Al final, estos tres puntos son los que le aportan todo lo que necesita para ser felizEl día en que uno es padre (o madre) por primera vez, acaba la tranquilidad en su vida. Desde entonces, sus días transcurrirán siempre en función de aquella criatura.
Todos los padres quieren lo mejor para sus hijos: se interesan por el alimento que van a darles, por su salud, por la educación que impartirán día a día, por el cariño que les van a dar, por cómo serán sus amigos, por enseñarles cómo son el mundo y la vida…
Durante el embarazo, a lo mejor has sido uno de esos padres que se han empapado de lecturas sobre cómo hacer las cosas. Has comprado libros, te has suscrito a revistas sobre el bebé, has asistido a cursos y conferencias, has comprado material adecuado.
Y, sin embargo, quizás te invade la duda sobre qué es al fin y al cabo lo que necesita un hijo para alcanzar la felicidad, para que podamos decir que realmente le dimos lo mejor.
Pues bien, la fórmula secreta para lograr al fin y al cabo la felicidad de tu hijo se resume en tres ideas. Son así de sencillas y a la vez son todo un panorama:
- Estar con sus padres. Es el tesoro más grande del que podrás rodear a tu hijo. Piensa por tanto en el tiempo que le dedicas. Los padres son la mejor compañía, el nido, el refugio, la guía, la plataforma de despegue. No dejes pasar esta oportunidad, porque el tiempo de los hijos es el que es.
- Que sus padres se quieran. Comprobar el amor que los padres se tienen entre sí da estabilidad, fortalece la autoestima. Es la seguridad máxima que un niño puede disfrutar, porque el hijo ve que hay amor y unidad entre sus dos seres más queridos.
- Que sus padres lo quieran. Saberse amado le dará alas para andar por la vida. Ese amor no es fruto de los sucesivos éxitos del niño sino que es previo a ellos (como tampoco el amor se ve perjudicado si el niño fracasa). No importa cómo salgan las cosas o si hace bien todo: el niño sabe que sus padres igualmente lo amarán y eso hace que esté dispuesto a hacer cualquier cosa, incluso con dificultades. Esto le causa una despreocupación gozosa, la alegría de la inocencia y de la ingenuidad.