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Hierbas medicinales para la menstruación y las depresiones y otros secretos monacales

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Salvador Aragonés - publicado el 27/05/17
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Fray Valentí Serra nos acerca a un tiempo en que la clausura de las clarisas era tan fuerte que las monjas debían sacar su mano por una ventanita para que el médico les tomara el pulso

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El uso –pero no el abuso—de las hierbas medicinales está retornando un poco por todo el mundo, pues al final (o al principio) las substancias químicas para curar las enfermedades más comunes se encuentran en las plantas.

Estos son los casos, por ejemplo, de las infusiones de hierbas como la matricaria, la caléndula (popularmente: maravilla ), la artemisa utilizadas desde antiguo como antiespasmódicos y para la regulación de la menstruación, como sus propios nombres indican. La caléndula florece prácticamente, de modo "regular" cada mes y su nombre viene del griego kalenda (calendario).

El capuchino Fray Valentí Serra de Manresa es un conocedor del uso medicinal de las plantas, y sobre todo de las medicinas que elaboran y han elaborado los padres capuchinos y también las monjas clarisas-capuchinas. Tiene publicados varios libros al respecto. Son remedios que han funcionado siempre y, además, son naturales.

Fray Valentí -que nunca deja su hábito y calzado capuchinos, ni siquiera por las calles- es un historiador y por ello conocedor de los secretos culinarios y medicinales de las plantas y las hierbas utilizadas históricamente por los frailes y las monjas capuchinas.

Cuenta, en exclusiva para Aleteia, que había antiguamente unas reservas muy estrictas para acceder al interior de los monasterios femeninos, especialmente en las monjas clarisas, antes del Concilio de Trento (mitad del siglo XVI), cuando vivían la llamada Clausura Papal, muy rigurosa. En aquel tiempo, prácticamente ningún médico podía entrar en el interior del convento para visitar a una hermana enferma, y lo hacía solo en caso de mucha gravedad.

Hierbas medicinales

"El médico tenía que tomar el pulso a las monjas desde una pequeña ventanita. La hermana sacaba la mano y el médico medía el pulso y ¡en presencia de la madre abadesa!",  dice Fray Valentí. "El problema era cuando el médico pedía hacer un reconocimiento más amplio del cuerpo de la monja. Había muchas dificultades al respecto".

Gracias a Dios, continúa, después del Concilio de Trento y a medida que se aplicaban sus decretos, se mitigó en casos de necesidad la llamada Clausura Papal. De todas formas, entre las monjas había especialistas en medicina y sobre todo en hierbas medicinales que cuidaban en un jardín situado en el centro del monasterio, llamado Huerto de Jericó, donde también rezaban en pequeñas ermitas situadas en el entorno del muro las huertas.

"Yo creo – señala Fray Valentí- que deberían proclamar a santa Hildegarda de Bingen – que era una abadesa alemana que vivió en el siglo XI- patrona de los herbolarios junto al popular san Ponce. El papa Benedicto XVI ya la hizo Doctora de la Iglesia (2012). Esta santa conocía los remedios que proporcionaban las hierbas no por sus estudios ni por tradición familiar, sino a través de revelaciones de carácter sobrenatural".

Estas hierbas las daba a los pobres porque ellos no tenían medio alguno de curarse ni costearse médicos y medicinas como los tenían la nobleza y la aristocracia. Así lo hicieron después los padres capuchinos.

También la madre de santa Clara – seguidora  de san Francisco de Asís llamada Hortolana – tenía un amplio conocimiento de las hierbas medicinales y las monjas clarisas lo aprendieron.

Volver a la naturaleza

Era muy conocido, entonces y ahora, el hipérico, una planta medicinal usada contra los estados depresivos, porque tonifica el organismo. "Cuando a una monja se la veía un tanto apagada, más de lo normal, se le daba una infusión de hipérico. Estos remedios también eran usados por los frailes", afirma.

Fray Valentí Serra se lamenta por el modo con que hoy las personas tratan la naturaleza, motivo por el cual las autoridades deben vallar montañas y bosques que en otro tiempo eran visitados por los pueblos vecinos. Por eso alaba tanto la encíclica del papa Francisco Laudato Sí, sobre la necesidad de respetar la Creación y lo que hay en la Tierra.

"Antes –afirma—se podía ir al bosque donde muchas personas encontraban también su sustento y las hierbas medicinales para su curación. Se iba al bosque a buscar setas, castañas, caracoles, bellotas, piñones (que llevan una alta concentración en vitaminas), moras, castañas, hierbas para infusiones, etc.".

En la conversación con Fray Valentí afluye siempre el carisma franciscano de los capuchinos: ayudar a los pobres, favorecer  a las personas que más lo necesitan, viviendo al mismo tiempo una vida de unión con Dios.

Después cuenta las "batallas" que los capuchinos tuvieron que librar con los farmacéuticos y médicos de cada época. Se quejaban de que la gente no iba a la farmacia, sino al convento de los capuchinos donde obtenían los remedios medicinales naturales y casi siempre gratuitos.

La competencia era muy fuerte. "Pero los pobres no tenían dinero para ir al médico a que les recetara algo y comprarlo después en la farmacia. Y por eso acudían a los capuchinos", dice Fray Valentí.

Alguna vez hubo hasta un intento de "comprar" la actividad caritativa de los capuchinos. Los farmacéuticos se reunieron y propusieron al Padre Provincial que si dejaban de dar hierbas medicinales a la gente, ellos proporcionarían medicamentos gratis para todos los capuchinos. ¡Caramba! ¡Eso es corrupción! sugiero. "Sí, claro. Pero nosotros no podíamos dejar y abandonar a los pobres, es nuestro carisma, está en nuestro ADN vocacional". No hubo acuerdo.

En el año 1770 los farmacéuticos y los médicos se fueron a ver al obispo de Barcelona, Josep Climent, para convencerle de que los capuchinos dejaran de facilitar remedios a los pobres. El obispo pidió a los capuchinos que moderaran su actividad médica y farmacéutica, "pero los frailes no le hicieron caso y siguieron ofreciendo las hierbas medicinales y ungüentos para ayudar a los pobres". Y el obispo los dejó ...

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