Barry Levinson se recupera artísticamente en HBO con dos telefilmes protagonizados por Al Pacino y Robert De Niro Barry Levinson es uno de esos casos de cineastas que van alternando grandes éxitos (Rain Man, Good Morning, Vietnam…) con grandes fracasos (Jimmy Hollywood, Envidia…). Puede que sus películas más notables fueran las de sus comienzos, tal vez porque así las recordamos o porque ya son títulos de culto: Diner, El mejor, El secreto de la pirámide, Avalon…, todas ellas rodadas en los 80, aunque los 90 nos trajeron dos de sus obras mayores: Sleepers y La cortina de humo. Películas llenas de brío, de encanto y de personalidad.
Pero al llegar al siglo XXI Levinson perdió en parte su toque. De toda la filmografía de casi dos décadas sólo podríamos salvar, siendo poco exigentes, sus trabajos con Robert De Niro (Algo pasa en Hollywood) y Al Pacino (No conoces a Jack, La sombra del actor).
Son precisamente estos dos actores con quienes ha vuelto a recuperar el crédito en los dos telefilmes que ha rodado de manera consecutiva para HBO: The Wizard of Lies y Paterno. Le han supuesto un espaldarazo crítico. Es como si hubiera querido redimirse tras el varapalo que supuso Rock the Kasbah (que yo aún no he visto, pero que acabaré viendo aunque sea para llevar la contraria).
Ambos telefilmes, como decimos, han sido rodados para la misma cadena. En cada uno de ellos se sirve de un actor legendario, consagrado, algo que ellos utilizan como vehículo de lucimiento. Los dos cuentan historias reales que contienen algunos paralelismos: son el retrato de hombres célebres y poderosos que cayeron en desgracia, atrayendo el circo mediático y el sistema de justicia norteamericana.
Estas dos películas para televisión deconstruyen, de algún modo, la imagen de Pacino y la de De Niro: los vemos sufrir, penar, pagando por sus errores sobre todo en cuanto a cómo los mancilla la opinión pública y cómo sus familiares también acaban pagando el precio.
De The Wizard of Lies ya escribió Ramón Monedero para esta misma web. Recordemos que, protagonizada por Robert De Niro y Michelle Pfeiffer, retrataba al millonario Bernie Madoff, uno de los grandes timadores de la historia, desde el momento en que admite que va a confesar y entregarse. Escribía nuestro compañero Ramón que (…) no estamos ante un villano implacable aunque tampoco se trate, obviamente, de un héroe. Levinson se atreve a adoptar una postura intermedia. No cabe la menor duda de que Madoff cometió un error y es también palpable que pagó por ello.
Es el mismo patrón que el director adopta en Paterno: la historia de un hombre cuyos errores costaron muy caros, especialmente a su entorno. Protagonizada por Al Pacino y Riley Keough, cuenta la historia de Joe Paterno, un entrenador de fútbol americano de la Universidad de Pensilvania al que los jóvenes adoraban: gracias a él la ciudad obtuvo numerosas victorias y galardones.
Cuando uno de los miembros del equipo, el coordinador de defensa Jerry Sandusky, fue acusado de abusos sexuales a los alumnos, el nombre de Paterno salió a la palestra, suscitando varias cuestiones: ¿tenía conocimiento de los abusos?, ¿tuvo alguna sospecha?, y, si fue así, ¿por qué no lo denunció a tiempo, aunque Sandusky fuese compañero de trabajo y amigo?
Paterno fue despedido en 2011 por culpa de aquel escándalo. Levinson, al igual que hiciera con Madoff, muestra las consecuencias familiares: cómo una conducta, la de “Joe Pa”, acaba salpicando a su familia, y empujando al personaje a cuestionarse sus valores y sus modos de actuar.
Tanto la figura de Madoff como la de Paterno (caídas vertiginosas tras años de auge social, económico y profesional) simbolizan el fin de una época, de un modelo de vida: el desmoronamiento de esos hombres poderosos que, durante años, se han salido con la suya sin pensar por un momento que cada acto comporta consecuencias generalmente irreversibles.
Ambos acaban encarnando a cabezas de turco porque la sociedad ya no soporta tantos años de abuso, estafa y engaños, y alguien debe pagar el precio. Pero hay una diferencia sustancial entre ambos: Madoff parecía un hombre frío y sin sentimientos, mientras Paterno era todo corazón. Lejos de ser obras maestras, ambas películas son notables y suponen el renacimiento artístico de Barry Levinson.