Rescatar a los niños de un conflicto no los prepara bien para la vida, pero hay momentos en los que es necesario intervenir“¡Mamá, mami!”
Dependiendo de la entonación y la duración de las vocales, normalmente puedo predecir el tipo de comentario o preocupación que me espera. Es el “mamá” con la última letra a alargada, a menudo expresada con una voz quejosa, el que me advierte de lo inevitable: una pelea entre hermanos.
Ya sean riñas insignificantes mientras juegan o peleas tremendas que nos enfurece presenciar como padres, todos podemos coincidir en que tratar las discusiones y las peleas es uno de los mayores desafíos. Intervenir o no intervenir, esa es la cuestión.
Puesto que los niños muy pequeños no cuentan con las suficientes herramientas para comunicarse, es importante por naturaleza ayudarles en el desarrollo de los métodos adecuados para que aprendan a compartir sus sentimientos. Con siete hijos menores de 12 años, reconozco que esto puede resultar agotador. En un encuentro reciente, estaba participando en una conversación con un grupo de amigos cuando mi hijo de 3 años empezó a llorar porque su hermano le había mojado con una pistola de agua sin su permiso. No solo decidió gritarle a su hermano, también a mí. Me puse de rodillas junto a él y le recordé que lo primero que tenía que decir era “lo siento, mamá”.
Después de escuchar a ambas partes y ser ejemplo de una comunicación positiva, nuestro hijo de 5 años pidió perdón y comprendió que su hermano pequeño no quería mojarse y aceptó de buena gana mojar en su lugar a sus hermanos mayores, que ya estaban empapados. Si no llego a tomarme el tiempo necesario para abordar este comportamiento y ayudar a los chicos a utilizar las palabras adecuadas de forma calmada, seguramente el ciclo habría continuado.
Sin embargo, rescatar a un niño de todas las situaciones comprometidas puede acarrear consecuencias negativas. Algunos estudios sugieren que estos “padres helicópteros” pueden provocar un aumento de la ansiedad social y la depresión, así como dificultar el manejo de un conflicto. Queremos que nuestros hijos sean capaces de gestionar una situación conflictiva, ya que es una parte inevitable de la vida. Por tanto, independientemente de lo duro que resulte ver a nuestros hijos disgustados, debemos dejarlos a veces gestionar la situación y hacer frente a las consecuencias.
Cuando nuestros hijos más pequeños vieron hace poco a sus hermanos mayores salir de paseo con sus abuelos, aquello parecía el fin del mundo de la Patrulla Canina. Entre gritos de celos, tuve la tentación de darles un helado para compensar (y en un alarde de egoísmo para que parasen de llorar). Pero sabía que no quería establecer un hábito para amortiguar la ansiedad, por lo que me aseguré de que reconocía su tristeza, pero enseguida pasé a otra cosa.
Como padres ocupados, simplemente no tenemos tiempo para solucionar todos los conflictos entre nuestros hijos. No debemos sentirnos culpables, ya que les ayudamos más al ofrecerles orientación y confianza para afrontar los obstáculos por sí mismos. De hecho, ignorar de forma sistemática ha demostrado de forma consistente ser una herramienta efectiva para los padres.
Mis gemelos de 11 años discutieron acaloradamente hace poco sobre quién iba a terminar de lavar los platos, puesto que quedaban platos con restos de las tareas que les pertenecían a ambos. Aunque mi instinto maternal quería solucionar el problema y terminar con ello, mi buen juicio sabía que ellos eran plenamente capaces de llegar a un acuerdo. Tardaron un par de horas, algunas lágrimas y rabia, pero consiguieron limpiar los platos y, para mi grata sorpresa, al día siguiente trabajaron juntos para limpiar la cocina sin que nadie se lo pidiese. Normalmente no ocurre tan rápido, pero hay mucha verdad en el dicho de que el fracaso brinda la oportunidad de comenzar de nuevo de forma más inteligente.
Existen dos tipos de situaciones en las que intervengo. La primera es cuando se están aprovechando o están manipulando a una hermano. Recientemente, cuando su hermano menor le dijo a nuestro hijo de 7 años que no iba a compartir su comida, este le contestó que no volvería a jugar con los animales de peluche con él nunca más. Debía entender que coaccionar por su propio bien no era generoso y que podía deteriorar la relación, así que intervine. Mi otra regla general es que si llegan a las manos, habrá consecuencias. Nuestros hijos han aprendido que los golpes son el camino más seguro para ganarse un cubo de agua y un estropajo.
Hay que ser realistas: nuestros hijos no vienen con un botón de “comportamiento moral adecuado”; tampoco lo tenemos los adultos, si no recuerdo mal. C.S. Lewis da una estupenda justificación sobre esto en Mero Cristianismo. Así que, la próxima vez que sienta frustración con las malas decisiones de mis hijos y necesite responder a la gran pregunta, “intervenir o no intervenir”, necesito recordar la explicación de Lewis de que Dios nos dio libre albedrío para poder elegir amarlo a Él eternamente. Porque si estuviésemos programados para hacer el bien de forma automática, no podríamos amar plenamente. Y aquí es donde entramos nosotros como padres.