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A Dios no le preocupa si es pronto o tarde cuando me encuentra en la vida. Pero sí que se sorprende si han pasado los años y sigo ahí parado, sin hacer nada. Porque quiere que yo sea feliz y que mi vida encuentre su sentido:
Me invita a trabajar en la viña. No le importa cuántos talentos tengo. No me pregunta cómo es mi vida.
Me llama como soy, donde estoy. Sin tratar de cambiarme. Sólo quiere que deje de estar parado sin hacer nada. Parado, quieto, esperando.
Sin metas
Hoy hay mucha gente que vive parada sin hacer nada en medio del camino. Hay muchos que corren sin perseguir un objetivo, de un lado a otro. Pero sin metas concretas, sin cambios posibles.
Sólo viven cuidando su vida. Su cuerpo. Su descanso. Sus planes. Pero permanecen quietos, sin hacer nada por otros. Sin ampliar su campo de interés.
¿Para quién vivo? Esta pregunta surge hoy en mi corazón. ¿Para quién me cuido? ¿Para quién trabajo?
No quiero que Jesús me mire y me pregunte sorprendido: ¿Qué haces ahí parado? Me da miedo no hacer nada por nadie. O no hacer lo suficiente por los demás. ¡Cuántos pecados de omisión!
Ponerse en camino
Lo que Jesús quiere es que me ponga en camino hacia Él. Que deje mi comodidad y mis egoísmos. Que salga de mi rutina y amplíe mi corazón.
Para que en él quepan los que están solos, los marginados. Los pobres, los enfermos. Los heridos. Los niños y los viejos. Lo poderosos y los impotentes. Todos.
Quiere que no me deje llevar por la pereza. Por la desidia.
Venzo mi pasividad para salir de mí. Puede que quizás esté parado. ¿Por qué no avanzo? ¿Y por qué no me muevo? ¿Por qué no hago nada por nadie? No lo sé.
A veces el miedo a confundir el camino. Otras el egoísmo y la comodidad. Otras el miedo al fracaso.
La fuerza del Espíritu
En ocasiones veo que mi corazón está lleno de cosas, saciado. Pero se encuentra vacío de Dios. El otro día leía:
Quiero emprender ese camino espiritual. Dejar atrás los miedos y egoísmos. Vaciarme de mi basura. Y dejar que la corriente del Espíritu Santo en mí me ponga en camino.
Jesús viene donde yo estoy. ¿Qué hago ahí parado? Le sigo. No me escondo buscando excusas. No digo: Ahora no. Más tarde.
Miedos y resistencias
¡Cuánto miedo me da el compromiso! El miedo a perder mis tiempos libres, mis horas sagradas de asueto, mi paz lograda.
Me encuentro con personas que buscan desesperadamente que nada altere sus planes. Yo mismo caigo en eso tantas veces.
He edificado un muro entre Dios y mi vida. Para que no me encuentre. Para que no me pregunte por qué no me he movido al caer ya la tarde. El otro día leía:
El amor se da
Quiero vivir con pasión la tensión de vivir en medio del mundo. La tensión de saber que la mies es grande y los obreros pocos.
Y le hago falta a Dios en los hombres. Y no quiero estar quieto pensando en mí, en mis deseos y gustos. No.
Caritas Christi urget me. Esa frase de san Pablo siempre me conmueve. El amor de Cristo me urge. Me lleva a actuar, a amar, a darme.
El amor verdadero es difusivo. No se esconde. Ni se guarda. No tiene límites. Tampoco pone barreras para contener el agua. Lo da todo. No espera nada como recompensa por la entrega generosa.
Ese amor es el que quiero que esté en mi alma. Porque conozco personas que son así. Y no tienen límites. Y siempre están disponibles. Como me decía alguien:
Así es el amor verdadero. No es un amor medido, cuantificable. Un servicio por el que se pueda pagar algo. El amor no tiene precio.