbre de la aspiración personal.
Por esta razón su carencia se considera frecuentemente como sinónimo de dolor o de sufrimiento.
En esencia, el sufrimiento deja de serlo en cierta forma cuando alcanza un sentido, se minimiza, se atempera.
Lo contrario lleva a la desesperación que se podría enmarcar en el verdadero "sin sentido" y por ende también en la antítesis de lo natural.
La única manera de superar el sufrimiento y de convertirlo aún en alegría es por tanto encontrarle un sentido.
El paciente sufriente deberá, con la ayuda de su riqueza interior y con la de su facultativo, ser capaz de convertir en aliado el sentido de su dolor; este será sin lugar a dudas el mayor reto de la persona que padece una enfermedad.
Pero ¿cómo convertir en aliado algo que es antinatural?
Sufrir sin consuelo equivaldría a decir sin sentido. Es la explicación lógica de por qué se padece con verdadero sufrimiento pleno. Sólo dándole sentido pleno, se podrá superar este sufrimiento, que forma parte de la vida.
Pero el sufrimiento pleno alcanza su mayor expresión cuando se está ante el sufrimiento moral, por la sencilla razón de que en el padecimiento físico cuando desaparece y ha terminado el dolor, queda una sensación de alivio que se puede incluso transformar en alegría y paz.
Sin embargo, el sufrimiento moral, aun cuando desaparece, deja siempre huellas indelebles que continúan siendo todavía objeto de pesar.
El mérito de aceptar de forma libre el sufrimiento no tiene por qué interpretarse como la acción de asumirlo voluntariamente.
Siempre quedará como algo que se deba evitar; de lo que se habla es del sinsentido del dolor y de sus características.
Es en esencia saber cómo sobrellevar de forma natural un sufrimiento, para luego aceptarlo y nunca más observarlo como un acontecimiento destructivo y generador de desesperación y de tristeza.
De nada sirve rebelarse ante la enfermedad y sus consecuencias, más aún podría ser incluso totalmente destructivo.
Cuando la enfermedad atrapa y hunde en la desesperanza al individuo, ahí está el fracaso del alivio y la mordedura estéril de su propio sufrimiento.
Por eso los médicos que tratan con seres sufrientes deberían cultivar la esperanza y la cultura del sentido del sufrimiento. Se trata de descubrir su metasentido, que es el lugar en el que el propio sentido se hace razonable.
Más aún, el sufrimiento pleno no sólo se podrá transformar de esta forma en un sentimiento con sentido pleno, será también posible y aun necesario poder alcanzar en él la verdadera alegría.