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Refugiados: ¿Qué dice la Biblia?

MIGRANTS
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Miriam Díez Bosch - publicado el 28/12/17 - actualizado el 19/06/23
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El jesuita Alberto Ares recoge la noción de hospitalidad en la tradición cristiana

Más de 232 millones de personas migrantes (supondría el quinto país más poblado del planeta). Más de 65 millones son personas que se han visto forzadas a abandonar su hogar por un conflicto armado, por violencia generalizada o por un desastre natural. De este número, 21 millones son personas refugiadas; 38 millones, desplazadas internas, y 3,2 millones, solicitantes de asilo.

El Mediterráneo se ha convertido en el mayor cementerio a nivel mundial, donde sólo en 2016 perdieron la vida más de 5.000 personas. Siria es el país que genera mayor número tanto de refugiados como de desplazados internos, seguido por Afganistán, Somalia y Sudán del Sur.

Con el cuaderno Hijos e hijas de un peregrino. Hacia una teología de las migraciones, editado por Cristianisme y Justícia (se puede leer todo el documento aquí)

Alberto Ares ahonda en las raíces bíblicas, de la tradición y del Magisterio para iluminar la realidad de los refugiados desde una perspectiva creyente. En este artículo presentamos qué dice la Biblia, mientras que un segundo artículo abordará qué dice la Tradición y el Magisterio.

HIJOS E HIJAS DE UN PEREGRINO-ALBERTO ARES MATEO-BOOK

Alberto Ares es un jesuita español especializado en migraciones. Ha acompañado comunidades migrantes en varias partes del mundo. En la actualidad es el Delegado del Sector Social de los jesuitas en España e investigador asociado al Instituto de Estudios sobre Migraciones de la Universidad Pontificia de Comillas de Madrid.

La Biblia y los refugiados

La Biblia se reconoce como una realidad en movimiento, con experiencias migratorias, de exilio, de acogida y hospitalidad, que se insertan en las experiencias fundantes del pueblo elegido: «mi padre fue un arameo errante» (Dt 26,5), empieza a explicar Ares.

El Nuevo Testamento, en el que el propio Jesús se presenta como un migrante, “va poniendo un acento especial en la acogida y la fraternidad, en el universalismo y en una vida apostólica en movimiento, que desborda fronteras”.

El Antiguo Testamento:
«Mi padre fue un arameo errante»
Ares recoge cómo en el Antiguo Testamento se brinda abundante doctrina y praxis sobre las migraciones y las personas en movimiento. Por un lado, junto con los huérfanos y las viudas, los emigrantes constituyen la trilogía típica del mundo de los marginados en Israel. Para ellos, Dios pide un trato digno y de especial respeto y atención.

• «Mi padre era un arameo errante» (Dt 26,5).
• «Conocéis la suerte del emigrante, porque emigrantes fuisteis vosotros en Egipto» (Ex 23,9).
• «No vejarás al emigrante» (Ex 23,9)
• «No lo oprimiréis» (Lev 19,34)
• «No lo explotaréis» (Dt 23,16)
• «No negarás el derecho del emigrante» (Dt 24,17)
• «Maldito quien viole los derechos al emigrante» (Dt 27)
• «Amaréis al emigrante, porque emigrantes fuisteis en Egipto» (Dt 10,19)
• «Al forastero que reside junto a vosotros, lo miraréis como a uno de vuestro pueblo y le amarás como a ti mismo» (Lev 19,34).
• «Cuando siegues la mies de tu campo y olvides en el suelo una gavilla, no vuelvas a re- cogerla; déjasela al emigrante, al huérfano y a la viuda» (Dt 24,17).

El Nuevo Testamento: Jesús, el migrante

Uno de los elementos centrales del Nuevo Testamento mirándolo desde la realidad migratoria es el hecho de que el mismo Jesús se presenta como un migrante, recuerda este jesuita. Mateo muestra la infancia de Jesús y a la Sagrada Familia bajo una primera y cruenta experiencia de emigración forzosa (Mt 2,14-15). Por su parte, el Evangelio de Lucas narra el nacimiento de Jesús fuera de la ciudad «porque no había sitio para ellos en la posada» (Lc 2,7).

• Nacido fuera de su tierra y procedente de fuera de la patria (cfr. Lc 2,4-7), «Habitó entre nosotros» (Jn 1,11.14)
• «Fui extranjero y me acogiste» (Mt 25,35).
• El buen samaritano (Lc 10, 25-37)
• La mujer sirofenicia (Mc 7,24- 30),
• El centurión (Mt 8,5-10)
• La mujer samaritana (Jn 4,5-42)
• «Ya no hay judío ni griego, ni hombre ni mujer, ni esclavo ni libre porque todos sois uno en Cristo» (Gal 3,28).

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