En la primera audiencia general del año 2018, el Papa explica el acto penitencial en la Eucaristía
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“¿Qué puede dar el Señor a aquellos que ya tienen un corazón lleno de sí mismos, de su propio éxito? Nada, porque el engreído no puede recibir el perdón, lleno de su supuesta justicia”, dijo el papa Francisco que continuó una serie de catequesis para explicar el significado de la Santa Misa.
Lo hizo durante la primera audiencia general del nuevo año, este miércoles 03 de enero de 2018 en el aula Pablo VI del Vaticano.
En este contexto, el papa Francisco ilustró el acto penitencial en el cual los fieles se disponen a celebrar la Santa Misa, reconociendo “ser pecadores ante Dios y ante los hermanos”.
El gesto de golpearse el pecho
En el acto penitencial, momento introductorio de la Misa, “el sacerdote invita a reconocer nuestros pecados guardando un momento de silencio. Cada uno entra en su interior para tomar conciencia de todo lo que no corresponde con el plan de Dios”.
“Por eso, – continuó – confesamos en primera persona del singular diciendo: ‘He pecado mucho de pensamiento, palabras, obras y omisión’.
El Pontífice enseñó que esta fórmula “está acompañada con el gesto de golpearse el pecho para indicar que el pecado es propio y no de otro”.
“Las palabras que decimos con la boca van acompañadas del gesto de golpear nuestros pechos, reconociendo que he pecado por mi culpa y no por los demás. A menudo sucede que, por temor o vergüenza, señalamos con el dedo para acusar a los demás. Cuesta admitir ser culpable, pero es bueno confesarlo con sinceridad”.
En su estilo, sin papeles en la mano, para indicar que el gesto de golpearse el pecho debería ser un acto sentido de arrepentimiento, el Pontífice contó de una señora que en el confesionario hacía una lista de los pecados del marido, de la suegra y de los vecinos. Pero, no admitía los propios. A esto el sacerdote la mira y le dice: “¿Señora y sus pecados?”.
“No es suficiente no lastimar al prójimo”
Respecto a la omisión, el Papa también explicó que un cristiano no debe descuidar el bien que podría hacer. “A menudo nos sentimos bien porque, digamos, ‘no lastimé a nadie’. En realidad, no es suficiente no lastimar al prójimo, uno debe elegir hacer el bien aprovechando las oportunidades para dar un buen testimonio de que somos discípulos de Jesús”, añadió.
“El pecado corta la relación con Dios y con los hermanos, con la familia y con la sociedad”, aseguró mirando al público presente en el aula Pablo VI.
Absolución del sacerdote
El reconocimiento de los propios pecados en la misa “concluye con la absolución del sacerdote, en la que se pide a Dios que derrame su misericordia sobre nosotros”.
No obstante, el Papa indicó que “esta absolución no tiene el mismo valor que la del sacramento de la penitencia”, es decir cuando la personas se acerca al confesionario para confesar sus pecados ante el sacerdote.
Esto porque “hay pecados graves, que llamamos mortales, que sólo pueden ser perdonados con la confesión sacramental”.
Por último, el Obispo de Roma ha saludado a los peregrinos. Al inicio de este nuevo año, les deseó que sea “tiempo de paz y que puedan contemplar el abrazo de amor y ternura del Señor en sus vidas”.
Pedir perdón
El Papa invitó a los fieles a que se renueven “interiormente siguiendo el ejemplo de tantos personajes de la Sagrada Escritura, como el Rey David, San Pedro, la samaritana; ellos, a pesar de haber ofendido a Dios, fueron capaces de pedirle perdón con humildad y sinceridad, y pudieron experimentar su misericordia que transforma y da la alegría verdadera”.
De hecho, al inicio de la audiencia, señaló la parábola del fariseo y del publicano, donde solo el último regresa a casa justificado, es decir, perdonado (Lc 18: 9-14). “Aquellos que son conscientes de sus propias miserias y bajan los ojos con humildad, sienten la misericordiosa mirada de Dios descansando sobre ellos”, afirmó.
“Sabemos por experiencia que solo aquellos que pueden reconocer los errores y disculparse reciben la comprensión y el perdón de los demás”, añadió.
La audiencia ha terminado con la oración del Padre Nuestro en latín y la bendición apostólica especialmente dirigida a los niños, los enfermos y las personas que sufren.