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Sebastián de Aparicio, un franciscano excepcional

SEBASTIAN APARICIO

Dantadd(CC BY-SA 2.5)

Redacción de Aleteia - publicado el 20/03/18 - actualizado el 25/02/24

Sebastián de Aparicio vivió casi un siglo y fue campesino en España, obrero, creador de caminos y medios de trasporte, generoso benefactor de los pobres y religioso en México

El beato Sebastián de Aparicio nació el 20 de enero de 1502 en La Gudiña, Orense. Fue el tercer hijo de Juan Aparicio y Teresa Prado, quienes estaban muy felices de tener un niño luego de dar a luz a dos niñas.

Fue bautizado en la iglesia parroquial de San Martín y su infancia fue feliz. Aprendió el trabajo del campo y de la crianza de toda clase de ganado; absorbió de memoria las oraciones, el rezo del rosario a la Virgen y enseñanzas piadosas de sus padres, pues siempre fue analfabeta. Además, aprendió sobre honradez y trabajo del ejemplo de vida cristiana de sus padres.

Siendo adolescente, cayó enfermo de la peste bubónica. Su madre sufre por tener que aislarlo, pues eran las exigencias sanitarias de la época. Una noche, ardiendo en fiebre, entra un lobo al aposento que muerde y lame el tumor; al día siguiente amanece curado.

Deseo de ir a México

Siempre deseó viajar a América, pero su sueño se fue aplazando por distintos motivos. Luego de trabajar para dar a cada hermana su dote para poder casarse, por fin, en 1542 se trasladó a la ciudad de México y siguió con su trabajo, cada vez mayor y mejor. Tan bien le iba que le llamaban “Sebastián, el rico”.

A los 50 años de edad se estableció en una hacienda ganadera en Chapultepec. Aunque había ganado bastante dinero con su trabajo, su estilo de vida era muy sencillo: no tenía cama sino quedormía en un petate, comía las mismas tortillas que los indios y vestía humildemente.

De hecho, convirtió su hacienda en un centro de misericordia y trataba como amigos a sus trabajadores.

En una época en la que la esclavitud era habitual, él solo tenía uno… al que trataba como a un hijo hasta que le concedió la libertad.

Dos matrimonios virginales

Tras sufrir una enfermedad muy grave, a los 60 años se casó con la hija de un amigo vecino, con la que llevó una vida virginal. A los pocos meses enviudó y a los 67 años volvió a contraer matrimonio, también virginal.

Así lo explicó Sebastián en una cláusula de su testamento:

“Para mayor gloria y honra de Dios declaro que mi mujer queda virgen como la recibí de sus padres, porque me desposé con ella para tener algún regalo en su compañía, por hallarme mal solo y para ampararla y servirla de mi hacienda”.

También murió esta segunda esposa antes de pasar un año de la boda, al caerse de un árbol mientras recogía frutas. Aparicio decía de ellas años después que “había criado dos palomitas para el Cielo, blancas como la leche”.

Finalmente fraile

La vocación a la vida religiosa le llegó al final de su vida. Su confesor le recomendó que ayudara a las hermanas clarisas que estaban pasando miseria, así que les cedió sus bienes y se fue él mismo a servirles como portero.

El 9 de junio de 1574, a los 72 años de edad, recibió el hábito franciscano. Dio un gran ejemplo de humildad haciendo cualquier servicio con prontitud.

Y por fin a los 73 años de edad, el 13 de junio de 1575, recitó la solemne fórmula:

“Yo, fray Sebastián de Aparicio, hago voto y prometo a Dios vivir en obediencia, sin cosa alguna propia y en castidad, vivir el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, guardando la Regla de los frailes menores”.

Y un fraile firmó por él, pues es analfabeto.

Su amado padre San Francisco

Sus biógrafos narran maravillas de su carácter y sobre todo, de su amor a Dios, a la Eucaristía y a su padre san Francisco de Asís, quien lo ayudaba en todo.

Después de pasar sus últimos años como lego, ejerciendo el cargo de limosnero del convento de Puebla, murió a los 98 años, en olor de santidad, el 25 de febrero de 1600.

 Fue beatificado por el papa Pío VI el 17 de mayo de 1789.

Sebastián de Aparicio pronto podría ser canonizado. Muchos acuden a él como protector de los conductores de cualquier tipo de vehículo del aire, mar y tierra.

Su cuerpo incorrupto se encuentra en la iglesia de San Francisco, en Puebla.

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