“Lo esencial es indefinible”, decía Borges
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Me gusta mirar a Dios que son tres personas. Quiero ser hijo con el Padre. Hermano e hijo con Jesús. Y quiero ser vasija inundada por el agua del Espíritu.
Me gustaría saber definir la Trinidad. Encontrar la manera para hablar de Dios Trino. Me encuentro sin palabras. Como decía J.L. Borges: “Lo esencial es indefinible. ¿Cómo definir el color amarillo, el amor, la patria, el sabor a café? ¿Cómo definir a una persona que queremos? No se puede”.
Difícil explicar cómo es ese Dios que son tres Personas. Si no fuera por mi experiencia personal no sería capaz de hacerlo.
Sólo sé que Dios se manifiesta como Padre en mi vida y me muestra el verdadero sentido de mi caminar. Ser hijo. Ser niño. Una fe filial.
Hoy escucho: “Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar:¡Abba! ¡Padre!”.
Una obediencia de niño que se abre en las manos de un Padre misericordioso. ¿No he sentido su abrazo de Padre? ¿No me he sentido niño desprotegido, llevado a la deriva, que encuentra en Él su amparo?
Sí, así ha sido tantas veces. El Dios que es Padre y se abaja para tomarme de la mano. En medio de mis caminos difíciles y las aguas turbulentas de mi lago.
Esa experiencia de un Dios paternal es la que me hace creer en ese Padre que guía mis pasos.
El hijo mayor de una familia que ha perdido a sus padres hace poco decía en el tanatorio: “Mis padres me enseñaron que a Dios no hay que comprenderlo, sino quererlo”. Me conmovieron esas palabras dichas en un momento de tanto dolor.
Tiendo a querer comprender a Dios. Quiero saber sus caminos de Padre. Desentrañar sus deseos. Descifrar sus sueños.
Y me agoto al encontrarme con un Dios que es Padre pero me parece injusto, arbitrario y lejano. Porque se desentiende de mi vida y me deja hundirme en medio de mis tormentas.
A menudo veo a personas que tienen una imagen equivocada de cómo es Dios Padre. El padre José Kentenich decía: “Tienen un concepto de padre distorsionado y un concepto de Dios distorsionado. ¿Dónde está la distorsión? En que para ellos la ley fundamental del mundo sería la justicia y no el amor”[1].
Un Dios Padre exigente, duro, intransigente, inflexible. Un Padre que espera sólo los buenos resultados de su hijo.
Un Padre que no abraza, que no es cariñoso y no se preocupa por el camino que sigue su hijo. Un Padre que pide cuentas, que exige resultados positivos. Un Dios así no es un Dios de amor.
Esa imagen distorsionada me puede venir por mi familia. Por mi experiencia más cercana de padre. ¿Cómo se puede unir un padre humano que me ha hecho daño con un Dios Padre bueno que me quiere?
Difícil llegar a creer en un Dios bueno cuando mi padre en la tierra no lo ha sido. Difícil. A veces imposible.
“La gente no tiene un concepto negativo de padre sino una vivencia negativa de padre. El niño es un ser tierno; si es tratado duramente por su padre, la vivencia que tendrá de él presentará el mismo tinte de dureza”[2].
Quiero mirar a Dios como Padre bueno. Quiero hablar de Él como ese Padre misericordioso al que le importa mi vida. Es la experiencia que yo mismo he tenido en mi camino. La de un Dios que me quiere y no me deja nunca solo.
Hablar de Él y reflejar su rostro. No sólo hablar. Ser padre, ser reflejo de una paternidad que se abaja, que ama, que busca. Un Padre Dios que no se desentiende de mi suerte. Al que quiero querer.
No pretendo comprender sus planes. No los conozco, no los entiendo. Esa fue la experiencia de los discípulos al conocer a Jesús.
Conocieron en Él al Padre. Su misericordia, su amor tangible, su preocupación constante, sus lágrimas de compasión, su mirada acogedora.
Comenta San Francisco de Sales: “Dios es Padre, Él conoce las debilidades de su hijo y, si su hijo ha caído, el Padre celestial sonríe a su débil hijo dándole ánimos para que se levante de nuevo y se apresure hacia su corazón de Padre”[3].
Es el Padre del que quiero ser un reflejo. Imagen de Cristo caminando de su mano. Así quiero vivir.
[1] Kentenich Reader Tomo 2: Estudiar al Fundador, Peter Locher, Jonathan Niehaus
[2] Kentenich Reader Tomo 2: Estudiar al Fundador, Peter Locher, Jonathan Niehaus
[3] J. Kentenich, Las fuentes de la alegría sacerdotal