La sencillez no solo es un tesoro para los que entran en modo “slow life”, todos necesitamos reencontrarnos con nuestro yo más transparente…
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Tratar de la sencillez no es fácil. Si nos hablan de una persona y nos dicen que es sencilla, quizá se nos ocurrirá pensar que no tiene mucha inteligencia: “el pobre es un poco sencillo”.
Creo que también influyó Mocedades, con aquel hit de los 70 que decía “Volverás a ser la chica sencilla/ que tomó el tren de la vida/ antes de ser mujer…”. Una desgraciada, vamos. Te la imaginas saliendo del pueblo con su maletita y su pañuelico atado a la barbilla. (Y conste que me declaro fan incondicional de Mocedades).
Por suerte, el auge de lo “slow” y del arte de recuperar el sabor de las cosas auténticas, nos ha desempañado las maravillas de la sencillez.
Es una virtud poco prestigiada porque los yuppies creían que para ser eficaz y comerse el mundo no se podía ser sencillo. Claro que eso era antes de que el mundo se los comiera a ellos.
Ahora que ya estamos un poco de vueltas de las ganas de ser lobo de Wall Street y no queremos saber nada del estrés y la agresividad, aquí va el secreto para lograr la paz: pon a una persona sencilla en tu vida.
¿Cómo es?
La persona sencilla es descomplicada, va de frente, no tiene doblez. Y eso es muy compatible con ser runner, profesional de primera, single, papi o lo que te dé la gana.
La persona sencilla destaca sin proponérselo: es como si fuera de motor gasóil, parece que tarda en arrancar pero luego no hay quien la pare.
Quizá no es brillante porque no hace falta que lo sea; lo que sí ocurre es que su presencia y su actitud cambian el entorno y eso hace que acabes queriéndola más cerca que a un Teddy Bear a los dos años.
¡Es la que necesitas para que converse con tu cuñado en Nochebuena! (es broma).
La persona sencilla es sincera, no va con segundas, por eso es el candidato a amigo fiel. No espera un beneficio de ti, te quiere por ser tú, independientemente de tu estatus o de tu dinero o de tu físico o de lo que le puedas reportar.
Dice la verdad incluso cuando no es fácil hacerlo porque ser sencillo está muy próximo a ser sincero. La persona sencilla no prejuzga y no juzga, no piensa mal, lo que hace es colocar las piezas del puzzle y ver qué es lo mejor que se puede pensar de aquello.
Moderación
¿De dónde arranca la sencillez? Las personas sencillas suelen tener un denominador común: son personas que practican la moderación. Les viene porque son templadas.
Y eso se nota en que son moderadas respecto a las cosas que nos rodean y no desean únicamente lo exquisito. No van como locas detrás de lo nuevo o lo original, saben calibrarlo en su justa medida.
Sencillez es simplicidad. Cuando hablamos de vestimenta lo vemos claro. Una persona a la que le gusta la simplicidad no se enamora de lo superfluo, no pone su corazón en los asuntos superficiales.
Es modesta porque controla el modo de buscar y desear los bienes exteriores con moderación.
Y eso no significa que no vaya a la moda. Sin embargo, lo que querrá por encima de eso es ir de acuerdo con ella misma, con su personalidad y con lo que quiere transmitir.
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Lo que soy, lo que aparento…
Y ahí llegamos a un punto importante: la simplicidad (la sencillez) es pura verdad. Es el arte de encontrar la adecuación entre lo interior y lo exterior.
¿Lo que comunico de mí es realmente lo que soy? ¿Soy lo que se llama “transparente”? ¿Me dejo conocer?
¿O pongo barreras para que no lleguen a saber con qué fin actúo en realidad? ¿Me muevo más por lo que quiero parecer que por lo que soy?
Recuerdo que me gustó un escrito de Tatiana Goritcheva, una escritora rusa que se convirtió al cristianismo ortodoxo antes de la caída de la URSS.
Decía algo así como “hay cinco Tatianas en mí: la que soy, la que creo ser, la que digo que soy, la que los demás creen que soy y la que Dios conoce”, y concluía: “Ojalá las cinco lleguen a ser una sola”.
Eso es sencillez, desprenderse de lo que sobra para llegar a lo esencial, como cuando una va vestida a capas y se quita las que ya no hacen falta. Es la descomplicación.
Una persona sencilla dice la verdad. Y la dice no como algo ajeno a ella, sino porque le sale de dentro, pero no solo eso: resulta que cuando decimos la verdad nos perfeccionamos a nosotros mismos, nos hacemos mejores.
Ahora que se habla de economía circular, alimenta tu propia bondad interior: cada vez que digas cosas verdaderas al exterior te construirás un interior mejor.
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Ser auténticos
¿A que hoy se valora y mucho a las personas auténticas? Pues realmente quien lo es, es la persona sencilla.
Auténtica nunca implica ser mal hablada ni grosera ni agresiva. No hay que subirse a un escenario y gritar (con permiso de Gun’n Roses).
No hay que planear con astucia: porque la astucia nos lleva, con las palabras, a engañar; y con las obras, a cometer fraude. Así que ese no es definitivamente el estilo de vida de una persona auténtica.
Si a estas alturas hay todavía quien piensa que las personas sencillas son débiles de carácter o fácilmente manipulables, encogidas de ánimo y pobres de energía, nada más lejos.
Una persona sencilla es lo más próximo a un espíritu libre. Si actúa realmente de acuerdo con los principios y la integridad del ser humano, el ser sencillo lo único que hace es darle alas para sobrevolar por encima de las comidillas, las conversaciones sucias, las agresiones verbales, la prepotencia.
Un autor italiano que ahora estaría a punto de cumplir 800 años hablaba de “la verdad de la vida”. ¿Quién no quiere vivir una vida verdadera?
Eso se logra cuando se vive con simplicidad de corazón. Y eso se logra cuando se hace realidad la verdad del ser, no solo la del decir. No puede chirriar lo que digo con lo que realmente soy en mi interior.
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Olvidé una cosa importante: la sencillez es la virtud opuesta a la doblez (esa que tan maravillosamente nos ha pintado Disney con Cruella de Vil o la madrastra de Blancanieves).
Por eso implica actuar con una intención recta. Que no significa en línea recta. ¿Jugaste alguna vez al billar? A mí me parece un arte: la carambola, saber darle a una esfera para que esta le dé a la otra y se consiga el objetivo.
En una vida sencilla también habrá que “triangular”, pero siempre teniendo claro que lo que nos proponemos al fin es bueno y que lo que vamos haciendo para lograrlo también lo es.
Sostiene todo el tejido
Al preparar este texto, se me ocurrió mirar si sencillez tenía sinónimos o palabras del mismo entorno. En español hay muchísimas: honradez, sinceridad, integridad, plenitud, inocencia, rectitud… Y en el resto de idiomas igual. ¿Saben por qué?
Porque la sencillez viene a ser como los hilos de plata que se usan en la cirujía plástica: no se aprecian externamente, pero sujetan todo el tejido, lo estiran lo necesario y lo hacen más hermoso.
La sencillez da mucho bienestar, porque infunde paz y calma. Estar en sintonía con uno mismo es lo que más nos aliviará.
Parece mentira que un valor aparentemente tan “flojo” tenga tanta fuerza. Pero la naturaleza está llena de ejemplos en los que uno se queda perplejo al ver cómo funcionan elementos aparentemente frágiles: las hormigas, la tela de araña…
Activar la sencillez, en este sentido, puede llegar a desprender en nosotros la fuerza del oleaje en el mar. No hay prisa, solo se trata de ponerse en camino con un primer gesto.
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