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Homosexual y católico: “La Iglesia tiene razón, cuando pide la castidad”

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Giorgio Ponte - publicado el 27/10/17
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La Iglesia tiene razón cuando pide la castidad. A nivel psicológico y humano antes que en el espiritual

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Tras mi último post sobre el pequeño Charlie y el caso del psicoanalista Ricci, rompo el silencio y vuelvo a hablar de heridas de la identidad y, por lo tanto, de homosexualidad cuyas heridas son un posible “síntoma”. (…) Son todavía muchos los que creen que viven situaciones similares a la mía y esperan saber que no están solos. Por eso, aquí estoy, nuevamente.

En estos dos años de encuentros y conferencias muchos me han pedido que escriba algo, un libro, un vademecum sobre el tema de la homosexualidad, que cuente mi experiencia para que sirva de guía para quien busca respuestas alternativas para sí mismo, o para ayudar a quien está cerca de quien vive una atracción por el mismo sexo, quizá también con propuestas pastorales. Probablemente tarde o temprano lo haré. Mientras tanto intento usar este blog para decir algunas cosas a nivel teórico, sin tener la pretensión de agotar todo el tema.

Antes de ir al grano, quisiera aclarar de una vez por todas en virtud de lo que puedo decir sobre estos temas. Dado que nadie, de cualquier manera, está obligado a escucharme.

La acusación que mis detractores me hacen a menudo es que no estoy cualificado para hablar de homosexualidad desde un punto de vista psicológico, ni de ningún otro punto de vista (a menos que sea para sostener el pensamiento dominante de “naciste así”, naturalmente).

Tal acusación se declina en dos casos:

  • Soy católico
  • No tengo una licenciatura en Psicología

Hoy quisiera detenerme en el primero: según mis detractores, al ser católico, mi posición sobre la homosexualidad depende de una visión dogmática impuesta por la Iglesia, que yo asumí como verdadera y a la que he buscado uniformarme pasivamente.

Pasando por alto el hecho que no existe una persona en el mundo que no lea la realidad según un sistema de valores de referencia, y el hecho que el mío sea el católico no significa que esto me vuelva más parcial de quien quizá tiene como referencia la ideología comunista, el capitalismo, la religión islámica, el racionalismo o quién sabe qué otra cosa. El verdadero problema, en cualquier caso, más que en el sistema de referencia, debería ser el motivo por el que se adopta y con qué actitud. En otras palabras: ¿es verdad que yo apoyo la posición de la Iglesia de manera dogmática, es decir, como un hecho indiscutible?

No. Para nada. Y mi historia da testimonio de eso.

En mi vida me he permitido experimentar cada aspecto de mi homosexualidad, desde los peores hasta los mejores, sin que mi fe y lo que me decían que era bueno (pero que en ciertos momentos me parecía inalcanzable), me detuviera en esta total puesta en discusión de lo que me habían enseñado.

En algunas épocas llegué a vivir a la luz del sol comportamientos abiertamente contrarios a lo que me pedía mi fe, a pesar de no renegar nunca de ella (y sin nunca tener la presunción de tener que ser “entendido” por la Iglesia, sólo porque no tenía la fuerza de responder a su propuesta, o de entenderla). He experimentado la vida gay, los locales, el sexo ocasional; pero también tuve relaciones “estables” (hasta donde se pueda llamar la estabilidad entre dos hombres con una relación de experiencia sexual), me enamoré, y asumí la responsabilidad de vivir una historia con una persona también a nivel sexual, aunque sabía que eso contrastaba con lo que pedía mi fe.

Viví la dependencia sexual y afectiva; pero también tuve la gracia de amar tanto a un hermano como para dejarlo ir, en el momento en que me di cuenta que era por su bien; odié mi orientación sexual hasta desear con todo mi corazón cambiarlo, y luego acogí mi atracción homosexual como parte de mi historia, hasta oponerme a cualquier cambio, incluso cuando me enamoré de una mujer; para llegar a hoy que entiendo que “el cambio” ni se persigue ni se obstaculiza, puesto que no es el centro de la cuestión.

Viví lo peor y lo mejor. Y todo sin dar por sentado nada. Me pregunté y pregunté a cientos y quizá miles de personas, sobre cómo vivían, sobre su historia, sobre cuán felices eran, yéndome a la cama con ellos o no. Hice (casi) todo tipo de práctica que antes me parecía impracticable; fui usado y usé a muchas personas; toqué fondo y resurgí, muchas veces. Y si bien no estoy orgulloso de muchas bajezas que hice, no reniego de ellas, pues cada una de ellas fue un paso para un camino auténtico en la búsqueda de mí mismo y de ese hombre que Dios tenía en mente cuando me creó.

Si por un lado es verdad que nunca dejé de creer que existía Dios, por otro muchas veces dudé del hecho que Él estuviera interesado en mí y me amara. Y cuando esto me pareció claro, nunca dejé de buscar un camino para vivir todo lo que era, fragilidades incluidas, con Él, más allá de las respuestas simplistas que a veces daban los curas y que no respondían a la totalidad de mis preguntas, a menudo castrantes.

Por eso, a la luz de todo esto, no se me puede decir que mi visión de las cosas sea dogmática.

Si el día de hoy digo esto, es sólo porque de cada una de estas experiencias, incluso las peores, aprendí algo que me mostraba una verdad irreprimible en el fondo de nosotros, que es la misma que defiende la Iglesia desde siempre: nuestra naturaleza no está definida por nuestros deseos, sino por nuestro cuerpo masculino y femenino, en términos biológicos, y en términos espirituales por nuestro ser hijos de Dios por el Espíritu Santo que este cuerpo lo habita.

Y si nuestro cuerpo, nuestra carne, dice una verdad sobre nosotros, definiéndonos como hombres o mujeres, dice también de manera evidente que dos personas del mismo sexo no están hechos para tener relaciones sexuales entre sí (eso no impide que se amen, si por amor entendemos la manera como Cristo nos ama: “dando la vida por sus amigos”).

Por lo tanto, sí, soy católico, pero para apoyar lo que dice mi Iglesia, he debido antes ponerlo en discusión radicalmente, para llegar luego a descubrir su bondad. Por favor, no digo que esta sea la mejor manera de hacerlo: no siempre tienes que intentar todo para saber qué está mal. Por el contrario, si aprendiéramos a confiar en la experiencia de quien ha vivido ciertas cosas, nos ahorraríamos muchos problemas. Digo sólo que en mi caso mi enfoque estuvo lejos de ser teórico, o basado en una fe ciega. Y de esto, para bien y para mal, tengo huellas en mí.

En una época en que, más que en ninguna otra, estamos llamados a dar razón de lo que creemos, yo he buscado esas razones humanas que soportaran lo que se me decía por la fe: que tener relaciones sexuales con otro hombre no me haría bien. De paso, esto es también lo que invitaría a hacer a quien se preocupa de una pastoral para quien tiene heridas de identidad: antes de soltar las armas frente al pensamiento dominante, como muchos sacerdotes y obispos están haciendo (en buena o mala fe), verificar si no existen respuestas humanas que den razón a lo que la Iglesia propone y dice sobre este argumento.

Porque las respuestas, hermanos míos, existen. Y si existen, quiere decir que no las hemos buscado lo suficiente.

Si hay algo que he aprendido, de hecho, es que todo lo que creemos a nivel espiritual, como cristianos, hunde sus raíces antes en nuestra humanidad. No existe fe en el mundo como el catolicismo que respete más la naturaleza humana en su integridad. Y esta correspondencia no se contradice cuando enfrentamos cosas desde el punto de vista científico (si hablamos de la verdadera ciencia: la que intenta entender la realidad, y no doblegarla a priori a sus teorías y especulaciones ideológicas).

En el fondo ¿cómo podría se de otra manera? ¿Podía un Dios que ha tomado completamente nuestra naturaleza humana contradecir su propia voluntad y el orden que Él mismo había creado? Y si todo lo que es cristiano es también profundamente humano, entonces todo lo que creemos que es bueno para la vida, debe tener en realidad, antes de una razón espiritual, una motivación humana y terrenal, que sea reconocible a nivel racional por cualquier hombre intelectualmente honesto, independientemente de su fe.

Y en esto la homosexualidad no es una excepción.

En un determinado momento de mi camino, de hecho, me fue dada la gracia de descubrir algunos elementos teóricos y científicos que soportaban de manera sólida lo que yo había comprobado en mi experiencia personal y en la de todos los hombres con quien me había topado: que la homosexualidad no es inmutable, tiene razones, y debe comprendida por todos los comportamientos que se le relacionan y que impiden tener una vida plenamente libre, más allá de los estrictamente sexuales. Esos estudios son, además, los únicos coherentes con la visión y la petición de la Iglesia.

Me refiero a la así llamada Teoría Reparativa, de la que quizá hablaré más específicamente en otra ocasión y de la cual el fallecido Joseph Nicolosi era uno de los padres.

¿Y sabes qué he descubierto una vez más? Que la Iglesia tiene razón, cuando pide la castidad, a quien tiene heridas en la identidad como todos. Tiene razón a nivel psicológico y humano antes que en el espiritual.

Tiene razón, aunque ni ella misma sabe el porqué.

Y lo desconoce tanto, que sus pastores han empezado a dudar del beneficio efectivo que una vida vivida según el Evangelio pudiera traer. Mientras que los demás buscaban justificaciones “científicas” o pseudo tales para vivir según los propios deseos de manera indiscriminada, la Iglesia no se preocupaba por entender por qué es realmente bueno para el ser humano hacerlo de otra manera, quizá por nostalgia de un mundo en que se hacían menos preguntas.

Por este motivo hoy quien cita el Catecismo sobre el tema de la homosexualidad es acusado de dogmatismo. Porque cuando se pregunta el porqué es bueno para una persona con tendencias homosexuales no escuchar lo que para ella parece un deseo instintivo de amor, la respuesta que más fácilmente se obtiene puede resumirse más o menos en un “porque sí”.

A mí el “porque sí”, como católico, nunca me ha bastado. Y es por eso que, como católico, me reservo el derecho de hablar.

El único “vicio” que me reconozco en este camino, es el de haber confiado en el hecho que un bien debía buscarse. Muchos frente al “porque sí”, simplemente eligieron no fiarse más de quien los guiaba y su buena fe y se fueron a otras partes.

Si no te fías del hecho que quien te ama está buscando decirte algo por tu bien, entonces no buscarás ni siquiera entender las razones que él no sabe explicarte.

Por eso, sí, soy católico y hablo como católico. Sin embargo, mi ser católico está en la libertad y no se somete a su Iglesia, sino que establece una relación de filiación que prevé también el conflicto, pero que no permite que ese conflicto ponga en duda el amor, y en virtud de ese amor busca comprender a esa Iglesia que lo ama y que ama.

Soy libremente católico, ortodoxo, pero no dogmático, fiel a lo que Dios me da, pecador según mi naturaleza. Y por eso me siento libre de hablar y dar testimonio de que lo que comprobado, incluso a quien no me considera creíble para hacerlo.

Respecto a la segunda acusación que se me dirige: yo no tengo una licenciatura en psicología, ni hablaré en un segundo momento. Quería sólo hacerles saber que he vuelto y volveré a hablar, donde quiera que se me de la oportunidad.

A quien cree y a quien no, no dejen de buscar la Verdad.

Ustedes son maravillosos.

P.D.

Quien quiera contactarme para encuentros u otra cosa, por el momento estoy en el Veneto (Italia) y debe calcular la distancia. Después de siete años dejé mi Milán, ciudad extraordinaria que he querido mucho, y me cambié a Verona (por cuánto tiempo aún no lo se), siguiendo un impulso que espero que sea de Dios. Era por eso que hace meses había pedido oraciones. Gracias a quien me ha escuchado. Sigan rezando, para que yo entienda lo que se me pide y tenga la fuerza para hacerlo. Lo necesito, incesantemente.

Artículo Original en italiano

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