El chocolate “abre puertas, despierta sonrisas, acorta distancias, acalla enojos, genera encuentros, abrigos, y anima y da fuerzas”…
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Los beatos y santos de la Iglesia suelen ser recordados con algún objeto o instrumento que refieren a cómo vivieron las virtudes cristianas entre nosotros.
Así como Martín de Porres no se entiende sin su escoba, Brochero sin su poncho o sin su mula, hay una beata latinoamericana que bien puede ser considerada la beata del chocolate: la Madre Catalina.
Catalina de María Rodríguez (1823-1896), beatificada en noviembre de 2017 en Córdoba (Argentina), disfrutaba regalando chocolates.
Como describen quienes organizaron la fiesta de su beatificación, el chocolate “es un contenido altamente recomendado para todos” porque “abre puertas, despierta sonrisas, acorta distancias, acalla enojos, genera encuentros, abrigos, y anima y da fuerzas”.
En varios escritos, explican, Catalina nombra el chocolate como algo para celebrar y regalar. Pero de manera concreta el chocolate sobrevive hasta el día de hoy en los colegios fundados bajo el legado de suyo, en cada “chocolatada” organizada en torno al día del Sagrado Corazón, en junio.
Los egresados de los colegios de la congregación de Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús recuerdan muy especialmente esa jornada en la que se reparte chocolate caliente entre todos los alumnos.
En el siglo Josefa Saturnina García Rodríguez de Zavalía, Madre Catalina es muy recordada por sus actitudes maternales.
Antes de fundar las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús y de consagrarse ella misma a la acción apostólica, contrajo matrimonio y asumió la maternidad de los dos hijos de su esposo, quien había enviudado en un matrimonio anterior.
Fruto de su matrimonio incluso concibió una niña, que falleció trágicamente al nacer. Después del fallecimiento del coronel Zavalía, en 1865, conservó con sus hijos del corazón una afectuosa y cercana relación.
Fue entonces que concretó su llamado y anhelo de entregarse a la vida apostólica, y fundó la primera congregación femenina de vida apostólica de la Argentina, las hermanas Esclavas del Corazón de Jesús.
En colegios, hogares, misiones y ejercicios espirituales sus hijas hacen perpetuo su espíritu alegre, cálido y creativo, siempre dispuesto a robar sonrisas. Están presentes en la Argentina, Chile, España y Benín.