Lecciones aprendidas tras una vida por las calles de Manila: “No confundamos pobreza con miseria”El padre Matthieu Dauchez es un sacerdote de 42 años francés a quien todos los niños de la calle de Manila conocen y reconocen. Y Manila no es un pueblo. Nació en Versalles pero pertenece a la archidiócesis de Manila, donde se ha vinculado ya para siempre.
Desde el año 2011 es el Director Ejecutivo de la fundación Tulay Ng Kabataan que actualmente cuenta con 24 centros, 1.300 niños y cuatro programas de servicio: niños de la calle, niños con discapacidad mental, niños de los suburbios, niños de los basureros. Ediciones Encuentro ha editado algunos de sus libros.
Hemos contactado con este cura para entender qué pasa con la pobreza cuando se sublima, y nos ha respondido que la alegría de los pobres es seguramente “el fruto de un auténtica pobreza que radica en nosotros, y que sabemos que está fuertemente anclada en el Evangelio”.
Mathieu Dauchez fue enviado a Filipinas en 1998. Para él, “la alegría que muestran los niños de Manila, pobres entre los pobre, es prodigiosa y desconcertante”.
¿Cómo se explica que un niño de la calle sea capaz de mostrar una alegría tan sincera y desbordante? Solo se entiende si diferenciamos miseria de pobreza, arguye.
Podríamos escondernos detrás de esta pobreza y excusarla con nuestra “tibia caridad” hablando de su alegría con misterio: “Oh, si ellos son felices así… ¡No!, responde rotundo este joven cura.
“Esto sería confundir pobreza con miseria”.
Que un niño tenga que encontrar su subsistencia en las basuras de una ciudad “es un escándalo”, siempre. Insiste: “Un niño que cae en las zarpas de las bandas o en las redes de la prostitución es un escándalo insostenible”.
“Tenemos que luchar con una energía incansable contra la miseria y jamás, jamás, aceptar lo inaceptable”, sostiene este padre.
“Es preciso luchar contra la miseria porque así abrazaremos mejor la pobreza”. Y comprenderemos entonces que ella es, efectivamente, la que prepara el terreno de una auténtica alegría.
La pobreza material, que insiste Dauchez no se tiene que confundir con la miseria, que sería la privación de los mínimos vitales, tiene el mérito de ofrecer una “libertad preciosa”.
Nuestra manera de vivir, en la vorágine enloquecida del materialismo, nos lleva a deseos nunca colmados, reconoce.
Una “sobriedad exterior” es un preámbulo necesario para la simplicidad interior.
No se trata de despojarse como un monje haciendo votos de pobreza radicales, sino que todas las riquezas materiales no tienen que aniquilar nuestra libertad, sugiere, invitando a meditar: “Los corazones heridos de los niños muestran una fuerza increíble frente a las adversidades, demostrando verdadera sabiduría”.