Después de tantos momentos y consejos invertidos en formar a los niños, a veces piensas si esto lleva a alguna parte, sobre todo en la adolescencia. ¿Vale la pena tu sacrificio?Durante el embarazo y en los primeros años del bebé, los padres reciben mucha información sobre cómo ser papá y mamá. En el kiosco hay montones de revistas y en internet muchos recursos sobre alimentación, salud, organización del tiempo, relaciones de pareja… Las empresas infantiles van como locas recabando bases de datos para luego promocionar cochecitos de bebé, papillas, chupetes, ropa infantil…
Los bebés crecen rápido (todo el mundo coincide en que ¡el tiempo vuela!) y muy pronto los papás se encuentran en una fase parecida a la del Llanero Solitario. Un desierto, un sol abrasador y allá al fondo un pistolero llamado hijo (o hija) que contínuamente da sustos:
- Llaman del colegio para decir que ha suspendido cinco asignaturas y no se lo explican y él no te lo había comunicado.
- Una noche llega tan tarde a casa que estás a punto de la taquicardia.
- Ves que sus amigos llevan brazo y media espalda llena de tatoos.
- Le has regalado unos vaqueros que te costaron a precio de seda y ves que les hace un par de agujeros deshilachados en la pernera.
“Nadie nos ha preparado para esto”, decía Carles Capdevila, un periodista con gran sentido del humor que de la noche a la mañana se vio padre de familia numerosa y se hizo famoso por sus conferencias sobre temas de familia. “Llegas a casa y, mientras el pequeño te mira con cara de admiración, el adolescente pone cara de que te odia profundamente“, ese es el contraste permanente, explicaba según su propia experiencia.
A los hijos uno les da todo: su vida, su tiempo, sus mejores esfuerzos, su dinero, su figura. Por los hijos las mamás dejan de usar su talla habitual y pasan a ser curvies. Los papás comienzan a sufrir alopecia o les aparece el pelo blanco con los primeros sufrimientos por llegar a fin de mes. Y cuando uno ya ha forjado una larga lista de sacrificios, se encuentra con que el hijo o hija les devuelve todo eso en forma de patada donde más duele: le han expulsado del instituto o de un club deportivo, ha pasado por comisaría porque se metió en un lío de noche…
Uno se pregunta: “¿Vale la pena tanto sacrificio?”. La respuesta, a pesar de todo lo que hemos dicho, es un rotundo sí.
La misión más grande de tu vida
Educar a los hijos posiblemente sea la misión más grande que vas a tener en tu vida. Piénsalo y compáralo. Es más importante que haber pisado la Luna, que haber descubierto la penicilina y que haber inventado la bombilla eléctrica.
Educar a un hijo es tener en tus manos a una personita e ir dándole el alimento del espíritu que precisa en cada momento. Has estado pendiente de él, le has orientado, has ido por delante, lo has querido y les has mostrado que es querido. Has procurado ser ejemplar en la medida de lo posible, le has transmitido de palabra y con hechos los valores en los que crees. Y lo has formado para que sea libre. Pregúntale al CEO de una empresa si su tarea es de tanta envergadura como hacer que un bebé crezca y sea libre en condiciones de administrar esa libertad.
Lo único que ocurre es que nacemos con el pecado original, ese “defecto de fábrica” que nos limita y hace que no seamos perfectos, ni nosotros ni los pequeños. Por eso a veces te cansas y te preguntas si sirve de algo educar a tus hijos. Pero es solo un pequeño de desfallecimiento, como el que sufren casi todos los grandes del ciclismo en algún momento de su carrera. No pierdas de vista la meta: la felicidad de los tuyos y la tuya propia. Y verás como cargas las pilas de nuevo y le ves sentido a cada paso que das educándolos.
Te puede interesar:
Las 7 edades de oro de una pareja