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¿Puede ser un bebé ilegal? Éxodo de Venezuela

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Carlos Zapata - publicado el 10/09/18
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La odisea de una pareja que partió de Venezuela y cruzó fronteras de varios países abriéndose paso para darle un buen futuro al hijo que es fruto de su unión. Víctima de una crisis sin precedentes, el niño es hoy un “indocumentado”

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“Nosotros ingresamos a Perú hace un mes sin complicaciones, pues mi esposo y yo traíamos pasaporte; pero mi bebé no. Así que cuando pasamos por Colombia, no nos dieron la Carta Andina; por lo tanto, él está ilegal. Salimos de Venezuela hace 7 meses y aún no le dan pasaporte”.

Los dramas se multiplican tan rápido como el número de venezolanos que parten de la nación sudamericana huyendo de la crisis y buscando un futuro mejor. En medio, familias separadas y otras tantas unidas a la fuerza, en un limbo de ilegalidad propio de circunstancias inéditas para América Latina.

En conversación exclusiva con Aleteia, Rosa Sandoval cuenta cómo es que su bebé acabó indocumentado tras la aventura que los llevó desde Venezuela a hasta Colombia, pasando por Ecuador con destino final a Perú.

“El niño nació en agosto, pero nosotros no pensamos salir de Venezuela. Pues yo era de las que decía que me quedaba luchando en mi país. Cuando decidimos salir, el sistema del Saime (Servicio Administrativo de Identificación, Migración y Extranjería) estaba colapsado”.

“Pedimos cita a finales de noviembre y fue hasta el mes de enero cuando nos avisaron para que le tomaran los datos. Lastimosamente todos los procesos del Saime se detuvieron y nos quedaban 2 opciones: que mi esposo se fuera solo, o irnos los tres pero con el niño sin pasaporte. Tras mucho pensarlo, nos decidimos por la segunda”.

“Para sellar la salida de Venezuela hicimos la cola y pasó primero mi esposo mientras yo tenía el bebé. Después nos intercambiamos”, logrando así superar los controles que les habrían bloqueado su paso a Colombia.

Una vez en la entrada del país cafetero, la joven dama que pertenecía a la Renovación Carismática Católica, repitió con su esposo el esquema e ingresó a la nación vecina.

“En el camino no tuvimos ningún problema, porque nunca detuvieron el bus. Luego llegamos a Ipiales (ubicado en la frontera entre Colombia y Ecuador), donde hicimos lo mismo”.

Pero la historia cambiaría en el puente internacional de Rumichaca: el principal paso fronterizo entre Ecuador y Colombia, situado sobre el río Carchi que originalmente era el paso oficial de frontera.

Al momento de entrar a Rumichaca decidieron exponer el caso del bebé y mostraron lo que consideraban eran “pruebas de que sufrían persecución política”, pues ella en Venezuela fungía como dirigente del partido Acción Democrática, del que fue secretaria general municipal durante 3 años, tiempo en el que recibió duras amenazas.


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“Pero el señor de Migración comenzó a gritarnos y nos devolvía los papeles tras advertirnos que el niño no podría entrar. Pedimos que nos diera una opción y nos mandó a hablar con un abogado en otra taquilla, quien tampoco quiso ver las pruebas de persecución política y nos dijo que regresáramos a Ipiales a pedir la Carta Andina para hacer el ingreso legal”.

Imposibilitados de entrar, “porque no lo haríamos sin nuestro bebé, regresamos”. Pero en Migración Colombia “nos dijeron que para darnos la Tarjeta Andina “el niño necesitaba pasaporte”.

“Claro que si tuviésemos el pasaporte del bebé, ningún sentido tendría pedir la Tarjeta Andina. Entonces decidimos entrar con el niño ilegal; y después cuando nos oficializaran la condición de asilo, arreglar la situación de nuestro hijo”. 

 

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Carlos Rodríguez-ANDES-(CC BY-SA 2.0)

 

El proceso fue largo. Eran las 2 de la madrugada y se extendió hasta pasadas las 4:30 am, con una temperatura de 2 grados centígrados, lo que afectó a la criatura: “Mi bebé se enfermó y desde ahí hasta Quito tuvo fiebre. Cuando llegamos el niño tenía 5 meses”.

Como miles, ellos no tenían idea de cómo tramitar el asilo por razones políticas, en un intento desesperado por regularizar el estatus del bebé. Así que se encomendaron a Dios y se dirigieron a Ambato, una ciudad ecuatoriana, capital de la Provincia de Tungurahua, considerada la urbe más poblada de la entidad.

“Allá vivían las personas que nos iban a recibir. Llegamos en horas de la noche. Y a la semana regresamos a Quito (capital de Ecuador) para formalizar la petición de asilo. Ahí nos dijeron que en la frontera debían haber iniciado el proceso en cuanto manifestamos que yo sufría persecución política; pero en ese entonces, Ecuador negaba la existencia de una crisis en Venezuela”.

“Nos topamos con procesos largos, complejos y engorrosos. Era muy difícil hasta ubicar información. Y comprendimos que es más complicado cuando se trata de familias. Tuvimos que quedarnos dos días más en Quito para poder hacer la solicitud y nos dieron una cita para tramitarla cuatro meses después, pero afortunadamente ya contábamos con algo que permitía la estadía del niño en el país”.


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“Mientras regresamos a Ambato, a mi esposo le dieron un trabajo de ayudante de albañil y yo comencé a dar clases por horas de Inglés en un colegio. Algo que agradezco infinitamente, porque aunque me pagaban muy poco y era difícil al no tener con quién dejar cuidando el bebé, me resultó de mucha ayuda en ese momento”.

“Debido a la inestabilidad y la tardanza en los procesos declinamos en los esfuerzos para formalizar asilo o incluso refugio, pero teníamos que reunir dinero para irnos, y casi no conseguíamos fuentes de trabajo. Mi esposo lograba trabajar por días, pero solo nos alcanzaba para pagar el alquiler, algo de comida y los pañales. A mí no me daban trabajo de docente porque necesitaba visa, y el documento que comprobaba la solicitud de asilo no lo tomaban en cuenta; entonces era muy difícil reunir dinero y salir del país”.

Actualmente están en Arequipa, Perú. “El bebé está perfectamente sano. Es muy activo e inteligente. Mi esposo trabaja en un restaurante. Yo también estoy trabajando. Me siento mucho mejor. Abrazados profundamente a Dios, seguimos en espera del pasaporte que tramitamos para el bebé“.

 

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