El 17 de agosto se conmemora el fallecimiento de José de San Martín (1778-1850), uno de los libertadores de América, decisivo para la independencia de Argentina, Chile y Perú. Sobre la falsa creencia de que era anticatólico ya hemos escrito en Aleteia.
Profundamente mariano, respetuoso de la Santa Sede, e incluso preocupado porque se interprete que su campaña emancipadora implicaba una actitud antirreligiosa, San Martín dejó en numerosos documentos testimonio de cómo se encomendaba a Dios y a María Santísima, además de cómo promovía las virtudes cristianas.
Un documento que ilustra este compromiso es el que presenta las máximas que escribió para su hija Mercedes en 1825, en Bruselas, cuando Merceditas tenía 9 años. El libertador escribía entonces para que sirva de guía para la educación de su única hija:
En su testamento, ya viejo, San Martín escribió el orgullo que sentía porque esos valores hayan inspirado a su hija: “Aunque es verdad que todos mis anhelos no han tenido otro objeto que bien de mi Hija amada, debo confesar, que la honrada conducta de ésta, y el constante cariño y esmero que siempre me ha manifestado, han recompensado con usura todos mis esmeros haciendo mi vejez feliz”.
Los restos de José de San Martín descansan en una capilla de la Catedral de Buenos Aires, honrado con honores de manera permanente. Cuando era arzobispo de Buenos Aires y, Jorge Bergoglio cuidaba que nunca se apague la llama que indicaba que allí descansaban los restos del libertador. Todos los que por allí pasan le muestran señales de respeto. Es que San Martín es una de las pocas figuras de la historia argentina que no provoca reacciones contrarias ni divisiones antagónicas. Además de padre de Mercedes, es Padre de la Patria.