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La hospitalidad tiene que ver con los otros, no con tu autoimagen

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Calah Alexander - publicado el 24/10/17
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No es ofrecer una cara perfecta para que la gente piense bien de ti, sino invitar a las personas a tu hogar porque tú piensas bien de ellas

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Hace unos pocos años, cada vez que me ponía a limpiar frenéticamente, mis hijos preguntaban “¿Quién viene de visita?”.

Preguntaban eso porque yo limpiaba de esa manera solamente cuando esperábamos compañía. Normalmente recogía algún calcetín extraviado o le pasaba el trapo a la encimera los martes impares, pero cuando venían visitas, me transformaba en una madre limpiadora desquiciada. Algo así:

Así era yo.

Por supuesto, el resultado directo es que nunca invitaba a nadie de forma imprevista y de ningún modo abría la puerta e invitaba a un amigo a cenar cuando pasaba a decir hola. Ni para un café. En realidad, salía de la casa para charlar y cerraba la puerta detrás de mí, esperando contra toda esperanza que el visitante no se percatara de las pilas de colada ni del bebé medio desnudo junto a un charco sospechoso.

Pero si por entonces me hubieras preguntado si yo ejercía la hospitalidad, habría respondido que sí. Después de todo, preparaba elaboradas comidas para mis invitados, acompañadas siempre de buen vino. Sacaba brillo a la plata y planchaba el mantel de los bordados y ofrecía dos tipos de postre y un café de sobremesa. Y siempre me aseguraba de que toda la casa, hasta el interior de la ducha, estuviera impecable antes de la llegada de los invitados. ¿Qué mayor hospitalidad hay que esa?

Pues cualquiera, en realidad. Ese tipo de preparativos no son signos de hospitalidad en absoluto, son entretenimiento. Y pueden parecer cosas parecidas pero, según me recordó un artículo en Gospel Coalition, la hospitalidad y el entretenimiento no podían ser más diferentes.

El entretenimiento centra la atención en uno mismo.

La hospitalidad implica preparar una mesa en la que todo el mundo se sienta cómodo. Escoger un menú que deje tiempo libre para estar cara a cara con los invitados en vez de estar encadenado a la cocina. Recoger la casa para que sea acogedora, pero sin la necesidad de ocultar los rastros de la vida diaria. Sentarse a comer con harina en el pelo, por ejemplo. Permitir que la reunión sea en torno a la calidad de la conversación más que de la comida.

La hospitalidad muestra interés en los pensamientos, las emociones, los objetivos y las preferencias de los invitados. Supone tener habilidad para hacer preguntas y escuchar atentamente las respuestas. La hospitalidad centra la atención en los demás.

Aprendí la diferencia al pasar más tiempo en las casas de otras personas. Aprendí que había personas cuyos hogares siempre parecen listos para recibir visitas porque así es como mantienen la paz de su hogar.

Aprendí que hay personas cuyas casas tienen un aspecto más como la mía y que recogen antes de que llegue la visita pero no permiten que los juguetes sueltos y las cestas de la ropa les impidan disfrutar de cafés espontáneos.

Y aprendí que la hospitalidad no es ofrecer una cara perfecta para que la gente piense bien de ti, sino invitar a las personas a tu hogar porque tú piensas bien de ellas.

Ahora hacemos las tareas del hogar los sábados y ordenamos un poco por las tardes. Mis hijos no preguntan si viene visita cuando limpiamos, porque intentamos mantener la casa limpia para nosotros mismos. A veces la vida se vuelve un poco loca y la casa refleja esa circunstancia, pero intento no disculparme por ello cuando hay gente que se para a saludar. Les invito a entrar, libero espacio en la mesa, preparo café y disfruto de la compañía.

A veces incluso les permito usar el servicio y, ya que la hospitalidad funciona en ambas direcciones, nunca nadie ha comentado nada sobre la limpieza de la ducha. #victoria

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