La impactante experiencia vital de Ciril demuestra el extraordinario poder del perdónEl sacerdote Ciril Čuš, párroco en Žetale, un pequeño municipio esloveno en la frontera con Croacia, viene de una familia tradicional católica y tiene dos hermanos y una hermana.
La primogénita de la familia murió siendo lactante. Vivían una vida muy sencilla y humilde, trabajando en una granja y sobreviviendo a base de pan, leche y agua.
La caída y el comienzo del alcoholismo
Su padre trabajaba como obrero en la construcción. Por desgracia, cayó desde una altura de cinco metros y pasó un mes en coma.
La caída influyó mucho en su comportamiento y desde aquel momento empezaron sus problemas con el alcohol. Se volvió muy agresivo.
Le abrió la cabeza a Ciril 14 veces con un objeto romo entre los 7 y los 10 años del niño: “Cuando tenía 10 años, tenía que llevar una gorra en el calor del verano para que la gente no notara las heridas en mi cabeza”.
Cuando su padre estaba sobrio era un hombre maravilloso que enseñaba mucho a sus hijos. Pero cuando se emborrachaba, lo más seguro para todos era dejarlo completamente a solas.
Ciril tuvo que huir varias veces a través de la ventana y pasó muchas noches en el granero. Temía el momento de irse a dormir porque sufría terribles pesadillas. También tenía dificultades en el aprendizaje y terminó la escuela a duras penas.
¿A dónde podría huir?
“Cuando tenía 10 años mi vida perdió el sentido. Quería suicidarme, pero algo me detuvo”.
A los 12, ya no recibía ningún dinero para ir a la escuela, así que empezó a trabajar en una propiedad recogiendo fresas, cerezas, manzanas, setas y castañas.
Con 14 quiso huir de casa porque ya era incapaz de ver propósito alguno en la vida, pero no tenía adonde huir. “Muchas veces me daba palizas, todo lo que yo hacía estaba mal, siempre tenía miedo de mi padre”.
Después de la escuela secundaria, consiguió un trabajo y se mudaron a una vieja casa en la ciudad de Rače.
“Mis amigos por entonces eran las ratas y ratones. Pero de lunes a viernes estaba bien, mientras que en casa había un auténtico infierno”.
Tenía mucho tiempo libre, así que visitaba la biblioteca local, donde empezó a leer la Biblia. “Cada día que pasaba me atraía más la palabra de Dios”.
Abandono
Ciril ya no iba a la iglesia. “Era muy callado, triste, hacía lo posible por evitar a las personas. Me sentía abandonado, indeseado, y todo esto tuvo un gran impacto sobre mí”.
Por curiosidad, viajó a Medjugorje, pero no se sintió especialmente conmovido. Sin embargo, hizo una buena confesión. Al volver a casa se sintió en paz, pero no sucedió nada extraordinario.
Preciosa comprensión
Cierto domingo, Ciril recibió la visita de un colega peregrino de Medjugorje. Lo llevó al grupo de oración de la Renovación Carismática Católica.
“Todos allí levantaban las manos para alabar al Señor. Pensé que estaban drogados, que no eran normales. Sin duda no estaba acostumbrado a aquello”. Decidió no volver a entrar en una iglesia, porque la gente allí era “del todo anormal”.
Sin embargo, su amigo lo llevó allí de nuevo y, como hacía mucho frío fuera, a Ciril no le quedó otra que entrar en la iglesia.
Allí escuchó a una mujer hablar sobre su marido, que la golpeaba y la engañaba con otra, pero ella fue capaz de perdonarle.
“Por primera vez en mi vida comprendí cuál era mi mayor problema: no era capaz de perdonar a mi padre. Estaba tan enfadado que incluso me planteé matarle”.
El primer rosario
Este testimonio lo conmovió profundamente y siguió regresando al grupo de oración cada semana. Cuando otras personas oraban por él, él lloraba como un niño pequeño y sus heridas comenzaron a sanar.
Para poder perdonar, el sacerdote le sugirió que rezara. Todos los días rezaba un rosario por su padre. Durante este tiempo su padre entró en rehabilitación pero no mejoró. Se volvió aún más agresivo.
Una promesa sagrada
“Quería que Dios hiciera algo con mi vida. Esta era la única oportunidad que podía ver para mí”. Rezó el rosario ante la cruz, de rodillas.
Dice que esto fue increíblemente difícil y que solo pudo hacerlo porque hizo una promesa solemne a Dios de que rezaría hasta que pudiera perdonar a su padre.
“Para mí, esta fue una promesa sagrada. No quería romperla. La mayor parte del tiempo fue realmente difícil, no pude ver ningún cambio. Todo parecía tan inútil…
No tenía ganas de rezar, sentía que haría mejor viendo la tele o yendo a la discoteca”. Pero, como más tarde descubrió, estaba a solo un paso de solucionar sus problemas.
Dos rosarios
Pasado año y medio, se dio cuenta de que solo con la oración no era suficiente, que tenía que ir a su padre a decirle que le perdonaba.
“Luchaba contra mí mismo, luchaba con Dios, Le decía que yo no era capaz de perdonar. Pero un mes más tarde recibí misericordia de Dios y fui capaz de acercarme a mi padre y estrechar su mano”.
Sin embargo, nada cambió, no hubo perdón mutuo, lo cual sumió a Ciril en una profunda crisis espiritual. Desde aquel momento, rezó dos rosarios al día en vez de uno.
Superó su miedo
Después de tres años de rezar rosarios, se dio cuenta de que tenía que decirle a su padre cuánto lo amaba.
Inicialmente, se resistió al impulso, y luego le pidió al Señor que sanara su corazón de cualquier falta de amor hacia su padre.
“Así es como creció mi fe. No tenía ni valor ni misericordia para abordar a mi padre directamente. Seguía teniendo visiones en mi cabeza sobre lo mal que me había tratado”.
Recibió más misericordia y se acercó de nuevo a su padre. Le dijo que había estado muy furioso con él. Se disculpó por todo lo que había hecho mal. Le dijo que era su único padre y que lo quería mucho.
La prueba más dura
“Fue en ese momento cuando comenzó el peor sufrimiento de mi vida. Mi padre agarró un cuchillo y dijo: ‘¡Te mataré como a un cerdo!’. Corrí a mi cuarto y mi padre fue al garaje para buscar la motosierra y matarme.
Por primera vez en mi vida me puse delante del crucifijo en la pared y comencé a dar gracias al Señor: Jesús, gracias por darme un padre así, un alcohólico, gracias por ser yo tan indigno”.
Y escapó por la ventana.
Tres rosarios
A partir de entonces, las palabras de su padre ya no le herían. Pero todavía no había perdón. Comenzó a rezar tres rosarios al día.
Su padre entró en rehabilitación por cuarta vez, pero escapó al cabo de unas horas. Una vez más, intentó atacar a su familia con un hacha.
Después de rezar tres rosarios al día durante nueve meses, Ciril pensó: mi amor no se ha manifestado en hechos. “Supe entonces que tenía que darle un abrazo a mi padre”.
Por entonces, su padre bebía una botella de un litro de licor todos los días, a veces ni siquiera regresaba a casa.
Luego sufrió cirrosis hepática, tos con sangre; los psiquiatras dijeron que tenía que tomar la decisión por sí mismo y los médicos le dijeron que solo le quedaba un mes de vida.
El poder del perdón
“Quise perdonarle antes de que muriera. Un día, después de rezar, fui a ver a mi padre cuando volvía del bosque. Siempre había tenido miedo, pero en ese momento me sentí en paz.
Estreché su mano, lo miré a los ojos, le dije que lo perdonaba, que lo sentía todo y que le quería. Sostuve su cabeza cerca de mi corazón. Fue la primera vez en mi vida que abracé a mi padre”.
A partir de ese momento, su padre dejó de beber y la paz volvió a la familia. “Sus ojos se abrieron y quiso arreglarlo todo. Por primera vez en nuestras vidas los niños veíamos al padre abrazando a la madre; lloramos lágrimas de alegría. Nos dijo, a sus hijos, que nos amaba”.
Vivió otros 16 años.
La paz y la dicha tras el perdón
“En cuanto perdoné, estaba feliz, alegre. Este encuentro real con Dios es más poderoso que cualquier odio, maldición, sufrimiento o angustia”, dice Ciril. Tampoco dejó de rezar, nunca.
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Campeón nacional de kickboxing
Comenzó a practicar karate en la escuela secundaria. Ganó el campeonato nacional de kickboxing y se convirtió en entrenador de kung fu. Hizo todo esto porque su padre lo despreciaba.
Por un lado, Ciril quería probarse a sí mismo, y por otro, quería ser capaz de protegerse. “En realidad estaba buscando mi propio reconocimiento. Siempre me habían abandonado. Había llevado la palabra ‘abandonado’ en mi corazón durante 34 años”.
“Era un adicto a las artes marciales. Gané el campeonato nacional, me aceptaban. Trabajé como portero en la discoteca local. Fui a la escuela para convertirme en guardaespaldas. Estaba lleno de vanidad”.
“Si alguien me abandona hoy, es su problema. Ya no es mi problema”.
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¿El sacerdocio? Para mí no, gracias.
Pero el camino de Ciril fue más allá. Siempre había querido una gran familia. Él y su novia de muchos años planeaban iniciar una, pero de repente sintió que ese no era su camino. Nunca se había planteado ser sacerdote, ya que apenas terminó la escuela secundaria.
Cuando el Señor lo llamó, él dudó, quería señales concretas para hacerse sacerdote. Las recibió y tomó la decisión.
Durante sus estudios a menudo se sentía angustiado, pensaba que no sería capaz de arreglárselas. No se sentía capaz de hacerse sacerdote. Pero su vocación era más poderosa que cualquiera de sus dificultades.
Hoy puede dar testimonio
Hoy es consciente de que tuvo que recorrer ese camino de sufrimiento para poder entender a las personas que pasan por experiencias similares.
Su vida puede dar un poderoso testimonio. Viaja mucho alrededor del mundo, dando testimonio de su experiencia de perdón.
“Si no perdonamos, impedimos que la bendición de Dios entre y Dios no puede obrar en nosotros. El perdón significa establecer una nueva relación con otra persona. Y ese es un gran regalo de Dios”.
“Pero cada uno tiene su propio camino. Jesús proveerá misericordia cuando lo vea necesario. A veces lleva mucho tiempo. Si Jesús me hubiera concedido misericordia después de dos semanas, quizás me habría convertido en el mismo de siempre. Pero después de tres años estaba feliz de rezar. Y cuando llegó el perdón no dejé de rezar”, resume Ciril.