México se ha convertido en una fosa común: al menos 40.000 personas siguen desaparecidasEl Estado mexicano de Veracruz, uno de los más ricos del país, se encuentra postrado en una espiral de horror que paraliza a todo México: fosas clandestinas van apareciendo, poco a poco, con varios cientos de esqueletos humanos (podrían llegar a 500) víctimas del crimen.
Las fosas clandestinas están muy cerca del puerto de Veracruz, lugar por donde inició la colonización de México por las tropas españolas encabezadas por Hernán Cortés, y uno de los enclaves más importantes del Golfo de México, puerta de entrada de Europa y de los miles de refugiados que llegaron al país a fines del siglo XIX y durante el siglo XX.
Estas fosas, con un número todavía muy poco predecible de cadáveres anónimos, arrojados como bultos de basura por los criminales que se han cebado en esta entidad, con el evidente contubernio de autoridades políticas y policiacas, son una muestra de la dimensión de las desapariciones y ajusticiamientos extrajudiciales que se registran en Veracruz, como también y tristemente en Morelos, Guerrero, Tamaulipas y Coahuila.
México se ha convertido en un enorme cementerio donde las inhumaciones clandestinas y la imposibilidad de identificar a las víctimas, muestran con dolorosa realidad la omisión de las autoridades por investigar a fondo este tema, y la impunidad que rodea al cúmulo de casos denunciados de personas desaparecidas, mismas que se calculan en 40,000 en todo el país actualmente.
En Veracruz, ante la inacción dolosa de la autoridad local, han sido los familiares, agrupados en el Colectivo Solecito, los que buscan y encuentran fosas clandestinas. A la fecha han encontrado 125 cadáveres, de agosto de 2016 a marzo de este año 2017: una verdadera búsqueda, como “las Rastreadoras”, un grupo de madres de familia del Estado de Sinaloa, que han decidido buscar, como “sabuesos”, los restos de sus hijos “desaparecidos”.
La fosa clandestina encontrada en la localidad de Lomas de Santa Fe, fue calificada por el propio fiscal estatal como “la fosa clandestina más grande de México, y probablemente la más grande del mundo”. Su existencia fue notificada a la autoridad ministerial desde octubre pasado, aún en el gobierno de Javier Duarte (hoy en fuga, y acusado de un peculado multimillonario).
Cifras oficiales del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), detallan que, en Veracruz, hasta enero de 2017, se registraron 722 desaparecidos, 524 denunciados ante el fuero común y 198 ante el ministerio público del fuero federal. Cifras del Colectivo Solecito indican que deben ser casi 30 mil los desaparecidos.
En el Estado de Veracruz y en otras partes de México la violencia generada por los carteles de la droga, ayudados por la corrupción y la impunidad, ha cambiado la vida de miles de familias. El caso de las fosas clandestinas en Veracruz, así como el de la desaparición forzada de 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa -el 26 de septiembre de 2014-, de los restos encontrados en la zona Lagunera de Coahuila, las fosas comunes reconocidas por el gobierno de Morelos, son síntomas claros de una crisis humanitaria, condenada a nivel internacional y nacional ante lo que se denuncia constituye un crimen de Estado.
Sin embargo, las noticias de este tipo de fosas y de hallazgos son tan cotidianas que ya son parte del informativo diario que insensibiliza al mexicano y al veracruzano. Ya no es tanto el horror sino el comentario sardónico sobre la brutal impunidad con que se cometen esos crímenes, todos disfrazados como “ajuste de cuentas” entre las bandas de narcotraficantes.
Un nuevo Auschwitz se está observando en Veracruz. Un nuevo episodio de genocidio, por el cual el Estado mexicano tiene, ya, que responder. Y sin retórica ni demagogia. Los cadáveres que afloran día con día son una evidencia brutal de la corrupción que está llevando a México al borde de una catástrofe.