Una sugestiva visita por uno de los enclaves monásticos más singulares del mundo
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Hubo una remota época en la que el centro de Europa estaba aquí, a las orillas del río Shannon. De este esplendor sólo quedan hoy cruces célticas roídas por la erosión, lápidas sepulcrales y restos de muros donde antaño se levantaban las abadías. No obstante, el conjunto sigue siendo tan impactante que el propio Juan Pablo II quiso visitarlo en su viaje apostólico a Irlanda en 1979.
Se dice que en el año 544 después de Cristo, san Ciarán el joven, después de tener una visión, reunió a siete compañeros y viajó por Irlanda hasta encontrar un lugar en el que fundar una abadía. Así lo hizo, junto al río Shannon, y cerca de la colina de Tara, el símbolo del poder pagano celta.
No hacía ni 80 años que Odoacro había acabado con el Imperio Romano de Occidente, y el continente se veía sometido a continuas invasiones y saqueos por parte de varias oleadas de pueblos bárbaros. Aún no había aparecido un poder político fuerte que se reclamase heredero del extinto imperio (Carlomagno aparecería doscientos años más tarde), y sólo la Iglesia ofrecía una cierta estabilidad y continuidad social y política.
Es la época en la que Irlanda, una isla marginal casi sin romanizar, se convirtió en un foco cultural y evangelizador sin precedentes. Y la clave estuvo, precisamente, en la gran expansión del monacato: las diócesis no solían organizarse en torno a las catedrales, sino a las abadías. Varias oleadas de monjes salidos de estos y otros muros evangelizaron Alemania y parte de Francia.
Clonmacnoise es hoy un complejo monástico compuesto de siete abadías posteriores, datadas entre los siglos X y XIV y construcciones de madera y piedra que no han sobrevivido al paso del tiempo. El conjunto estaba coronado por una torre circular y rodeado por un muro defensivo, para protegerse de las invasiones vikingas. Quedan aún las lápidas sepulcrales, pues el conjunto siguió siendo usado como cementerio cuando ya los monjes habían desaparecido.
Pero el signo distintivo de este lugar lo es también del cristianismo irlandés: sus cruces de piedra profusamente grabadas con escenas bíblicas y símbolos paleocristianos se han convertido en el icono del país y de su pasado celta. Destacan dos: la Cruz del Sur y la Cruz de las Escrituras (siglo X), esta última tallada de un bloque de roca de unos 4 metros de altura.