Recientes estudios muestran la importancia de la dopamina en el comportamiento de los jóvenes
Daniel J. Siegel enseña psiquiatría clínica en la Universidad de California en Los Angeles, donde dirige el Mindsight Institute. Se ha vuelto famoso a nivel internacional por sus investigaciones sobre el desarrollo del cerebro en los adolescentes. Que el cerebro no es sólo un conjunto de neuronas (¡90.000 millones!) determinado por el nacimiento como mucho en los primeros años de vida, es un descubrimiento relativamente reciente.
¡Cuántas neuronas!
Cada año se publican miles de artículos sobre la “plasticidad cerebral”, es decir, sobre la modificabilidad del cerebro, y está muy difundida la convicción de que, aunque sea en pequeña medida, la plasticidad se mantiene incluso en edades avanzadas, a causa de la presencia de células madre que, aunque sea parcialmente, siguen sustituyendo las neuronas dañadas, pero sobre todo porque la dotación de neuronas que tenemos al nacer modifica continuamente su propia red en función de las experiencias y de las relaciones sociales.
Cuentan las neuronas, cierto, pero cuentan mucho más la forma como se conectan entre sí – el llamado conectoma – y en ella influyen fuertemente las circunstancias de la vida: ambiente, alimentación, juegos, conocidos. El “cableado” del cerebro humano es casi 100.000 kilómetros de largo: el National institutes of health de Estados Unidos está haciendo el mapa.
Daniel Siegel ha concentrado su atención en los años de la adolescencia, de los 12 a los 24 – desde hace poco sabemos que hasta los 24 el cerebro no está completamente formado – y ha descubierto que en este periodo, bajo la acción de la dopamina, tienen lugar en el cerebro de los jóvenes cambios cruciales, confirmados por todos los estudios más recientes.
Todo sobre la dopamina
¿Cómo gobernarlos? No es casualidad que, entre los neurotransmisores que actúan en nuestro sistema nervioso, la dopamina sea el más estudiado en los últimos veinte años, también porque la dopamina es la molécula clave en el Parkinson, una enfermedad neurodegenerativa cada vez más difundida.
La dopamina se produce en varias zonas del cerebro (en la substantia nigra, en el area tegmental ventral, en el hipotálamo) y se acumula en el telencéfalo, en la amígdala – sede de reacciones primarias como el miedo – y en la corteza, la parte más evolucionada del cerebro humano.
Lleva a cabo muchas funciones: como hormona, inhibe la producción de prolactina, en el sistema gastrointestinal bloquea las contracciones del vómito, en el sistema cardiocircolatorio aumenta la frecuencia de los latidos del corazón y la presión sanguínea; en el cerebro actúa sobre el sueño, el humor, la atención, la memoria inmediata (la que retiene los datos sólo el tiempo necesario para su uso inmediato), el aprendizaje, la gratificación sexual.
Más en general, la dopamina es la molécula del placer que interviene en el mecanismo de los estímulos que producen motivación y recompensa: no solo la actividad sexual, sino también el deporte, los alimentos apetitosos, las bebidas dulces o alcohólicas, las sustancias estupefacientes. Y es precisamente este mecanismo de la recompensa el que asume un papel fundamental en la “construcción” del cerebro de los adolescentes.
Necesidad de gratificación
“Durante la adolescencia”, explica Siegel, “se intensifica la actividad de los circuitos cerebrales que utilizan la dopamina desencadenando el impulso de buscar gratificaciones. A partir del inicio de la adolescencia, y con un pico a mitad de esta fase, el aumento de la producción de dopamina lleva a los jóvenes a ser atraídos por experiencias electrizantes capaces de dar sensaciones de euforia“.
Pero aquí hay una paradoja a tener en cuenta: los estudios científicos han comprobado que durante la adolescencia, el nivel de base de la dopamina es inferior respecto al típico en otras fases de la vida, pero que su producción como reacción a las experiencias es mayor.
“Esto nos permite entender el motivo por el que los jóvenes se aburren en seguida si no se dedican continuamente a actividades estimulantes y siempre nuevas. El aumento espontáneo de la producción de dopamina que se produce al participar en estas actividades comunica a los adolescentes un potente empuje vital, pero puede llevarles a concentrarse exclusivamente en las gratificaciones positivas que consideran seguras, prestando menor atención y dando menos importancia a los potenciales riesgos de las experiencias que están haciendo”.
Es importante conocer el mecanismo de la gratificación por dopamina, porque de él dependen las tres principales características de la adolescencia: la impulsividad, la mayor predisposición a las dependencias y la llamada “hiper-racionalidad” (que tiene como consecuencia un tipo particular de comportamiento irracional).
Impulsividad y dependencias
La impulsividad está provocada por la búsqueda instintiva de estímulos distintos: renunciar al impulso es frustrante, ceder a él es gratificante. La dopamina inclina la balanza a la parte de la impulsividad. Por esto, especialmente los varones, durante la adolescencia se lanzan a experiencias peligrosas (conducir a gran velocidad, hacer bungee jumping, practicar deportes extremos) y las estadísticas colocan en esa franja de edad el mayor número de incidentes, quizás mortales, e incluso suicidios.
Para superar esta fase de la adolescencia es bueno favorecer un proceso de maduración que, si no hay un exceso al incentivar el mecanismo de la dopamina, tiene lugar espontáneamente: “La impulsividad puede ser frenada por la intervención de ciertas fibras nerviosas. capaces de crear un espacio mental entre impulso y acción, y es precisamente durante la adolescencia cuando estas fibras reguladoras empiezan a desarrollarse para contrastar la producción de dopamina.
Nace así el control cognitivo, o sea, la capacidad de insertar una pausa de reflexión entre el impulso y la acción”. Es una cuestión muy delicada de equilibrio entre libertad e inhibición.
La impulsividad lleva a la exploración de lo desconocido, y la tendencia a la exploración propia de los jóvenes es esencial para dar espacio a su creatividad, que constituye un auténtico patrimonio colectivo: en el campo artístico, científico, social, las innovaciones y por tanto el progreso vienen sobre todo de las generaciones más jóvenes.
Pero entre los riesgos del impulso a la exploración está el de acercarse a las drogas. Dado que las sustancias capaces de crear dependencia comportan la producción de dopamina, el mecanismo se autoalimenta: el aumento de dopamina induce a exploraciones arriesgadas, y la exploración puede llevar a sustancias estupefacientes que hacen crecer el nivel de dopamina. Este círculo vicioso permite comprender por qué es tan difícil salir de la prisión de la dependencia – y tan fácil entrar.
Entre las sustancias que desencadenan el sistema dopaminérgico están también los alimentos que producen un rápido aumento de los azúcares en la sangre (índice glicémico). Dulces, zumos de fruta, bebidas azucaradas, pero también pan, pasta, patatas, además de aumentar el índice glicémico, incrementan el nivel de dopamina, encendiendo los circuitos cerebrales de la gratificación.
En esta dinámica hay que investigar el origen profundo de algunas formas de bulimia y de la epidemia de obesidad: según la OMS, el número de personas obesas se ha duplicado desde 1980: hoy hay 1.900 millones de adultos con sobrepeso, y de estos, 600 millones son obesos. Y la obesidad es un grave factor de riesgo.
Hiper-racionalidad
Más sutil es el tercer efecto relacionado con el impulso a buscar gratificaciones típico del cerebro adolescente, y a encontrarlas en el sistema de la dopamina: la hiper-racionalidad. Esta actitud consiste en analizar las situaciones de la vida “al pie de la letra”, sin ampliar la mirada al contexto. Pero así subrayan sólo los aspectos atrayentes, mientras que permanecen en la sombra los riesgos.
“El pensamiento hiper-racional”, precisa Siegel, “no conlleva una falta de reflexión, como en el caso de la impulsividad, ni una forma de dependencia como en el caso de la comida o la droga. Es más bien un proceso cognitivo con horizonte limitado. La tendencia a tener en cuenta solo los aspectos positivos es más fuerte cuando están entre los de su edad.
En los adolescentes, la influencia y la imitación de sus compañeros son particularmente poderosas. Solo con la madurez se llega al pensamiento global: gracias a él superamos la hiper-racionalidad, empezamos a considerar el contexto y a perseguir valores positivos en los que creemos, en vez de concentrarnos solo en la búsqueda de gratificación inmediata inducida por la dopamina”.
Realidad virtual
Este discurso vale también para las relaciones virtuales. Los jóvenes hoy viven chateando, se intercambian continuamente mensajes y fotografías, “viven”en Facebook, confundiendo amistades reales y amistades ficticias. Según el Osservatorio nazionale adolescenza italiano, el 94% de los chicos y chicas utiliza Internet para estar en contacto en tiempo real con los de su edad.
Muchos jóvenes vuelven a encender el celular de noche sin que los padres lo sepan, y para no dejar trazas recurren a app anónimas como Sarahah y Kit Messenger o que, como Confide, destruyen automáticamente mensajes, imágenes y clips recién enviados.
Los gigabytes disponibles, o tener el celular sin atería, puede provocar auténticas crisis de abstinencia, porque interrumpe el ciclo de gratificación de la dopamina, alimentado en cada interscambio de imágenes y mensajes. Las jovencísimas y millonarias estrellas de la red, así como tantos blogger y youtuber tienen millones de followers, todos con síntomas de dependencia.
Pero el aspecto más grave que se desprende de las últimas investigaciones es que en los adolescentes, la modificación en sentido único de las conexiones cerebrales bajo el efecto dopaminérgico puede bloquear el desarrollo cerebral hacia la edad madura. Se quedan así como eternos adolescentes: un riesgo que familias y profesores deben absolutamente prevenir.