A propósito de la apertura del proceso para la beatificación del ex superior de los jesuitas La diócesis de Roma anunció recientemente la apertura del proceso para la beatificación del superior de los jesuitas de 1965 a 1983, padre Pedro Arrupe, conocido por sus posiciones a favor de la justicia social y la opción preferencial por los pobres.
Arrupe, vasco-español, fallecido en Roma el 5 de febrero de 1991 a los 84 años, superior general de los jesuitas en los años en que el papa Francisco era provincial de la orden en Argentina, fue el primero en la historia de la Compañía de Jesús que renunció al cargo por motivos de salud, hasta ese momento vitalicio, como el papado. De hecho, al general de los jesuitas se le llama popularmente ‘papa negro’.
Además, fue testigo en primera línea del horror de los ataques nucleares que dejaron en ruinas la ciudad de Hiroshima. El ataque nuclear fue ordenado por Harry S. Truman, presidente de Estados Unidos, contra el Imperio del Japón. El 6 de agosto de 1945 el arma nuclear Little Boy fue soltada sobre la ciudad.
Era lunes, padre Arrupe cuenta en su visita a Colombia al joven periodista Gabriel García Márquez ese momento dramático. ‘Gabo’ escribió una crónica en 1955 en el diario El Espectador, 10 años después del ataque nuclear. En el momento de la hecatombe, Arrupe ocupaba el cargo de rector del noviciado de la compañía de Jesús en Hiroshima, sobreviviente, le permitió reconstruir ese espectáculo apocalíptico que el futuro Nobel llamó: “terremoto de laboratorio”.
¡El flash!
El padre Pedro Arrupe cuenta al joven periodista colombiano que en el instante de la bomba, “después de la misa y el desayuno, se encontraba en su alcoba cuando sonaron las sirenas de alarma. Luego oyó la señal de que había cesado el peligro. El día comenzaba como siempre. En el noviciado, a pesar de la distancia, se advertía perfectamente el movimiento de la ciudad”.
Arrupe siendo español, un país neutral, continuaba en territorio japonés después de que el gobierno del Mikado había dispuesto que todos los extranjeros originarios de países beligerantes salieran de la nación.
“No había guerra en Hiroshima. Curiosamente, en una de las principales ciudades japonesas, con 400.000 habitantes, de los cuales 30.000 eran militares, no se habían conocido los estragos de una guerra internacional de seis años”.
Bomba en el jardín
“De pronto vi un resplandor como el de la bombilla de un fotógrafo”, dice el padre Arrupe. Pero no recuerda haber escuchado la explosión. Hubo una vibración tremenda: las cosas saltaron de su escritorio y la alcoba fue invadida por una violenta tempestad de vidrios rotos, de pedazos de madera y ladrillos.
Un sacerdote que avanzaba por el corredor fue arrastrado por un terrible huracán. Un segundo después surgió un silencio impenetrable, y el padre Arruple, incorporándose trabajosamente, pensó que había caído una bomba en el jardín”.
Esa experiencia marcó la vida de Arrupe, que era médico, al cambiar profundamente su visión del mundo después de haber vivido la matanza en pocos segundos de más de 240.000 personas que murieron en la explosión.
De ahí, Padre Arrupe fortaleció su misión social y fue fundador en 1980 en Roma del Servicio Jesuita para los Refugiados que ofrece ayuda a los inmigrantes e indocumentados, ahora una de las mayores preocupaciones del pontificado de Francisco.
Inmediatamente, Arrupe se alzó las mangas de su hábito para limpiar quemaduras, pieles que caían a solo tocarlas y heridas gélidas antes de supurar. Márquez cuenta que en “Hiroshima había 260 médicos, 200 murieron instantáneamente a causa de la explosión. La mayoría de los restantes quedó herida”.
Casi un milagro
“Los muy pocos sobrevivientes -entre ellos el padre Arrupe , graduado en medicina no disponía de ningún elemento para auxiliar a las víctimas. Las farmacias, los depósitos de drogas, habían desaparecido bajo los escombros. Y aun en el caso de que se hubiera dispuesto de elementos, se ignoraba por completo qué clase de tratamiento debía de aplicarse a las víctimas de aquella monstruosa explosión”.
El cronista explica un casi milagro. “Los primeros heridos auxiliados por el padre Arrupe, sin embargo, fueron favorecidos por un acontecimiento todavía no explicado: en medio de la confusión un aldeano puso a disposición del sacerdote un saco con 20 kilos de ácido bórico. Fue el primer tratamiento que se les administró: cubrir todas las heridas con ácido bórico. En la actualidad, todos se encuentran en buen estado de salud, dice el padre Arrupe, quien todavía no puede entender qué hacía un campesino de Hiroshima con 20 kilos de ácido bórico en su casa”.
Vida
Luego de la experiencia en Japón, el jesuita guió la Orden desde 1965 a 1983. Fue elegido justo en el momento de la conclusión del Concilio Vaticano II. Arrupe aplicó las aperturas aprobadas por el Concilio y su compromiso con los más pobres, que le costaron fuertes tensiones dentro y fuera de la Iglesia católica y en especialmente con el papa Juan Pablo II.
El ex general de los Jesuitas fue una figura carismática (la revista estadounidense Time le dedicó una portada). El prepósito general no tuvo vida fácil y en esos años alcanzó un récord de vocaciones para un instituto religioso masculino de 36 mil jesuitas para luego caer en 1991, año de la muerte de Arrupe de 25 mil.
En la celebración de la 32 Congregación General de la Compañía de Jesús – a la que asistieron entre otros, el joven provincial de Argentina, el jesuita Jorge Mario Bergoglio y el biblista de Turín Carlo Maria Martini, marcó para el Orden un enfoque dirigido hacia la opción preferencial por los pobres y la justicia social.
Debido a una incapacidad permanente, debido a un ictus, después de un viaje agotador en Filipinas renunció como general en 1981. Su renuncia fue aceptada por Juan Pablo II solo en 1983 con la elección del holandés Peter Hans Kolvenbach (1928-2016).
Francisco ante la tumba de su ex superior
El cuerpo del Padre Arrupe descansa en la iglesia madre de la Orden “La iglesia de Jesús”, en Roma. El papa Francisco, también jesuita, le rindió homenaje 31 de de julio de 2013, precisamente en ocasión de la memoria litúrgica de San Ignacio fundador de la Orden.
“Don Pedro”, así lo llamaban con cariño, que siempre consideraba a “sus” jesuitas “hombres para los demás”, dijo el Papa de Arrupe, quien fuera su superior general en sus años de formación y luego durante aquellos en los que fue provincial de los jesuitas argentinos.
Ahora, el Papa Francisco podría llegar a santificarlo. Sin embargo, el camino es largo y consta de varias etapas, por ejemplo la de demostrar que intercedió en dos milagros.