Elogio de la madurez, según Francesc Torralba
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Ser maduro no es ser viejo o inservible. “La persona madura busca aquello esencial y se desprende progresivamente de lo que encuentra efímero, estúpido, insubstancial. Ya no pretende quedar bien con todo el mundo, ni afrontar batalles que están perdidas de entrada”, nos cuenta el filósofo catalán Francesc Torralba.
La edad madura tiene muchas ventajas: “La persona madura calcula y dosifica la energía que le falta, valora los encuentros y los vínculos interpersonales”, explica.
La persona madura se da cuenta que no puede estar en todos los sitios, que no puede gustar a todos, que no puede compartir la vida con todos los seres interesantes que existen, constata Torralba, que es consultor del Consejo Pontificio para la Cultura.
La madurez de la vida va íntimamente ligada al sentimiento de la “irrelevancia cósmica”. El ser humano se percata que no es el centro de gravedad, que no es un eje entorno al cual gira todo. Se da cuenta de su existencia como parte de un trenzado de relaciones, explica.
Francesc Torralba es el director de la Cátedra Ethos de la Universidad Ramon Llull y es autor de más de 50 libros traducidos al portugués, italiano, francés, alemán y español.
“Irrelevancia cósmica no es lo mismo que insignificancia”, puntualiza. La persona madura descubre el lugar exacto que ocupa en el cosmos, su papel social. Ya no es un proyecto de futuro ni es una promesa, es una realización, señala este filósofo y añade: “La persona se da cuenta de la no necesidad de su existencia: podría no haber sido. Podría no haber nacido. Constata este hecho y por ya existir, ve la raíz de una inmensa alegría”.
Esta etapa se asocia también al valor del compromiso, a la virtud de la responsabilidad, a la prudencia: “El hombre maduro es el resultado de un largo proceso. Ha aprendido bien su oficio, ha hecho realidad un conjunto de posibilidades, ha pasado por etapas pueriles llenas de carencias como la adolescencia, pero todo eso lo ha fortalecido. Un ser humano es maduro cuando está en condiciones de darse al mundo, de enseñar a los demás lo que ha aprendido, de entregarse generosamente para que los otros puedan aprender lo que él sabe”, sugiere.
El pensamiento de la muerte es muy frecuente con la venida de la madurez. La persona madura sabe que la muerte no avisa, que puede hacer acto de presencia “en cualquier momento”. También va ligado a la edad madura el descubrimiento del sentido del matiz, la capacidad de ser precisos, de juzgar con ponderación y humildad, sin sucumbir a juicios extremos.
Torralba ha escrito el libro Elogio de la madurez en el que recoge algunas de estas intuiciones sobre la edad madura.
Para él, “se asocia indebidamente madurez con estancamiento, repetición, aburrimiento y aburguesamiento”. En un alegato contra la melancolía, el autor también reconoce que “la melancolía puede tener efectos muy positivos: nos permite descubrir que nuestros deseos van más allá de lo que hoy podemos poseer o disfrutar. Nos ayuda a mantener abierto el horizonte de la existencia a realidades más grandes y más llenas de lo que conocemos”.
“La madurez es la plenitud de la vida, el período álgido antes de la decadencia: la manzana justo antes de caer del árbol. Lo que esperamos de los maestros maduros es que den lo que han aprendido, sus conocimientos. Sólo se pierde aquello que se intenta conservar, lo que se da generosamente”, apunta Torralba.