Hasta San Agustín puso a prueba una misteriosa teoría sobre su “inmortalidad”
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Los pavos reales han cautivado la imaginación de la humanidad durante miles de años. Incluso el rey Salomón era famoso por poseer pavos reales como símbolo de su gran riqueza (ver 1 Reyes 10,22).
Existía una antigua creencia de que la piel del pavo real era incorruptible y permanecía sin descomponerse incluso después de la muerte. San Agustín puso a prueba esta teoría y quedó sorprendido por el tiempo que resistió, según desvela en La ciudad de Dios: “al cabo de más de treinta días la hallamos del mismo modo, y lo mismo pasado un año, a excepción de que en el bulto estaba disminuida, pues se advertía estar ya seca y enjuta”.
Este extraño fenómeno llevó a muchas culturas del mundo antiguo a considerar al pavo real como un símbolo de inmortalidad y, en el caso de los cristianos, como un recordatorio del paraíso. Las plumas del pavo real, que se mudan anualmente para dar paso a plumas nuevas, solidificaban más la conexión y añadían el símbolo espiritual de la resurrección.
Además, el patrón en forma de ojo en el plumaje del pavo real recordaba a los cristianos el ojo que todo lo ve de Dios.
Por estas razones los pavos reales se encontraban frecuentemente en las catacumbas e iglesias cristianas y se representaban de forma prominente en tumbas, como una alegoría perfecta de la vida eterna y la inmortalidad del alma.