El mundo del arte produjo sus primeras pintoras afamadas aquí, encargadas y apoyadas por la Iglesia
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Con motivo del 500.º aniversario de la Reforma Protestante, esta serie de artículos revisa la forma en que la Iglesia respondió a esta etapa turbulenta al encontrar una voz artística que proclamara la Verdad a través de la Belleza. Cada artículo visita un monumento romano y explica cómo cada obra se diseñó para confrontar un desafío planteado por la Reforma a través de la reconfortante y persuasiva voz del arte.
Quizás resulte sorprendente, dado que muchas iglesias protestantes han defendido la ordenación de la mujer, pero la primera fase de la Reforma no fue especialmente bien para las mujeres. La eliminación del papel de María como suprema intercesora, la abolición de las órdenes religiosas femeninas (de hecho, Martín Lutero se había casado con una monja) y el rechazo de las mujeres mártires de la era paleocristiana como meras leyendas y fantasías dejaron a las mujeres de la época sin modelos o guías en las complicadas aguas de la sociedad de finales del Renacimiento.
Además, varios de los líderes protestantes consideraban a las mujeres incompetentes para cualquier tipo de liderazgo. Juan Calvino escribió que las mujeres deberían quedar sujetas a los hombres por dos razones, “porque Dios no sólo promulgó esta ley al principio, sino que también la impuso como un castigo sobre la mujer”.
El pintor alemán Lucas Cranach el Viejo, amigo íntimo de Lutero, representaba a la mujer como ladina, provocativa y boba, con una mirada de soslayo, ya fuera al ofrecer a Adán la fruta prohibida o seduciendo a un viejo marido ingenuo. Definitivamente estas ideas no limitaron a los reformadores, pero los protestantes carecían de un repertorio de mujeres santas y hermosas que templaran la severa percepción de la mujer como una débil tentadora o para desarrollar una valoración más matizada de la posición de la mujer.
La Iglesia católica tenía la ventaja de siglos de veneración mariana y un calendario litúrgico repleto de mujeres santas y heroicas, y también sabía, como muchos publicistas modernos, que nada vende mejor que una mujer hermosa.
Las mujeres en la Iglesia encontraron un nuevo impulso en la Contrarreforma, sobre todo en las extraordinarias vidas de personas como santa Teresa de Ávila, que reformó a las religiosas carmelitas y escribió poderosamente sobre sus experiencias, o la extraordinaria vicaria Pernette de Montluel, de las Pobres de Santa Clara, que respondió valientemente a los reformadores en Ginebra, según registró Jeanne de Jussie en su obra Petite chronique.
Las representaciones de mujeres —creadas por mujeres— florecieron en esta época, no solo como heroínas, sino también mostrando a las mujeres nuevas maneras en que podían usar sus dones únicos para difundir el Evangelio.
Las imágenes de mujeres formidables del Antiguo Testamento proliferaron en la Contrarreforma, desde Judit matando a Holofernes a Susana desafiando a los lujuriosos ancianos y María Magdalena que se convertía en modelo par excellence de conversión y arrepentimiento. El redescubrimiento de los cuerpos de santa Cecilia y santa Inés en las recién excavadas catacumbas prendieron de nuevo el fuego de la devoción por el valor de las vírgenes mártires.
La devoción a santa Catalina de Alejandría, sin embargo, gozó de una renovación particularmente significativa durante este periodo.
Esta santa del siglo IV fue una aristócrata cristiana de buena educación que se dirigió como enviada al emperador romano para protestar contra la persecución de la Iglesia. Tan hermosa como sabia, Catalina padeció los primeros intentos del emperador Maximino de seducirla, ofreciéndole el puesto de “segunda esposa” y luego, después de su negativa, los intentos de batirla con un extenuante interrogatorio ante 50 de sus más eruditos filósofos.
Catalina los convirtió a todos con su razonada argumentación en favor de la verdad del cristianismo y, por consiguiente, fue sentenciada a muerte. La rueda dentada diseñada para su tortura (ubicua en su iconografía y que presta su nombre a un fuego artificial) fue destruida por los ángeles antes de ser usada, así que Catalina fue rápidamente decapitada y su cuerpo llevado por los ángeles hasta el monte Sinaí.
Los artistas de la Contrarreforma estaban inundados de encargos de imágenes de esta santa, la patrona de la filosofía. Donde Lutero declaró “Ningún vestido le sienta peor a una mujer que el deseo de ser sabia”, esta encantadora mujer conquistó el Paraíso no solo para sí misma sino para todos los que buscaron la verdad entrando en contacto con ella.
Caravaggio la pintó en un vestido contemporáneo, con un rostro hermoso pero familiar, como si uno pudiera encontrarse en la calle con este heroico modelo de sabiduría. La santa de 1300 años recibió un nuevo look para la edad moderna que había desdeñado la razón y abrazado la salvación únicamente a través de la fe.
Catalina se convirtió en el paradigma del arte de la filosofía. A pesar de que el relato de Hechos sobre su vida estaba plagado de imprecisiones y falta de evidencias, César Baronio, el cardenal a quien el papa Clemente VIII encargó purgar el martirologio de santos cuyas vidas pudieran sustentar el ridículo protestante como meros mitos o leyendas, dejó su homenaje en el Breviario como una fiesta prominente.
Como Lutero denigraba la filosofía, a Aristóteles y a santo Tomás de Aquino, la Iglesia católica respondía presentando a una encantadora mujer de privilegio que persuadía no con su atractivo físico o material, sino con su absoluto dominio de la razón y la verdad.
Catalina también se convirtió en una líder para las hermanas religiosas. Los reformadores cerraban conventos dejando a mujeres a la deriva en el mundo. Cuando rechazó la proposición del emperador, Catalina afirmó: “Cristo me ha tomado para Sí como esposa; me he unido a Él como esposa en un vínculo indisoluble”. Este matrimonio místico, nunca mencionado en sus Hechos, se convirtió en un tema preferido de la Contrarreforma.
Annibale Carracci pintó esta versión en 1587 para la rica familia Farnese. Aunque muchos artistas abordaron el tema, incluyendo Guercino,Ludovico Carracci, Albani y Cavorozzi, Annibale añadió una floritura romántica, con el encanto de una historia de amor. Como Romeo y Julieta, desposados de noche, este matrimonio íntimo emerge como luz de las tinieblas. Suaves rubores y tonos rosas enmarcan la radiante fiesta nupcial.
Catalina, regiamente vestida de dorado y mora, mira hacia abajo como una esposa modesta al tiempo que ofrece sus largos y elegantes dedos hacia Cristo. El Niño luminoso acaricia gentilmente su mano mientras abraza a Su madre, uniendo a la princesa virgen con la Santísima Virgen.
El ángel que acerca a los comprometidos forma un reluciente telón de fondo para la escena, aunque los cintos rojos que cruzan su pecho aluden al hecho de que este amor, sellado hoy con un anillo, se consumará en sangre cuando Catalina siga a Cristo en el martirio. Por mucho que lo intente, de Hollywood nunca ha salido una historia de amor tan absorbente como esta.
En la Contrarreforma no se exaltaba a las mujeres únicamente por su muerte como santas, sino que también había hueco para que las mujeres lideraran en la sociedad. Más allá de mujeres de Estado como María Tudor de Inglaterra y María I de Escocia, Catalina de Médici y Juana de Albret, tenemos a santa Ángela de Mérici que fundó las ursulinas para ofrecer una educación cristiana sólida a niñas y jóvenes mujeres, y a Victoria Colonna, celebrada poetisa y teóloga, sin olvidar que el arte proporcionó sus primeras pintoras famosas.
Por una parte, los avances tecnológicos habían abierto la puerta a las mujeres pintoras. La pintura en óleo permitía a las mujeres trabajar solas (no con un equipo masculino de artistas de frescos) en un medio asequible y de lento secado.
La Iglesia católica, no obstante, buscaba nuevos modos de evangelizar a través del arte y no temió en dar a las mujeres una oportunidad. Sofonisba Anguissola, Elisabetta Sirani y Artemisia Gentileschi tuvieron todas unas carreras de éxito trabajando para patrones tanto privados como eclesiásticos, pero fue Lavinia Fontana quien rompió el techo de lienzo cuando recibió el encargo de realizar el primer retablo italiano obra de una mujer.
Su patrón fue nada menos que el poderoso Gabriele Paleotti, que recientemente había publicado su Discurso en torno a las imágenes sagradas y profanas, en 1582. Como experto en arte y decoro, este cardenal amigo de san Carlos Borromeo, catapultó la carrera de Lavinia a un éxito estratosférico.
Su primer retablo fue Cristo en casa de Marta y María, ejecutado en 1580, pero su estilo maduró pronto y le encargaron producir dos retablos en la ciudad del arte más dominada por el género masculino en Italia: Roma. Su obra para San Pablo Extramuros se perdió, pero su San Jacinto sigue visible en su capilla en la iglesia de Santa Sabina. Su encargo más prestigioso (que cosechó el mismo precio que una obra de Caravaggio) fue para Felipe II de España, que había oído hablar de esta extraordinaria mujer y encargó a una Sagrada Familia con san Juan niño y Jesús dormido.
Esta obra aunó la delicada pincelada de Lavinia con su fuerte técnica de delineado, en especial en la representación de niños pequeños, un tema notoriamente difícil. Jesús duerme pacíficamente en una plataforma envuelta en lino blanco y seda dorada, que evoca a un altar. María cubre dulcemente a su Hijo con una tela transparente que alude tanto al sudario como al velo humeral.
Por su parte, José forma un espacio protector alrededor de ella y sostiene firme su báculo desde atrás. Ofrece estabilidad y seguridad en este mundo, al tiempo que Cristo ofrece luz y paz en el próximo. El infante Juan Bautista sostiene su cruz de junco junto a la cabeza de Jesús mientras nos recuerda juguetonamente que no perturbemos el tranquilo sueño de su primo.
Una imagen que predice la futura muerte de Cristo para redimir a la humanidad, pero que también representa a una esposa y madre satisfecha, serena y feliz.
Lavinia, felizmente casada con Paolo Zappi, con quien tuvo 11 hijos —y quien ocasionalmente pintaba fondos para ella cuando se veía abrumada por el trabajo—, ofreció a las mujeres un modelo que resuena más allá del siglo XVI hasta hoy día: éxito material, matrimonio feliz y fe profunda, el modelo del genio femenino de la Contrarreforma.