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¿Actúo igual cuando no me ve nadie?

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Photo by Erik Lucatero on Unsplash

Dolors Massot - publicado el 24/01/18

Las personas que viven con rectitud son un tesoro: puedes confiar en ellas y transmiten paz a su alrededor.

Quedar bien es una de las grandes tentaciones a las que nos vemos sometidas las personas. Y es una tentación bastante igualitaria: tanto ataca a hombres como a mujeres.

Todos tenemos una idea de nosotros mismos, unos más realistas que otros. Y también los demás se forman una idea de cómo somos. Nos gusta que nos tengan en alta estima, que valoren lo que somos o lo que hemos hecho, y que piensen que somos capaces de hacer cosas grandes que se salen de la media. A soñar no nos gana nadie.

Pero ser realistas incluye también reconocer que tenemos defectos. Lo normal es que se noten y que dejen trazas. Se nota, por ejemplo, que somos competitivos y que no nos sienta bien llegar los segundos.  Y se nota, por poner otro ejemplo, que somos impuntuales y que llegamos a las reuniones derrapando. Imposible esconder esos defectos que quedan a la vista de todos.

¿Te importa que los demás vean tus fallos, que sepan que eres vencible? En el trabajo o en la vida en familia, uno debe saber que por encima de todo lo importante es luchar cada día por ser mejor. Eso implica que a veces nos vean caer y rectificar.

¿Tienes la casa igual el día que vienen unos amigos a visitarte? ¿Quitas el polvo de las estanterías cada semana o lo dejas para cuando llega tu familia?  ¿Se te acumula la ropa de planchar pero a tus amistades les dices que todo lo llevas al día?

¿Rascaste el coche en el aparcamiento pero presumes de que conduces a la perfección? ¿Has hecho trampas en las cuentas del trabajo porque no querías que tu jefe de sección te avergonzara delante del equipo? ¿Haces las copias a color de tus viajes en el trabajo aprovechando que no te ve nadie?

Errar es humano, rectificar es de unos pocos, los que quieren sacar de uno mismo la mejor versión. 

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Nong Mars - Shutterstock

Soñamos con cumplir unas metas, nos apostamos algo con los colegas y fracasamos. ¿Te duele entonces el amor propio? ¿Escondes esa derrota? ¿Prefieres no hablar de la equivocación? Mejor ser transparente y leal.

Convivir con personas que se muestran con transparencia da una inmensa paz. Piensa en estas situaciones:

  • Si me he equivocado, lo reconozco y sigo para adelante.
  • Cuando me he equivocado, lo digo y se aplica el remedio: cambio de estrategia, nuevos modos de hacer…

Debo pensar si el cambio (cuando me he equivocado) lo he de hacer solo o con la ayuda de terceros. Y he ahí donde aparece el problema. ¿Actúo igual cuando me ven que cuando no me ve nadie?


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Rectitud implica:

  • Reconocer ante quien corresponda que uno ha hecho algo mal, sea grande o pequeño.
  • Hablar acerca de una persona en los mismos términos cuando está presente y cuando no.
  • Manifestar la misma opinión a un superior delante de él o sin él.
  • Buscar el bien común en el trabajo en vez de perseguir un fin egoísta.
  • No tener doble cara ante determinadas amistades por mantener el status social.

Por poca experiencia de la vida que uno tenga, sabemos que somos frágiles y nos quebramos. Por eso no puede uno pensar que somos como los gatos, que siempre caen de cuatro patas. Nosotros caemos y nos hacemos daño, rompemos cosas…

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Photo by Christopher Campbell on Unsplash

¿Y sirve de algo ser transparente y actuar con rectitud?

  1. En primer lugar, da satisfacción personal, aporta paz y calma al espíritu porque nos ayuda a estar en equilibrio. Nos miren por donde nos miren, nuestra imagen es la misma y eso hace que no estemos en tensión intentando “dar el pego”.
  2. En segundo lugar, atrae a otras personas. Las personas rectas son buscadas para confiarles secretos y para pedirles consejo. De una persona recta todo el mundo se fía.
  3. En tercer lugar, son corredores de fondo. Aunque en lo inmediato quizás se lleven alguna bronca, las personas rectas acaban por ser las más reconocidas en la familia y en la empresa, porque todos saben que son de confianza. Las que además tienen un sentido trascendental de la vida y viven sus días pensando en una felicidad para siempre, viven con la paz de su conciencia y mueren de la misma manera. El premio se lo llevan tarde o temprano.




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Me sorprendió el libro “Dios lo ve”, del famoso arquitecto Óscar Tusquets, de la “gauche divine” española. El autor se declara agnóstico pero afirma que las personas creyentes, que actúan para agradar a Dios, acaban haciendo las cosas mejor. Y lo dice en tono de buen humor, con cierta perplejidad. Propone como ejemplo el Palau de la Música Catalana, un edificio de la Barcelona modernista que es Patrimonio de la Humanidad.

Pues bien, a Tusquets le llamó poderosamente la atención que cuando Lluís Domènech i Montaner construyó el edificio, una de las paredes quedaba tapada por el inmueble contiguo. Sin embargo, la hizo tan bella como las otras. Décadas más tarde, esa pared ha quedado a la vista. Prueba, según Tusquets, de que trabajar pensando en que Dios lo ve es un buen acicate. 

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