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Cuando rezaba por las vocaciones, no quería decir que Dios pudiera tener a mi hija

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Matt Wenke - publicado el 20/11/16
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Los pensamientos de un papá cuando su hija entró en un convento PasionistaSi las hijas de otros hombres manifestaran interés por entrar en un convento de clausura, yo no lo habría puesto en duda en absoluto. Habría sido respetuoso con su elección y me habría alegrado sinceramente por ellas. Sin duda habría pensado cosas como: “¡Una vocación tan noble y hermosa!”, o “¡Una vida plena con un propósito divino!”.

Pero cuando supe del interés de mi propia hija por la clausura, mi pensamiento inmediato fue, “Cielos, espero que tenga vacaciones… ¿con cuánta frecuencia podrá venir a casa a vernos?”. 

¿No es un poco triste que mi primer pensamiento no fuera por el bienestar espiritual de Nora y la satisfacción de su vocación? Mi primera reacción fue que echaría de menos la presencia de mi hija en casa y su encantadora y dulce compañía.

Me asaltaron estos pensamientos porque sabía algunas cosas de la clausura. Había leído la autobiografía de santa Teresa de Lisieux, Historia de un alma, donde describe su entrada en el claustro y la necesidad de despedirse de sus apesadumbrados padre y hermana Celine.

Lo paso fatal en las despedidas.

Fui testigo de la seguridad y serenidad espiritual de Nora con su elección vocacional tras su primera visita de discernimiento, durante una semana, con las monjas pasionistas, entre noviembre y diciembre de 2014; y luego durante su aspirantado de tres meses, de febrero a mayo de 2014. He estado temiendo la llegada del adiós a mi única hija.

En ese periodo, mientras esperaba y rezaba, me preguntaba a mí mismo: ¿Debería intentar convencerla para que se quedara? ¿Jugar la carta de la ‘culpabilidad’ para que se preocupara por mi dolor y mi tristeza…? Reflexionaba sobre el egoísmo de todo esto, y sobre la manipulación y el abuso de poder y de dinámicas de control que habría supuesto. Pensé en la culpa que yo mismo sentiría al mirar a mi hija atrapada por mi egoísmo…

¡El pensamiento me horrorizó! Yo mismo me había planteado el camino de la vida religiosa, así que ¿cómo me habría sentido si alguien me hubiera chantajeado emocionalmente, evitando así que eligiera libremente mi vocación y mi estilo de vida? Sé que habría quedado resentido contra esa persona y que me habría dolido no haber respondido a la sugerente llamada de nuestro amante Señor.

Y miraba a mi hija: un alma pura. Una joven profundamente espiritual con deseos de discernir libremente la llamada de Dios. Siente deseos de cumplir la Voluntad de Dios en ella, ese deseo por el que recé para mí y para todos mis hijos (…). Para ser seguidores auténticos, tenemos que estar abiertos a todas las opciones, no solo para nosotros mismos, sino también para todos nuestros seres queridos.

Cuando Nora volvió a casa de su aspirantado de tres meses en Kentucky, nunca volvió por completo. Su cuerpo estaba en casa, pero su espíritu pertenecía ahora a un claustro de Kentucky. Nos seguía queriendo igual y se “ajustó” a estar en casa. Sin embargo, después de un día o dos me recordó que esta “ya no era su vida”. Me lo aseguró diciéndome: “Ya no tengo una vida aquí; necesito acercarme a la labor de Dios para mí, y eso ya no lo puedo encontrar aquí”. No lo dijo de mala forma, simplemente estaba constatando un hecho.

Sus palabras me aturdieron y, lo admito, me dolieron. Pero en mi interior sabía que eran ciertas. Empecé a prepararme para una despedida más definitiva que tendría lugar a finales de julio, cuando Nora empezaría su postulantado de un año.

Después de ese periodo, si aún sentía la vocación de la clausura, nunca volvería a su hogar en Olean, Nueva York.

Las palabras de Nora me recordaron a las que dijo Jesús a María y José cuando lo encontraron en el templo: “¿No sabéis que tengo que estar en la casa de mi Padre?”. Sin duda sus palabras les hicieron un poco de daño, pero tenían que “conocer” la profunda verdad espiritual que tenían. Como Jesús, Nora siguió obedientemente el plan de estar con nosotros hasta finales de julio.

Pero su decisión ya era manifiesta. Esta visita era temporal y no debíamos llevarnos a error.

Desde mayo hasta el 26 de julio, cuando volvimos a Kentucky, recé por el valor y la fe y el amor de dejar marchar a mi hija (…), para devolver a Dios a la hija que nos había dado en préstamo durante casi 19 años. Mi única hija. Dios ofreció a Su Hijo por mí. ¿Sería capaz yo de volver a depositar a mi preciosa Nora en Sus brazos?

No voy a mentir (…). Lloré y lloré innumerables veces mientras miraba a mi querida hija rezando el rosario junto a mí todas las noches. Las lágrimas me asaltaban cuando la miraba desde el otro lado de la habitación en la oración matinal o durante nuestra lectura del Ángelus, muchos días a mediodía. Memoricé el sonido de su voz y me concentré intensamente en el hecho de que, de noche, dormía a salvo en su propia habitación, bajo mi techo.

Ni un solo día de su visita de dos meses minusvaloré su presencia (…). Atesoré todo el tiempo que tuve con mi hija.

Dediqué mucho tiempo a reflexionar sobre el estilo de vida contemplativa. Aunque aún temía despedirme de Nora, podía comprender su entusiasmo y su alegría, e incluso la envidiaba durante los ruidosos momentos de caos en el hogar o en el trabajo. Conjeturé que alguna parte espiritual de mí se uniría a ella en su nuevo hogar y que sus oraciones en el claustro se unirían a las nuestras en casa o en misa. “Querido Dios”, rezaba, “ayúdanos a vivir con valor, consuelo y amor profundo”.

Bueno, pues llegó el 27 de julio. La lectura del Evangelio era perfecta para el día: sobre encontrar las perlas finas y comprar el terreno tras vender todo lo que tenemos para poder poseer el tesoro. ¡Nora había encontrado su amor por el Señor y su deseo de darlo todo por Él y ser una posesión total de Él!

Mi hija es un tesoro particular (…), esta “perla” se unirá al collar de perlas finas [en esta comunidad pasionista de clausura]. Cada perla es única; ninguna es más hermosa que las demás. Todas contribuyen a la plenitud del collar.

Contemplé aquella lectura y observé con alegría y asombro y maravilla la radiante dicha de Nora al regresar al claustro. Nada malo podía ser la causa de aquel visible gozo y paz y éxtasis que parecía estar experimentando.

Yo también recé más y más para llenarme de valor y alegría.

Y adivinad qué, ¡Dios me los concedió! Estaba estupefacto la mañana de la entrada de Nora; su alegría y su amor eran contagiosos. No podía pensar en mí mismo. Solo podía pensar en la decisión de mi hija, gozosa, desinteresada, pura y libre, de entrar en la vida religiosa y entregarse por completo a Dios.

¿Qué hay de triste en eso? ¡Nada! Nora entró en su claustro con mi sonrisa y mi bendición, y yo glorifico a Dios por llamar a mi querida hija. Ella Le pertenece. ¡Al igual que tú y que yo mismo!

¿Y qué hay de ti? ¿Estás en discernimiento? ¿Tienes alguna hija/nieta o ser querido que se plantee abrazar una vocación religiosa?

Si es así, ¿les estás animando a que tomen una decisión libre o sólo proteges tus propios sentimientos, temiendo el sacrificio?

Te desafío a que lo abandones todo. Las palabras frecuentes de mi esposa siguen resonando en mi cabeza: “¡A Dios no se le supera en generosidad!”.

No te avergüences de tu tristeza, tu fragilidad o tu dolor. Son sentimientos normales, ya que tenemos toda una vida de amor para nuestras hijas, nietas, hermanas y amigas. Celebra ese amor, pero no lo arruines permitiendo que cree un obstáculo para su libertad.

Reza por la valentía y el amor y la generosidad. Los necesitarás. Según nos recordaba nuestro párroco, no estamos renunciando a una hija, sino aprendiendo a abrazarla de una nueva forma.

No te prives de una oportunidad para hacer un sacrificio. No prives a Dios de su amada esposa, de tu amor.

Confía en que rezaré por ti, ya seas una monja aspirante o un familiar. Que Dios os bendiga a todos. Que la Voluntad de Dios se cumpla en y por todos nosotros, pues únicamente a través de la conformidad con la Voluntad de Dios conoceremos la paz y el amor y la satisfacción en esta vida y en la próxima.

Matthew R. Wenke escribió este texto una semana después de que su hija Nora empezara su postulantado con las monjas pasionistas del St. Joseph’s Monastery en Whitesville, Kentucky. Su hija vistió el hábito de pasionista en agosto de 2015 y ahora se la conoce como sor Frances Marie del Corazón Eucarístico de Jesús. Esta pieza se publicó originalmente en 2014 en el sitio web Passionistnuns.org, y ha sido utilizada aquí con su autorización.

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