Los Padres del Desierto eran expertos en la oración y enseñaban a otros sus conocimientos espirituales únicos
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Los Padres del Desierto, que vivieron en el siglo IV, eran famosos en el mundo antiguo por su sabiduría sin parangón.
Cientos de sus dichos (o apotegmas o sentencias) fueron recopilados en el siglo V en una obra titulada Los dichos de los padres, aunque el título varía según la edición. La valiosa obra ofrece un muestrario de pequeñas enseñanzas de profunda sabiduría y poder espiritual. Aquí hay otro ejemplo de cinco dichos, esta vez sobre cómo rezar.
El santo abba Antonio, mientras vivía en el desierto, (…) se oscurecieron sus pensamientos. Dijo a Dios: “Señor, quiero salvar mi alma, pero los pensamientos no me dejan. ¿Qué he de hacer en mi aflicción? ¿Cómo me salvaré?”. Poco después, cuando se levantaba para irse, vio Antonio a un hombre como él, trabajando sentado, que se levantaba de su trabajo para orar, y se sentaba de nuevo para trenzar una cuerda, y se alzaba para orar, y era un ángel del Señor, enviado para corregir y consolar a Antonio. Y oyó al ángel que le decía: “Haz esto y serás salvo”. Al oír estas palabras sintió mucha alegría y fuerza.
Le preguntaron [a abba Agatón] también los hermanos: “¿Entre todas las virtudes cuál exige mayor esfuerzo?”. Les dijo: “Perdónenme, creo que no hay trabajo igual al de orar a Dios. Cada vez que el hombre quiere orar, los enemigos se esfuerzan por impedírselo, porque saben que sólo los detiene la oración a Dios. En toda obra buena que emprenda el hombre, llegará al descanso si persevera en ella, pero en la oración se necesita combatir hasta el último suspiro”.
Abba Benjamín dijo a sus hijos al morir: “Hagan esto y se salvarán: alégrense siempre; oren incesantemente; en todo den gracias”.
Dijo al bienaventurado Epifanio, obispo de Chipre, el abad del monasterio que había sido suyo en Palestina: “Por tus plegarias no hemos descuidado nuestro orden, sino que con diligencia celebramos tercia, sexta y nona”. Él, reprendiéndolos, respondió: “Es claro que descuidan las demás horas del día, cesando la oración. El verdadero monje debe tener sin cesar la oración y la salmodia en su corazón”.
Dijo abba Zenón: “El que quiere que Dios escuche velozmente su oración, cuando se levante y extienda sus manos hacia Dios, ante todo y antes de hacerlo por su propia alma, ore de corazón por sus enemigos. Por esta acción, todo lo que pidiere a Dios será escuchado”.