Quizás suene cruel, pero serán más felices, y dejad que os diga por qué…
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Por Navidad, le regalé a mi hijo de 5 años, apasionado de las espadas, un surtido de espadas y sables láser de Power Rangers y Star Wars. Estaba eufórico con sus espadas el día de Navidad y durante una semana o dos después. Sin embargo, rápidamente perdió interés en ellas y terminaron en el cubo de los juguetes rara vez usados, junto a otros antiguos juguetes favoritos (todos los que, en un momento u otro, fueron descartados en favor de una buena rama de árbol).
En efecto, los juguetes favoritos de mi hijo son los palos. Le encantan los palos. Puede encontrar una rama en cualquier sitio, desde en un aparcamiento de cemento hasta (no es broma) en medio de una piscina. Recoge todas y cada una de las ramas que ve y mide su longitud, peso y estructura general hasta que encuentra el palo apropiado. Y luego juega con el palo… tanto como yo le permito.
La revista Quartz compartió recientemente un estudio elaborado en la Universidad de Toledo (Ohio) que me tranquiliza enormemente en cuanto a la obsesión de Lincoln con los palos. El estudio descubrió que es significativamente mejor para los niños jugar con menos juguetes (un palo, por ejemplo) en vez de con muchos.
La filosofía de “menos es más” parece intuitiva: da menos juguetes a los niños y estarán obligados a jugar más tiempo con ellos. También parece deseable en una época de sobreconsumo para limitar la acumulación de objetos. Sin embargo, el estudio sugiere un beneficio más sustancial: cuando se juega más tiempo con un juguete, significa que se produce un juego más creativo y ese incremento de tiempo con los juguetes podría contribuir a que los niños desarrollaran su poder de concentración, que es muy efímero en esa edad…
Los autores también plantearon la hipótesis de que quizás los niños tengan una capacidad mayor para concentrarse; simplemente quizás no lo sepamos porque les ofrecemos demasiadas distracciones. Si creamos entornos menos distractivos, capacitaríamos de un mejor desarrollo a sus músculos de formación de atención.
Tiendo a coincidir con esa hipótesis. He visto a Lincoln pasar toda una media hora trazando una solitaria W porque no dejaba de distraerse. Sin embargo, dale un palo al chiquillo y estará entretenido con batallas imaginarias durante horas.
Y no es solo cosa de él: hace unos años, me harté tanto de la negativa de mis hijos a recoger sus juguetes a la hora de dormir que los metí todos en unas bolsas gigantes y los guardé en mi armario. Como era predecible, se pusieron histéricos. Durante unos tres minutos.
Después, estaban inquietantemente contentos. Peleaban menos y jugaban más juntos, inventaban juegos y mundos imaginarios de formas que nunca habían hecho antes, cuando estaban demasiado ocupados peleando por juguetes con los que jugar. Los juguetes se quedaron guardados un buen tiempo y todo ese tiempo me maravillé por esa paz y esos juegos imaginarios recién descubiertos.
Poco a poco, los juguetes volvieron lentamente, uno tras otro, hasta que regresamos al punto de inicio con las peleas y el desastre. Sin embargo, la purga de juguetes se ha convertido en una costumbre, y la limitación estricta del número de juguetes que tiene cada uno en una norma.
La cuestión es que los niños se abruman con demasiadas cosas, igual que los adultos. Cuando hay demasiadas cosas en su entorno, no pueden centrarse en una sola el tiempo suficiente como para disponer de un tiempo de juego significativo e imaginativo. Sin embargo, cuando tienen menos opciones o ninguna opción, ellos crean su propia diversión y no tienen ningún problema para concentrarse… incluso si se concentran con un simple palo.