El racismo no ha desaparecido todavía, pero su obra continúa dando frutosLuego de recibir una herencia millonaria, lo dio absolutamente todo con el fin de ayudar a los más necesitados y excluidos en ese momento: los indios y las personas de color.
Francis Drexel era uno de los hombres más ricos de los Estados Unidos cuando tuvo a su segunda hija Catalina en el año 1858. La joven había recibido la mejor educación aunque el hecho que marcaría su corazón sería el ejemplo generoso de su padre que abría las puertas de su casa tres veces por semana para recibir a los pobres y a aquellos que lo necesitaban.
Sabiendo que muchos afroamericanos estaban lejos de ser libres y que todavía vivían en condiciones de calidad inferior y opresión sin educación ni derechos constitucionales, Catalina sentía una urgencia compasiva para ayudar a cambiar las actitudes raciales en su país.
Cuando sus padres murieron heredó una gran fortuna, algo cercano a lo que hoy serían unos 400 millones de dólares. En ese momento, inspirada por el trabajo del obispo Martin Marty y el padre Joseph Stephan, Catalina decidió dar toda su fortuna en favor de las misiones para combatir los efectos del racismo aunque este, ¡sería sólo el comienzo de una gran obra!
Más tarde, un viaje a Europa sería decisivo para ella. Se encontró en Roma con el papa León XIII y al contarle su pasión por esta causa y la necesidad de que enviaran personas a su país para que ayudaran con dicha situación, el pontífice le dijo que ella debía ser esa misionera.
Así comenzó a preguntarse por la vida religiosa y la posibilidad de fundar una orden, pero al principio fue rechazada ya que era una mujer educada, aristócrata y nadie creía que Catalina sería capaz de abrazar la disciplina de la vida religiosa y la pobreza.
Finalmente, ingresó como novicia con las Hermanas de la Misericordia (The sisters of Mercy) en Pittsburg en 1889 y dos años después hizo su profesión perpetua como la primera integrante de las hermanas de la congregación que ella misma fundó: las Hermanas del Santísimo Sacramento (Sisters of the Blessed Sacrament) para los indios y personas de color.
Ella veía la necesidad de una educación de calidad y discutió esta necesidad con algunos que compartían su preocupación por la desigualdad existente con los afroamericanos en las ciudades. Las restricciones de la ley también les impedía en el Sur rural obtener una educación básica. Por eso, las escuelas en todo el país se convirtieron en una prioridad para Catalina y su congregación.
Catalina vivió 97 años, se dedicó a la misiones y fundó 60 escuelas especialmente en el oeste y el suroeste de los Estados Unidos, comenzando por la escuela para niños afroamericanos cerca del James River en Virginia y estableciendo en 1925 la Universidad Xavier de Louisiana, única institución católica predominantemente afroamericana de enseñanza superior en todo el país con una propuesta novedosa para ese tiempo.
El racismo no ha desaparecido todavía. Vemos hoy en día resurgimientos que se presentan bajo formas diferentes, espontáneas, oficialmente toleradas o institucionalizadas. Catalina fue una mujer que lo dio todo por esta causa, materialmente y en espíritu. Y su obra, que aún continúa dando frutos, fue reconocida por el papa Juan Pablo II en el año 2000 cuando proclamándola santa destacó su ejemplo y trabajo que se extendieron en el mundo entero.