Muchas veces será necesario dejar la falsa vergüenza a un lado y reconocerlo: “Me equivoqué”. Los errores no se niegan, se asumen.
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¡Mentira! No es verdad que errar sea sinónimo de imperfección o de fracaso. Errar es una característica y derecho que solo a los humanos se nos permite desde el momento en que no somos perfectos, sino perfectibles y poseemos estos 3 maravillosos atributos: inteligencia, voluntad y libertad.
Entonces, si equivocarnos es nuestro derecho, ¿por qué duele tanto hacerlo y reconocerlo? Porque el mundo nos ha vendido la idea de que tenemos que hacer todo perfecto y que si nos equivocamos ¡cuidado! Porque eso significa que no somos tan buenos o aptos para lo que sea. ¡Ah, ese ego es a veces tan mal consejero!
El no querer cometer errores o equivocarnos va muy de la mano con una baja autoestima que nos invita, insisto, a buscar una perfección que no existe, a perseguir una excelencia con poca -o nada- rectitud de intención porque con eso pretendemos ser amados y aceptados. ¡Cómo si perfección fuera sinónimo de amor y aceptación!
Para muchos, error o equivocación significa “no eres suficientemente bueno” y, como no eres tan bueno, no eres digno de ser aceptado tal y como eres. Este tipo de pensamiento pesa muchísimo, además de lastimar el corazón.
Al contrario, pienso que el reconocer los errores nos hacen más humildes y mejores personas. Además de que, siendo sinceros, se aprende más de ellos que de los aciertos. Si nos equivocamos ¡no pasa nada! Y si pasa, pues a asumir las consecuencias.
La vida se lleva más ligera cuando nos damos el permiso de equivocarnos, de reconocerlo y de pedir perdón cada vez que sea necesario. Eso sí, hay que aprender la lección. Si no la aprendemos, entonces sí que sería un error grave.
Lo más importante es que cada uno, de acuerdo con sus capacidades personales, haga lo que buenamente pueda. Y así viva con dignidad, sin escándalos, cara a Dios, siempre con la verdad por delante. Sí, somos imperfectos y no vamos a cometer un error, sino muchos, muchísimos. ¿Y? Date el permiso de ser imperfecto, de equivocarte y de aprender. Suelta la máscara de la perfección porque pesa.
De verdad, cuando aceptamos que podemos cometer errores el alma descansa. ¡Como si un costal de piedras se nos quitara de la espalda!
Atrévete a ser tú mismo y haz lo que quieras, aunque temas equivocarte. La única condición es que ese “hacer” no atente contra tu dignidad como persona y de hijo de Dios. Cuando tengas dudas entre hacer y no hacer por miedo a errar, siempre haz. Porque si te equivocas, te quedará la experiencia y si no lo haces te quedará la frustración y la duda.
Dejemos de ser tan duros con nosotros mismos y démonos permiso de ser humanos. La buena noticia es que aunque nos equivoquemos, ¡todo pasa!
Si nos caemos, nos levantamos; si nos equivocamos, aprendemos la lección y la próxima vez seremos más cautelosos a la hora de elegir o al tomar decisiones. Total, lo que no nos mata nos fortalece.