¿Qué es la felicidad? ¿cómo se puede ser feliz?A propósito de la felicidad mucho se ha pensado y escrito desde los antiguos filósofos griegos, especialmente en Platón y Aristóteles, hasta los pensadores romanos, en el cristianismo y el pensamiento moderno. No hay época en la que no se haya pensado y escrito sobre el tema.
Actualmente incluso se pretenden establecer indicadores para medir la felicidad de las personas o buscar en las neurociencias la respuesta a preguntas que siempre acompañan la existencia humana: ¿Qué es la felicidad? ¿cómo se puede ser feliz?
El mito del bienestar
“La ciudad de las mil luces, que ofrece variedad y libertad, se convierte, además, en ciudad tentacular, cuyos vínculos –como la rutina/cama/oficina/autobús- sofocan la existencia, en la que el estrés acumulado agota los nervios…
El hombre productor está subordinado al hombre consumidor, este, a su vez, al producto vendido en el mercado, y este último a fuerzas libidinosas cada vez menos controladas, en el marco de ese proceso en cadena en el cual se crea un consumidor en función del producto y ya no más un producto en función del consumidor.
Una agitación superficial se adueña de los individuos mientras tratan de huir de los vínculos esclavizantes del trabajo. El consumo desordenado se convierte en hiper-consumo bulímico, que se alterna con las curas hechas con privaciones: la obsesión dietética y la obsesión de la línea multiplican temores narcisistas y los caprichos alimentarios, mantienen vivo el costoso culto de las vitaminas y de los oligoelementos… El consumo se vuelve histérico, un culto a las vidrieras donde crece la manía de la bagatela”. (E. Morin).
En esta descripción del filósofo francés se nos muestra cuan confusa se ha vuelto la búsqueda de felicidad, o por lo menos, cuan reducida ha quedado a la afanosa búsqueda de bienestar material y consumo cotidiano de cosas superfluas en un círculo adictivo que solo lo deja siempre vacío al ser humano y sin espacio para preguntarse si realmente es feliz.
La sabiduría de los antiguos
Los antiguos filósofos griegos criticaron el modo de vida hedonista y la voracidad sin límite, profundizaron en el concepto de felicidad como armonía del alma y como “justa medida” de la justicia. La felicidad no era para ellos un “tener”, porque no depende de la posesión de determinadas cosas, sin importar las que sean, sino que es un modo de ser del hombre y depende de la manera con la que se relaciona con las cosas. La felicidad (eudaimonía) para Platón no consiste en lo que uno tiene, sino en lo que se es.
Para Aristóteles la felicidad deriva de la contemplación de la verdad, fruto del nivel más alto del conocimiento: “Cuanto más se extiende la contemplación, tanto más se extiende la felicidad, y a quienes pertenece en mayor medida la contemplación, pertenece en mayor medida, además, la felicidad” (Ética a Nicómaco, 1178b).
Epicuro hizo una escala jerárquica de necesidades y placeres, estableciendo que las necesidades naturales y necesarias tienen un límite, pero las no necesarias no tienen límites, son como pozos sin fondo, que aumentan la voracidad insaciable con exigencias cada vez más opresivas que terminan haciendo infeliz al hombre. Sería como un círculo mortal donde lo necesario ya no basta y se lo considera demasiado poco y se experimenta que nada alcanza.
Séneca invitaba a encontrar la alegría verdadera en el interior y no en las cosas que deseamos y con gran ironía consideraba felices a los que son tenidos por más infelices, al igual que infelices a los que son tenidos por los más felices. ¿Cuántos hombres y mujeres “exitosos” que no son felices hoy?
Los grandes pensadores de la antigüedad al igual que las grandes tradiciones religiosas siempre entendieron que la felicidad no depende del tener, sino del ser.
¿Felicidad o sentido de la vida?
El neurólogo y psiquiatra austríaco Víctor Frankl, fundador de la Logoterapia y sobreviviente de campos de concentración nazis, ha sido uno de los más destacados pensadores sobre el sentido de la vida en el siglo XX. Está convencido que el ser humano no está determinado por sus mecanismos psicológicos y condicionamientos culturales, sino que siempre es libre de hacerse a sí mismo.
Cada situación en la vida, por más dura y difícil que sea es una llamada a responder desde la libertad personal, de la cual siempre somos responsables. Hay que hacerse cargo de las propias decisiones. No sentirme víctima de los acontecimientos, sino protagonista de cada una de esas situaciones en las que he de decidir cómo vivir. Frankl escribe que la única libertad que a nadie se le puede arrebatar es la de decidir interiormente, por la cual podemos elegir la actitud con la que vivimos situaciones que externamente no se pueden cambiar.
El ser humano, si quiere, es capaz de desprenderse de muchas cosas que lo harán más libre interiormente. Pero no solo es capaz de desprenderse, sino de autotrascenderse, de salir de sí mismo hacia el otro, hacia valores más altos.
Según Frankl cuanto más el hombre busca su propia felicidad, entendida cómo búsqueda de bienestar, más se diluye y se pierde a sí mismo, haciéndose infeliz. La felicidad para él no es algo buscado en sí mismo, sino la consecuencia de una vida con sentido, de una vida orientada más allá de uno mismo (autotrascendencia).
Personas que viven según los estándares de “felicidad” del mercado y de la cultura orientada hacia el éxito, muchas veces sienten que la vida no tiene sentido y el vacío existencial los aplasta hasta sentir que la vida es absurda.
Solo quienes tienen una razón para vivir, un sentido por el cual dar todo de sí, alcanzan la felicidad. Esto tiene que ver con el amor, con vivir para otros, con entregarse y no tanto con pensar en pasarlo bien. Las personas más felices son personas entregadas a una causa o a otras personas, son personas que incluso en situaciones de gran sufrimiento, pueden sobreponerse y encontrarle sentido a su existencia.
Quienes no viven por vivir, sino que toman las riendas de su vida. Personas que nos parecen excepcionales, lo son, porque en realidad viven con sentido, porque son realmente felices.
Tal vez no debamos preguntar a las personas si son “felices”, porque la palabra ha sido demasiado malgastada y abusada, incluso se la asocia muchas veces a un estado ideal e inalcanzable.
Tal vez siguiendo a Frankl sea más claro preguntar: ¿Tiene sentido tu vida? ¿Cuál es la razón por la que vives? ¿Cuál es la finalidad de la vida? Allí encontraremos la respuesta a qué entendemos existencialmente por ser felices. Para Frankl la respuesta está en salir de uno mismo al encuentro de lo que nos trasciende.