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¿Por qué Dios permite tantas cosas malas en mi vida si me ama?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 06/04/17
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El silencio de Jesús en su vida se convierte en mi camino

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En mi vida me he preguntado a menudo por el aparente silencio de Dios. Guardo silencio para escuchar a Dios y Él parece callar en mi silencio. Ocurren desgracias en mi vida, cargo cruces pesadas, me veo desprovisto del honor, sufro la enfermedad, y Él calla. No evita mis pérdidas ni mis fracasos.

En la película El silencio, decía el protagonista: “¿Por qué sigues Tú en silencio? Tú tienes que saberlo. Tú sabes que ese campesino tuerto ha muerto, y que ha muerto por ti. Y entonces, ¿por qué consientes que continúe la calma? Esta calma absoluta del mediodía. Cosas de las que apartas la mirada, como si te tuvieran sin cuidado las cosas estúpidas y crueles. Eso, eso es lo que no puedo soportar”[1].

Puede ser que en esos momentos de oscuridad y silencio me falte fe. Dejo de creer en un Dios que parecer amarme con locura pero no salva mi vida. No salva a los que amo. Si de verdad me ama tanto, ¿por qué calla?

Su silencio es ausencia de gestos de amor. No impide las desgracias. ¿Por qué permite tantas cosas malas en mi vida? ¿Por qué tolera impasible mi muerte?

Ese silencio de Dios siempre me conmueve. En una sala de hospital, cuando iba a llevar la unción a un hombre que estaba muriendo, su hija me espetó: “¿Por qué Dios es tan injusto?”. No supe qué decir.

Verdaderamente el mundo no es justo. Hay personas a las que todo les resulta bien. Y otros que sufren desgracias continuamente. Y pienso en una justicia que no existe en el mundo. Y no entiendo por qué Dios no lo soluciona. Duele a veces su aparente silencio.

Tengo tantas preguntas sin respuesta en medio de mi vida… Cargo con ellas. En el cielo encontraré respuestas. El silencio de Dios me incomoda.

El sacerdote de la película antes mencionada en una escena final se enfrenta a Dios: “Señor, me dolía que estuvieras siempre en silencio”. Y Dios le responde: “No estaba en silencio. Estaba sufriendo contigo. Cuando tú sufres, Yo sufro a tu lado. Estaré a tu lado hasta el final”[2].

Sé que su silencio aparente es presencia. No me deja solo aunque a veces dude. Pero está en silencio cuando sufro. Cargando conmigo el madero.

Una persona rezaba: “Señor, hay muchas cosas que me alteran, que me producen inestabilidad interior. Sé que ante la injusticia dejaste que te apresaran los soldados y no pusiste barreras humanas buscando seguridad. Te dejaste apresar y ese fue el camino. Sé que ante los que te juzgaban injustamente permaneciste callado, sin rebatir la ofensa y ese fue el camino. Sé que corregiste al que te defendió con la espada, y ese fue el camino. Haz que crezca en mí el abandono. Dame fuerzas para vivir desgastándome cada día, valorando mi entrega silenciosa. Dame alegría en el sacrificio, medible en obras de amor. Dame fidelidad en la pobreza, amor en la austeridad, amor en la cruz”.

El silencio de Jesús en su vida se convierte en mi camino. No quiero gritar ante las injusticias. Rebelarme ante las desgracias. Guardo silencio. Me levanto y vuelvo a empezar. No está todo perdido. No vivo quejándome. Siempre de nuevo lucho, sin ira, sin justificaciones.

Lo que Dios no quiere es mi silencio ante el mal, ante la injusticia. No grito ante tanta injusticia. Pero tampoco quiero vivir un silencio culpable. No callo cuando puedo contribuir con mi amor, con mi vida, a que haya más paz y justicia en este mundo. No quiero guardar un silencio cobarde.

Decía Mahatma Gandhi: “Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena”. Mi silencio sí que es culpable cuando puedo hacer algo. No quiero mi huida del que sufre. No quiero cerrar la puerta de mi corazón.

Como decía Jean Vanier: “Ante el sufrimiento la gente se va. No soportan el sufrimiento humano. Uno se encierra en su burbuja. Aproximarse al que sufre se convierte en peligroso. Porque si me hago tu amigo, quizás tenga que quedarme más tiempo contigo. Visitarte más a menudo. El sufrimiento del otro nos molesta”.

¿Qué hago yo por los que sufren? ¿Cómo hago que su dolor sea menor? ¿Qué medios pongo a su servicio?

A veces guardo silencio ante el sufrimiento de los demás. Me incomoda que otros sufran pero prefiero permanecer en mi comodidad. Como siento que no puedo paliar todo el sufrimiento del mundo, no hago nada por aliviar esa parte que sí me toca.

Tengo miedo de cargar con el dolor de otros. Por eso callo y me alejo impotente, confundido, cobarde.

A veces me siento culpable por mis omisiones. Otras veces huyo, dejo de ver el dolor y me alegra que sean otros los que actúan. Mi omisión es ausencia de misericordia. No soporto sufrir y tampoco cargar el sufrimiento de los otros. Prefiero dejar que sufran solos. Prefiero que sufran, pero lejos de mí.

Por eso necesito abrir la puerta al que sufre. Acercarme. Cambiar mi forma de enfrentar la vida. Dejarme tocar por ese dolor incómodo. Comenta el papa Francisco en la motivación para la Cuaresma: “La cuaresma es un tiempo propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él o en ella el rostro de Cristo”.

Este tiempo de conversión me invita a no guardar un silencio culpable ante el sufrimiento, ante la injusticia. No quiero callar ante el que sufre. No quiero permanecer quieto ante lo injusto.

Quiero actuar. Que con mis gestos de amor se manifieste la voz de Jesús en medio del sufrimiento. Que con mi amor calme el dolor de los hombres. Mi silencio culpable no da paz a nadie.

[1] Shusaku Endo, Jaime Fernández, José Fernández, Silencio (Narrativas Históricas)

[2] Shusaku Endo, Jaime Fernández, José Fernández, Silencio (Narrativas Históricas)

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