Me desanimo pensando que es imposible que de algo tan pobre y menesteroso pueda surgir algo noble y santo
La semilla más pequeña llega a convertirse en un árbol inmenso. Me gusta pensar que el reino de Dios comienza con cosas tan pequeñas. Comienza con una palabra en el seno de María. Comienza con un sí humilde y sencillo. Comienza con mi vida que es pequeña. Porque es corta. Porque puedo hacer tan poco por facilitar que surja el reino…
Pero Jesús me da ánimos. Y me dice que mi vida puede ser esa semilla. Casi no se ve. Muere bajo la tierra. Y da vida a un árbol inmenso en el que los pájaros pueden anidar. Me gusta esa imagen de las ramas y los pájaros. Pueden descansar en mí. En mi alma. Si dejo que muera la semilla en mí.
Puede ser fecundo el reino a partir de una vulgar semilla. La más pequeña de las semillas. Tiene que morir y desaparecer primero antes de dar vida. Así es el reino. Necesita Dios que yo desaparezca para dar fruto.
Cuando me pongo yo en el centro, cuando la vanidad ocupa el mejor lugar de mi corazón, entonces creo que los frutos son míos. Me creo que las cosas resultan cuando yo las hago. Y vivo pensando que todo es posible gracias a mi poder. Al poder de mi influencia. Al poder de mi capacidad.
El otro día leía sobre san Ignacio de Loyola: “¿Arrogante o simple hijo de su época? ¿Bravo o pendenciero? ¿Digno o vanidoso? ¿Orgulloso o insensato? Tal vez todas esas semillas están puestas en el hombre, esperando a ver qué germina y qué se lleva el viento”.
Estaban en su corazón esas semillas. Como están en el mío. Puedo ser un ruin, un miserable. Puedo ser un santo, un héroe en las manos de Dios. De mí depende. Me conmueve. La semilla más pequeña que da vida. O la semilla que se lleva el viento y queda infecunda.
Bravo o pendenciero. Digno o vanidoso. Orgulloso o insensato. Egoísta o generoso. Pacífico o iracundo. Alegre o amargado. Está en mi mano. Yo elijo cómo siembro. Yo elijo descuidar mis semillas.
Y leía el otro día: “Un roble lo crean dos fuerzas simultáneas. Evidentemente, la primera es la bellota, la semilla que contiene la promesa y el potencial, que al crecer se convierte en el árbol. Eso está clarísimo. Pero son pocos los que reconocen otra fuerza importante, la del árbol futuro, cuya ansia de existir es tan enorme que hace eclosionar y brotar la bellota, llenándola de vigor, guiando la evolución desde la nada hasta la madurez”.
El árbol ya está dentro de la bellota. El alto arbusto dentro de la semilla tira de ella hasta el cielo. Lo que puedo llegar a ser tira con fuerza dentro de la propia semilla que hay en mi alma. Tiene que morir la semilla para llegar a ser lo que puede ser.
Muchas veces no valoro lo que hay en mi corazón. Ignoro esa fuerza de futuro que hay en mí. Bien porque me comparo y pienso que no valgo, bien porque no veo más allá de lo que ahora toco.
Y toco a veces mi debilidad y mi pecado. Y me desanimo pensando que es imposible que de algo tan pobre y menesteroso pueda surgir algo noble y santo. Me parece impensable.
Un árbol poderoso, resistente al viento. Sólido y protector. Es lo que yo deseo en mi vida. Vivir con personas que sean ese árbol sano y robusto en el que poder descansar. No me gustan los árboles frágiles de cortas raíces. Me gustan más esos árboles de profundas raíces y ramaje fuerte en el que pueda dejar mi alma en reposo.
Quiero ser yo así. Vivir junto a la acequia de Dios de la cual pueda tomar agua. El roble ya está prefigurado en la semilla que hay en mi alma. Ya soy quien puedo llegar a ser. Y lo que seré algún día ya está en germen en mi interior aunque yo no sea capaz de verlo.
Soy lo que puedo llegar a ser. No me desanimo. No quiero ser copia de nadie. Quiero ser fiel a la semilla que hay en mi interior. Esa conciencia de pequeñez y grandeza habita en mi alma. El orgullo por lo que aún no soy pero sí seré.
Me falta paciencia, lo reconozco. Quiero ver ya el arbusto más alto. Quiero descansar ya en ramas seguras. Porque desde la altura de las ramas se ve un vasto horizonte y todo es más fácil. Cuando uno coge altura la vida tiene otra perspectiva. Necesito ser más paciente hasta que crezca el árbol.
La semilla tiene que caer en buen terreno. Tiene que morir siendo tan pequeña para dar vida. Y desde su interior surgirá un arbusto grande que dará protección a tantos. Es lo que yo quiero.
No me preocupan entonces tanto los talentos que no veo todavía, ni las ramas que aún no nacen. No quiero pensar que no podré ser fiel a mi misión. Hay una fuerza escondida que no percibo aún. Algo escondido en la semilla que supera todas mis expectativas. El reino surge sin que nadie se dé cuenta. Porque surge de lo más pequeño. De lo más escondido.
No le temo a la vida. Porque sé que siempre puede ser mejor si me dejo hacer por Dios. Puedo dar más si dejo que Él lime mis asperezas y acabe con mi orgullo y mi vanidad. Acepto la semilla pequeña que será un gran árbol. La tomo en mis manos y la entierro en la tierra fecunda de mi alma.