A veces llego a olvidar los acontecimientos precisos pero curiosamente permanece vivo el afecto, el sentimiento unido a aquella escena
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Veo que mis afectos se graban en el subconsciente y permanecen allí para siempre. Es una caverna oculta entre los pliegues de mi alma donde almaceno recuerdos dolorosos, sentimientos confusos que me llenan de miedos.Me asusta adentrarme dentro porque no sé muy bien qué voy a encontrarme cuando entre.
El otro día leía algo que es tan real: “No son los valores los que nos dividen, y muchas veces ni siquiera las ideas; es el ‘sentir’ el que crea los malentendidos, las separaciones y las tensiones más dolorosas. El miedo nos aleja de los demás, la ira los hace enemigos, y la melancolía pone tristemente de relieve su ausencia”[1].
Son los sentimientos de mi caverna los que me acercan o alejan a las personas. Los que construyen puentes que unen o barreras que separan.
De ese subconsciente brotan todos mis actos. Tomo mis decisiones abismándome en ese mundo de sentimientos tan complejos. Están en mi subconsciente y afloran cuando menos lo espero.
Me siento extraño. Me gustaría tener claro todo lo que siento. Entrar y salir de esa caverna sin miedo alguno.
No quiero dejarme llevar por mi estado de ánimo. Quiero que Dios toque con su mano mi alma herida. Y ponga paz y serenidad y algo de orden dentro de mi desorden.
Leía hace poco: “Pensar en una acertada jerarquía de valores, donde nosotros y nuestros sentimientos no seamos el centro, sino que lo sean las personas que más amamos. Esto nos ayudará sin duda más de lo que imaginamos a dimensionar adecuadamente nuestras emociones. No sentirse el centro del universo nos libera, por ejemplo, de muchas susceptibilidades, malentendidos, desprecios, falta de atenciones, etc., que tanto nos hieren, tanto nos lastra y empeora”[2].
No quiero que mis sentimientos sean el centro. No quiero ser yo el centro. Me gustaría que mi hermano fuera el centro. Y así ver a Dios en él. Y encontrar paz al darme sin esperar siempre recibir algo a cambio. Sin darme demasiada importancia.
Es eso lo que más daño me hace. Me siento herido con frecuencia. Creo que no me toman en serio. Que no me valoran. Que no me ven. Y sufro.
Me dejo llevar por la maraña de sentimientos que hay en mi alma. Me veo incomprendido y sufro. Meto la mano en la caverna donde habitan mis más oscuros sentimientos y sufro. Aquellos sentimientos a los que no soy capaz de ponerles nombre.
Me mueven las emociones que hay en mi alma. Quiero saber lo que hay dentro de mí para no sorprenderme. Desentrañar los misterios ocultos.
Quiero dejarme mirar por Dios. Él me quiere con todo lo que soy. Sé que hasta que Jesús no toque lo más profundo de mi alma no seré todavía de verdad cristiano. Lo seré cuando Dios bendiga mi alma con lo que siento. Con todo lo que me hace sufrir. Con todo lo que me alegra.
Hay palabras, sucesos, lugares que tienen una profunda resonancia dentro de mí. A veces una resonancia positiva. Pero otras negativa. Y entonces son las emociones las que me mueven por dentro y me llevan a tomar decisiones que no deseo tomar.
Sacan lo mejor de mí o a veces lo peor. Brotan mi ira y mi tristeza. O surge la alegría más honda y verdadera. El entusiasmo o la desilusión. El pesar profundo o la esperanza. La motivación por hacer cosas grandes o la desidia que todo lo paraliza.
En realidad veo que mis actos dependen mucho de mis recuerdos afectivos. Están grabados dentro de mí a raíz de ciertas experiencias.
Queda el recuerdo, el olor, el color, el sentimiento. Queda grabado para siempre en lo más hondo. A veces llego a olvidar los acontecimientos precisos. Pero curiosamente permanece vivo el afecto, el sentimiento unido a aquella escena. Queda grabado muy dentro.
[1] Giovanni Cucci SJ, La fuerza que nace de la debilidad
[2] Fernando Alberca de Castro, Todo lo que sucede importa, 163