Omnipresente y aparentemente omnisciente, los motores de búsqueda asumen el papel de una deidad virtual… aunque un poco inquietante.
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Una de las preguntas en el antiguo catecismo era “¿Dónde está Dios?” y la respuesta era “Dios está en todas partes”. Hoy podríamos reemplazar la palabra Dios por la palabra Google y la respuesta sería igualmente válida.
Resulta abrumador ver cómo Google y otras empresas en línea se han vuelto tan omnipresentes en nuestras vidas. Rastrean todas nuestras acciones, observan lo que estamos comprando, lo que vemos, a quién escribimos y lo que publicamos. Desde cierta perspectiva, la visión de la película Matrix no está lejos de la realidad. Nos hemos convertido en códigos binarios de información en un vasto océano interconectado llamado Internet.
Todos nuestros dispositivos están constantemente sincronizados. Para nuestra comodidad es algo fantástico, pero cada dispositivo que añadimos a esa sincronización aumenta la capacidad para que seamos monitorizados; espiados, si se prefiere. Recientemente comprobé unos precios y horarios de tren y, cuando me conecté luego a Facebook, ¡SORPRESA! Me pareció en mi newsfeed un anuncio para un viaje en tren al mismo destino.
Hoy día, cada vez que compro en Internet un billete para un viaje, las fechas se sincronizan automáticamente con mi Google Calendar. Si voy a Amazon, me aparecen unas sugerencias muy desconcertantes en la página de inicio: ¿cómo saben que estaba pensando en comprar eso?
¿Es esta una realidad a la que deberíamos acostumbrarnos con tanta complacencia?
Un profesor nos dijo con tono de gravedad una vez: “Cada vez que uséis un servicio o un programa en línea gratuito, ¡VOSOTROS sois el producto!”. Y es verdad. Cada vez que aceptamos los términos y condiciones antes de usar de forma gratuita un servicio, autorizamos el acceso a toda nuestra información personal, contactos, imágenes y, bueno, todo lo que se pueda saber de nosotros. Luego, esta información se vende a buen precio a anunciantes, de modo que puedan dirigirse a nosotros con más precisión, sabiendo nuestros intereses, predilecciones y hábitos de compra online.
Y así vuelvo a Dios y Google. Cada vez que tenemos una consulta sobre algo, un amigo mío sacerdote saca su iPhone y dice: “Preguntemos a google dios”. Y no está de broma. ¿Acaso no es el primer lugar al que recurrimos cuando queremos encontrar información? Hoy día es más probable que preguntes cómo rezar antes a Google que a un sacerdote.
Surfeando por la red, de hecho me topé con un sitio web dedicado a la “Iglesia de Google”. Ofrece apologéticas sobre la divinidad de Google, junto con los “10 mandamientos de Google” y la oración del “Google Nuestro”. Se considere divertido o no, solamente pensar en que existe un sitio web como este debería ponernos el vello de punta. Cuando Nietzsche tuvo la ocurrencia de decir que “Dios ha muerto”, poco podía imaginar que Dios simplemente intercambiaría Su cuerpo místico por uno virtual.
Según afirma Alan Cohen, un vicepresidente de Airespace, un proveedor de wifi:
“Si puedo manejar Google, puedo encontrar lo que sea. Y con acceso inalámbrico, significa que seré capaz de encontrar lo que sea, donde sea y cuando sea. Por eso digo que Google, combinado con el wifi, es un poco como Dios. Dios es inalámbrico, Dios está en todas partes y Dios lo ve y lo sabe todo. A lo largo de la historia, la gente se conectaba a Dios sin cables. Ahora, para muchas dudas en el mundo, le preguntas a Google y, cada vez más, puedes hacerlo también sin cables”.
Admito que estoy siendo un poco melodramático aquí, pero nuestra libertad virtual para hacer tantísimas cosas en línea —para trascender los límites físicos y temporales— lo cierto es que me asusta un poco. En vez de sentirme liberado, me siento enjaulado, lo cual me hace darme cuenta de que no importa cuánto avancen las tecnologías, el Único y Verdadero Dios (y solo Él) puede darme la auténtica libertad y felicidad.
- Dios nos ama incondicionalmente y nos da libremente. No nos obliga a pulsar el botón de “Acepto” antes de poder pedirle algo.
- Él murió por todos nosotros por igual, no solo por los que habían comprado el paquete “Premium”.
- Todos los aspectos del Amor de Dios nos son accesibles gratis; no nos cobra ni un céntimo ni nos vende al mejor postor.
Hazte una pregunta: todos esos dispositivos que tienes, el poder de estar perpetuamente conectado a Internet, ¿te está liberando? ¿Te hace sentir más ligero y feliz? ¿O te sientes más cargado tratando de mantener el ritmo?
No estoy tratando de demonizar a Google. Es únicamente una empresa. Pero tenemos que ser más cuidadosos antes de quedar completamente absorbidos en su “matrix”. La máquina te define solo tanto como tú lo permitas.
Uno de mis amigos estaba intentando burlarse de Siri (el humanoide virtual de Apple). Le preguntó “Siri, ¿tú crees en Dios?”. A lo que respondió: “Te recomiendo que hagas tus preguntas espirituales a alguien más cualificado para responder. Un pobre motor de conocimiento computacional como yo, independientemente de lo potente que sea, no es capaz de ofrecer una respuesta sencilla a esa pregunta”.
Es una buena respuesta. Si tienes alguna pregunta urgente en relación a tu vida o tu fe, pregunta a tus padres, tu cónyuge, tu mejor amigo o tu sacerdote. ¡Pregunta a Dios!
No preguntes a Google ni pierdas de vista el hecho de que, a fin de cuentas, Google es una creación de nosotros mortales y está eternamente sujeta a elementos humanos y al error humano.
El padre Joshan Rodrigues es un sacerdote de la archidiócesis del Estado de Bombay, India. Actualmente está en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz en Roma estudiando Comunicaciones Institucionales y de la Iglesia. Leer, viajar, las personas y los medios sociales son sus pasiones.