Una parte de la labor de los padres durante la temida “edad del pavo” es conocer el mundo de sus hijos fuera de casaSaltar a la zona de acople entre los vagones del metro es uno de los nuevos y peligrosos juegos que practican últimamente los adolescentes y que este pasado domingo provocó que un joven de 13 años perdiese las dos piernas al ser arrollado.
Ante noticias como esta resulta imposible preguntarse hasta qué punto la sensación de riesgo y adrenalina puede llegar a nublar el juicio de los jóvenes. ¿Se sienten invencibles? Lo cierto es que los adolescentes de 12 o 13 años son conscientes de su vulnerabilidad ante prácticas que conllevan un alto peligro para su integridad, sin embargo, pesa más en ellos el beneficio de la sensación de placer que pueden extraer de la situación, que la voz de la razón.
Asumir riesgos es una cualidad que no tiene por qué ser considerada maliciosa a priori. En los más pequeños se traduce como una manera de poner a prueba sus límites y, a pesar de que surge en los padres un inevitable instinto para protegerlos de cualquier daño, son esas caídas, raspones en la rodilla y chichones en la cabeza los que les ayudan a superar sus miedos.
“El niño confía en sus padres y acepta su ayuda; el adolescente es rebelde y rechaza las ayudas que se le ofrecen en casa, para confiar ciegamente en sus amigos”, así descubre Gerardo Castillo en su libro Tus hijos adolescentes (11ª ed. Ed. Palabra), algunos de los cambios que se producen en esa complicada etapa a la que los padres tanto temen enfrentarse. El afán por ser uno más del grupo, por quedar bien ante los amigos, nubla muchas vecen el buen juicio de los jóvenes, que se arriesgan a regañadientes para evitar ser excluidos.
La falta de autodominio y fortaleza de estos adolescentes hace que predominen estas malas decisiones frente a un comportamiento más meditado. Esto implica que sean conscientes del riesgo que pueden entrañar ciertos actos, así como sus consecuencias, y, a pesar de ello, deciden realizarlos por satisfacer al grupo.
No todos sobrellevan esta transición por igual, lo que no significa que los padres deban bajar la guardia si sus hijos no son de los que muestran conductas arriesgadas. Hay adolescentes que, en esa complicada edad, pueden llegar a encerrarse en sí mismos, otros es posible que les cueste conectar con gente de su edad al negarse, precisamente, a imitar comportamientos o actos que con los que no se sienten cómodos.
Una parte de la labor de los padres durante la temida “edad del pavo” es conocer el mundo de sus hijos fuera de casa, sobre todo en lo que se refiere al entorno que les rodea. Las diversiones que comparten, las películas que les gustan y las amistades que frecuentan pueden resultar datos reveladores para que se impliquen y tengan la posibilidad de evitar tragedias como las que generan los juegos en el metro.
Castillo señala en su libro que los adolescentes de hoy en día presentan una prolongación de la inmadurez propia de estas edades y que la causa principal no deriva del ámbito individual, sino del cultural y social que les rodea. Internet se posiciona como un nuevo canal que les presenta las imprudentes hazañas de miles de usuarios que son premiadas con millones de “likes” y que hacen populares prácticas nada favorables, como subirse a plataformas a una gran altura sin ningún arnés de seguridad.
Por ello es fundamental que los padres tengan unas nociones a las que aferrarse a la hora de vivir con ellos la fase de la adolescencia. Resulta imprescindible que los hijos se sientan acompañados y apoyados en todo momento, lo que reforzará una confianza mutua que permitirá que los jóvenes perciban seguridad suficiente para conversar con los padres y confesar cualquier preocupación.
En Tus hijos adolescentes, Gerardo Castillo aprecia ciertas claves y propone consejos para educar y acompañar a los hijos cuando dejan la niñez. Recalca la importancia de que los adolescentes se conozcan a sí mismos “en lo referente a capacidades y limitaciones personales”, además de promover una comunicación sincera con estos, más allá del” ¿a dónde vas?”, “¿con quién?” y “¿cuándo vuelves?” Pasar tiempo con los hijos puede parecer, en principio, una medida evidente, pero su eficacia es notable cuando se incluye una conversación sincera en la que los padres les expresen algunas de sus preocupaciones personales y les pidan consejo, con lo que se consigue que los adolescentes sientan apreciados y comprometidos.
Serán rebeldes y contestones, introvertidos o vergonzosos, inquietos o tranquilos, populares o solitarios… Cada uno responderá con un ritmo y un carácter propios que dictará la forma en la que se desenvuelvan en ese camino hacia la madurez.