Si no te gusta una vida estática, rígida, protegida…
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Dios me da muchas oportunidades para poder cambiar. Pero a mí no me gusta cambiar.
En Tierra Santa, en el Santo sepulcro, rige el llamado Status Quo. Hubo muchas tensiones entre católicos, ortodoxos y griegos durante muchos años en cuanto a la propiedad y uso de los santos lugares. Se llegó entonces a un acuerdo firmado el 8 de febrero de 1852. Este acuerdo se conoce con el nombre de Status quo.
El Status quo, especialmente en el Santo Sepulcro, determina la propiedad de los Santos Lugares, y los espacios dentro del santuario, e incluso los horarios, recorridos y el modo de realizarlos. De tal forma que no se puede cambiar absolutamente nada. Esta inmovilidad impresiona.
A veces en mi propia vida parece que he firmado mi propio status quo. Decía Jean Vanier: “¿Quieren quedarse en el status quo de sus vidas? ¿O es que quieren cambiar? ¿Saben por qué mataron a Jesús? Porque Él llamaba al cambio. Y a nadie le gusta cambiar. Queremos quedarnos en nuestro confort. ¿Quiénes quieren cambiar? Los pobres. Porque no pueden aceptar su situación actual. Los que están en un cierto confort tienen miedo de ir más lejos. Porque no saben bien dónde los van a llevar”.
Me da miedo el cambio. Me da miedo perder. Todo lo dejo igual. No quiero que cambie nada. Me asusta dejar de poseer. Sentirme necesitado.
La Cuaresma tiene mucho que ver con mi pobreza, con sentirme pobre. Me cuesta aceptar mi debilidad. Me cuesta desprenderme de todo lo que me ata y pesa. No quiero ser vulnerable. Prefiero el status quo en el que nada se toca y donde yo decido.
Me cuestan esas palabras que escucho en los labios de Dios, de María, de Jesús: “Hágase, he aquí la esclava, aquí estoy para hacer tu voluntad, ábrete”. Me cuesta renunciar a mis planes y deseos. A mi riqueza.
Dice Jean Vanier: “Es bueno dar gracias por nuestras pobrezas”. Aceptar que soy pobre. Sentirme necesitado de otros. Abrirme a un cambio que necesito. Pero me cuesta cambiar. Renunciar. Dejar de tener lo que me da seguridad. Aceptar mi vida en su fragilidad.
¿Qué tengo que cambiar en mi vida para que reine Jesús en mi corazón? No quiero que todo permanezca inamovible. No me gusta una vida estática, rígida, protegida. Estoy dispuesto a dejarme hacer por Dios. “Hágase”, se lo digo a su oído. Estoy dispuesto a que Él mande en mí. Me deshago de mi voluntad orgullosa. De mi ánimo fuerte que quiere controlarlo todo.
Por eso hoy quiero dejar sobre la mesa todas aquellas cosas que me pesan. Vaciar los bolsillos. Echar fuera del alma lo que no me da vida. Y dejar sobre la mesa todo aquello que me ata.
Quiero saber dónde está de verdad el tesoro de mi vida. “Todos tenemos dentro un tesoro. Pero para conseguirlo tienes que abandonar el ajetreo de la mente y las necesidades del ego y entrar en el silencio del corazón”[1].
¿Dónde he puesto mi ganancia verdadera? Quiero saber qué es lo que de verdad me alegra. Y qué es lo que me entristece. Lo que de verdad importa. ¿Dónde pongo mi confianza cada día? ¿En quién tengo fe de verdad? ¿A quién amo con toda el alma?
[1] Elizabeth Gilbert, Come, reza y ama