El mejor regalo es inmaterial
Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
Era temprano, pero el calor ya era agobiante. Papá y mamá leían atentos en su computadora un artículo compartido por Twitter por un teólogo que negaba la existencia de Melchor, Gaspar y Baltasar. “No eran ni tres, ni magos, ni reyes”, descubrían entre mate y mate, la mañana del 6 de enero.
Minutos antes habían quitado el pasto y el agua que sus hijos Santiago y Clara habían preparado para poner junto al pesebre y alimentar a los camellos de los Reyes Magos en caso de que pasasen por la casa para dejar regalos. El escenario, sin pensarlo, era triste. Porque representar a unos sujetos que pareciera ni existieron carecía de sentido. En toda esta reflexión, los niños, claro está, dormían.
Santiago fue el primero en despertar. Sus pasos fueron sigilosos. Se asomó a la puerta del living de a poquito, como temiendo encontrarse aún con los Reyes. A sus cuatro años, dicho encuentro sería más tenebroso que alegre. Consciente, asomó sus ojos, luego su rostro entero, y al confirmar que allí no había seres venidos de Oriente, ingresó en la sala.
“Hola papá, hola mamá”, alcanzó educado a decir. “Hola, hijo”, le respondieron. En los siguientes dos segundos sus pestañas se alzaron, sus párpados desaparecieron, sus pupilas se dilataron, su boca se abrió, sus dientes relucieron, su lengua se erigió, y sus cuerdas vocales dejaron salir una expresión de gozo que retumbó tanto en las paredes que despertó a Clara, de año y medio. “¡Vinieron!”, gritó.
Junto a sus zapatos azules de goma se apoyaban dos paquetes. Junto a los zapatitos rosa de su hermana, otros dos. “Vení, Clari”, pidió desesperado. No quería abrirlos sin que su hermana estuviera, o acaso estaba tan ansioso por ver qué le habían traído los reyes a él como por ver qué le habían traído a su hermana.
Clari llegó, y se agachó junto a él, como para imitar lo que él hacía. Su alegría tenía más que ver con la alegría de su hermano que con la aparente visita en la noche de los Reyes Magos.
Fueron abriendo los paquetes, y se encontraron con dos regalos cada uno que, probablemente, en términos económicos, no equivalían si quiera a una cajita feliz del restaurante de comidas rápidas más conocido del mundo. La sorpresa, sin embargo, era mayúscula. La alegría inmensurable. “Guau”, gritó Clara, esta vez sí comprendiendo por qué gritaba.
Entre tanto juego, Santiago empezó a revolotear los ojos para todos lados. Junto a los zapatos de papá y las sandalias de mamá no había paquete alguno. “Papá, ¿y el regalo para ustedes?, ¿Los reyes no les trajeron nada?”, interrogó.
Lo lógico en situaciones así es que papá y mamá busquen cambiar de tema, y eso intentaron. Pero Santiago siguió fijo, esperando la explicación. La duda no era menor, era existencial. “¿Es que acaso papá y mamá no se portaron bien? ¿Se olvidaron de escribir la carta?”, parece que pensaba. “¿Ya no creemos más en los reyes?”, pensaron ellos…
En esos tensos segundos, los más tensos de la familia en lo que iba del año, Clara exclamó un “Mirá, Santi”, e hizo que Santiago olvidará la inquisición a la que había sometido a sus padres. Ellos respiraron aliviados y se agacharon a jugar con los niños.
Jugaron durante 10 minutos con ellos, con unos guantes para baño que servían para representar una obra de títeres, a escasos centímetros del pesebre. Nunca en todo el tiempo de Adviento y Navidad la familia se había puesto a jugar tan cerca del Belén, que lamentablemente ya tocaría desarmar.
Fue un bello momento de oración, con ocasionales agradecimientos de los niños a los Reyes Magos; sin pensarlo, la familia emulaba la misma escena que el Pesebre había mostrado durante varias semanas.
Al volver sobre la computadora para cerrar esa página que los había instruido en la teología, vieron otro tuit, esta vez del papa Francisco. “Como los Magos, también nosotros caminamos atentos, incansables y valerosos para encontrar a Dios que ha nacido por nosotros”, escribía Francisco.
Gracias a los niños y al Papa los padres pudieron entender y celebrar una de las fiestas cristianas más bellas del año, la Epifanía, o como se celebra en casa, la fiesta de los Reyes Magos. Y ese fue el mejor regalo que les dejaron los Reyes este año.