Ser capaz de recoger la alegría de cada momento es un verdadero arteDisfrutar de las pequeñas alegrías de la vida es una fuente de alegría. Un paseo. Un abrazo. Una palabra agradable. Una película. Un buen partido. Un tiempo de silencio. Un día mirando paisajes. Una conversación honda y fácil. Un día de compras. Unas risas sobre cualquier tema.
Una conversación profunda. Un intercambio enriquecedor. Unas palabras de aliento. Un “te quiero”. Un “siempre estoy contigo”. Un “te comprendo”. Un “para siempre”. Un día de no hacer nada. Una tarde de juegos. Una excursión a cualquier parte. Una mirada sincera.
¿Cuáles son esas pequeñas alegrías de mi vida? ¿Las cultivo para llenar el alma de paz? Decía el padre José Kentenich: “En este tiempo tan pobre de alegrías sería una tarea importante: gozar de las ‘gotitas de miel’, de las pequeñas alegrías donde Dios se nos ofrece. Es el arte de alegrarse, el arte de educar a los demás en la alegría”[1].
Pienso en tantas pequeñas alegrías que hay en mi vida. Tengo muchas. A veces no les doy importancia y sigo el camino. Corro el peligro de quedarme en lo que me falta. Detenerme en lo que no funciona. Llorar tras una derrota. Lamentar lo que ya no existe. Y no disfrutar de lo que tengo.
A veces no sé alegrarme aquí y ahora. En un presente continuo que me da vida y esperanza. Ser capaz de recoger la alegría de cada momento es un verdadero arte. Vivir en presente. Saborear las cosas sencillas de la vida.
Una vez un hombre postrado en cama a causa de una enfermedad incurable le decía a su esposa: “Perdóname. Porque no puedo darte todas esas cosas que te hacen feliz. Un paseo por el campo, un viaje romántico, una ida a un lugar precioso. No puedo moverme de esta cama. Y tú sólo puedes curarme. Perdóname”.
Y su esposa le dijo conmovida: “No necesito paseos maravillosos, ni conocer lugares increíbles. No necesito lugares románticos, ni aventuras inolvidables. Para mí, el plan más duro, más triste, más complicado es toda una aventura si estás tú, es el más maravilloso y vivirlo contigo es el mayor tesoro. Y el plan más maravilloso sin ti, no merece la pena. Te lo aseguro. No lo cambio por nada. Puedo estar contigo. Puedo cuidarte. Eso me basta”.
Me impresionó oír esas palabras. A veces deseamos viajes impresionantes. Ir a lugares mágicos. Recorrer rutas increíbles. Y pensamos que haciéndolo seremos más felices. Pero luego nos frustramos.
Aun en los lugares más impresionantes, la capacidad de ser felices y hacer felices a los otros está en mis manos. Puedo aprovecharla o puedo desaprovecharla.
¿Cuáles son mis rutinas sagradas? ¿Cómo son esos momentos en los que bebo el agua de la alegría? Esas cosas sencillas que son tan importantes en la vida familiar. Las rutinas familiares que se llenan de vida.
Decía el papa Francisco en Amoris Laetitia: “A los matrimonios jóvenes también hay que estimularlos a crear una rutina propia, que brinda una sana sensación de estabilidad y de seguridad, y que se construye con una serie de rituales cotidianos compartidos. Es bueno darse siempre un beso por la mañana, bendecirse todas las noches, esperar al otro y recibirlo cuando llega, tener alguna salida juntos, compartir tareas domésticas. Pero al mismo tiempo es bueno cortar la rutina con la fiesta, no perder la capacidad de celebrar en familia, de alegrarse y de festejar las experiencias lindas. Necesitan sorprenderse juntos por los dones de Dios y alimentar juntos el entusiasmo por vivir. Cuando se sabe celebrar, esta capacidad renueva la energía del amor, lo libera de la monotonía, y llena de color y de esperanza la rutina diaria”.
Se trata de vivir con ilusión la rutina. Y de aprender a celebrar con alegría las fiestas de la vida. Disfrutar el momento. Aprender a reír juntos. Las fiestas especiales. La rutina llena de vida.
[1] J. Kentenich, Vivir con alegría