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Oración de san Alfonso María de Ligorio al Santísimo Nombre de María

MARY WITH CHILD
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Maria Paola Daud - publicado el 11/09/18
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Las glorias de María

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San Alfonso María de Ligorio por su gran amor a la Virgen María nos ha dejado un legado maravilloso con un clásico de la mariología, su libro Las glorias de María.

Alfonso lo escribió para defender las devociones marianas, que el jansenismo criticaba.

Incluye numerosas citas a favor de la Virgen María, de los Padres y Doctores de la Iglesia, y también algunos de sus pensamientos.

San Alfonso nos hace una hermosa catequesis de la vida de la Virgen y nos enseña sobre sus dogmas, para que la verdadera Madre de Dios sea venerada como corresponde.

En su libro encuentras una serie de oraciones y prácticas marianas, como esta oración dedicada al Santísimo Nombre de María:

¡Madre de Dios y Madre mía María!

Yo no soy digno de pronunciar tu nombre;
pero tú, que deseas y quieres mi salvación, me has de otorgar,
aunque mi lengua no es pura,
que pueda llamar en mi socorro tu santo y poderoso nombre,
que es ayuda en la vida y salvación al morir.

¡Dulce Madre, María!

Haz que tu nombre, de hoy en adelante, sea la respiración de mi vida.

No tardes, Señora, en auxiliarme cada vez que te llame.

Pues en cada tentación que me combata, y en cualquier necesidad que experimente, quiero llamarte sin cesar;

¡María!

Así espero hacerlo en la vida, y así, sobre todo, en la última hora,

para alabar, siempre en el cielo tu nombre amado:

“¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María!”

¡Qué aliento, dulzura y confianza, qué ternura siento con sólo nombrarte y pensar en ti!

Doy gracias a nuestro Señor y Dios, que nos ha dado para nuestro bien,

este nombre tan dulce, tan amable y poderoso.

Señora, no me contento con sólo pronunciar tu nombre; quiero que tu amor me recuerde que debo llamarte a cada instante; y que pueda exclamar con san Anselmo:

“¡Oh nombre de la Madre de Dios, tú eres el amor mío!”

Amada María y amado Jesús mío, que vivan siempre en mi corazón y en el de todos, vuestros nombres salvadores.

Que se olvide mi mente de cualquier otro nombre, para acordarme sólo y siempre, de invocar vuestros nombres adorados.

Jesús, Redentor mío, y Madre mía María, cuando llegue la hora de dejar esta vida, concédeme entonces la gracia de deciros:

“Os amo, Jesús y María; Jesús y María, os doy el corazón y el alma mía”.

Amén.

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