Durante el embarazo y en los primeros años del bebé, los padres reciben mucha información sobre cómo ser papá y mamá. En el kiosco hay montones de revistas y en internet muchos recursos sobre alimentación, salud, organización del tiempo, relaciones de pareja… Las empresas infantiles van como locas recabando bases de datos para luego promocionar cochecitos de bebé, papillas, chupetes, ropa infantil…
Los bebés crecen rápido (todo el mundo coincide en que ¡el tiempo vuela!) y muy pronto los papás se encuentran en una fase parecida a la del Llanero Solitario. Un desierto, un sol abrasador y allá al fondo un pistolero llamado hijo (o hija) que contínuamente da sustos:
- Llaman del colegio para decir que ha suspendido cinco asignaturas y no se lo explican y él no te lo había comunicado.
- Una noche llega tan tarde a casa que estás a punto de la taquicardia.
- Ves que sus amigos llevan brazo y media espalda llena de tatoos.
- Le has regalado unos vaqueros que te costaron a precio de seda y ves que les hace un par de agujeros deshilachados en la pernera.
“Nadie nos ha preparado para esto”, decía
, un periodista con gran sentido del humor que de la noche a la mañana se vio padre de familia numerosa y se hizo famoso por sus conferencias sobre temas de familia. “Llegas a casa y, mientras el pequeño te mira con cara de admiración, el adolescente pone cara de que te odia profundamente“, ese es el contraste permanente, explicaba según su propia experiencia.A los hijos uno les da todo: su vida, su tiempo, sus mejores esfuerzos, su dinero, su figura. Por los hijos las mamás dejan de usar su talla habitual y pasan a ser curvies. Los papás comienzan a sufrir alopecia o les aparece el pelo blanco con los primeros sufrimientos por llegar a fin de mes. Y cuando uno ya ha forjado una larga lista de sacrificios, se encuentra con que el hijo o hija les devuelve todo eso en forma de patada donde más duele: le han expulsado del instituto o de un club deportivo, ha pasado por comisaría porque se metió en un lío de noche…
Uno se pregunta: “¿Vale la pena tanto sacrificio?”. La respuesta, a pesar de todo lo que hemos dicho, es un rotundo sí.
La misión más grande de tu vida
Educar a los hijos posiblemente sea la misión más grande que vas a tener en tu vida. Piénsalo y compáralo. Es más importante que haber pisado la Luna, que haber descubierto la penicilina y que haber inventado la bombilla eléctrica.