Descubrir que antes de que tuvieras conciencia -e incluso si la pierdes- alguien te ama infinitamente, y que ese alguien es el ser más poderoso y maravilloso que existe, puede dejarte sin palabras.
Por eso te proponemos esta oración que hace más de mil años escribió el monje san Gregorio de Narek, una bella poesía que acierta a expresar el descomunal agradecimiento que una persona puede sentir ante Dios.
Antes de todo...
Hubo un tiempo en que yo no existía, y tú me creaste.
No había pedido nada, y tú me hiciste.
Todavía no había salido a la luz, y me viste.
No había aparecido, y te compadeciste de mí.
No te había invocado todavía, y te ocupaste de mí.
No te había hecho ninguna señal con la mano, y me miraste.
No te había suplicado nada, y te compadeciste de mí.
No había articulado ningún sonido, y me comprendiste.
No había todavía suspirado, y me escuchaste.
Aun sabiendo lo que actualmente iba a ser,
no me despreciaste.
Habiendo considerado con tu mirada precavida
mis faltas,
sin embargo, me modelaste.
Amor en presente
Y ahora, que yo, a quien has creado,
a quien has salvado,
a que he sido objeto de tanta solicitud por tu parte,
con la herida del pecado, suscitado por el Acusador,
¡que no me pierda para siempre!
Atada, paralizada,
encorvada como la mujer que sufría,
mi desdichada alma queda impotente para enderezarse.
Bajo el peso del pecado, mira hacia el suelo,
a causa de los duros lazos de Satán...
Inclínate hacia mí, Tú, el sólo Misericordioso,
a mí, pobre árbol pensante que se cayó.
Y futuro esplendoroso
A mí, que estoy seco, hazme florecer de nuevo
en belleza y esplendor
según las palabras divinas del santo profeta (Ez 17,22-24)...
Tú, el sólo Protector,
te pido que quieras posar sobre mí una mirada
surgida de la solicitud de tu amor indecible...
y de la nada crearás en mí la misma luz (cf Gn 1,3).
Por san Gregorio de Narek