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Repartir la herencia: la “piedra de toque” de muchas familias

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Patricia Navas - publicado el 12/10/16
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La clave: intentar rebajar la tensión con comunicación transparente, comprensión, paciencia y esfuerzo Hoy hace tres meses que falleció mi madre. Ella ya está en el cielo, con mi padre. Y yo estoy en esta tierra, debatiéndome con mis límites, preocupada por qué comeré, cómo cumpliré con las citas de mi agenda y… cómo repartiremos la herencia con mis hermanos.

El pasado fin de semana, una persona importante para mí me preguntó, al saludarme, cómo llevaba el duelo. Me dejó descolocada. La muerte sigue siendo un tabú, nadie comenta. En algunos momentos incluso yo misma prescindo de lo que ha pasado, hasta que mi subconsciente me lo recuerda con algún sueño… Sí, la primera dificultad al repartir la herencia es la tormenta emocional que estamos viviendo cada uno de los hermanos, al menos en nuestro caso.

Las leyes suelen dejar unos meses de margen para arreglar los papeles, aunque no hay que confiarse, porque no liquidar los impuestos a tiempo te puede costar caro. Pero mejor dejar pasar un tiempo para abordar la repartición cuando no estemos tan sensibles asimilando la muerte de esa persona tan querida.

cementerio

pixabay

La serenidad siempre ayudará al hablar de dinero o de las aspiraciones –quizás enfrentadas– de cada sucesor en referencia, por ejemplo, a la casa que guarda los recuerdos de toda la familia.

En estas conversaciones de temas ya de por sí poco agradables, el desconocimiento de lo que se está tratando –números, normas, cuestiones patrimoniales, ¿secretos quizás?– dificulta el entendimiento y favorece la inseguridad.

Si a ello le añades la confianza que suele darse en el trato entre hermanos, el cocktail puede ser explosivo.


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Y cuando acusas el cansancio por la tensión fraterna, entran… ¡los cuñados! Los sentimientos –vale, sentimentalismo, ¡a veces!– en cuya trascendencia a la hora de decidir todos los ligados por la consanguinidad estaban de acuerdo, tienen un peso diferente para ellos.

Además los cuñados miran por su familia, que a veces consideran que no incluye la tuya, aunque para ti tus padres y hermanos sí son tu familia. Quizás tú estás dispuesto a renunciar a algo por un hermano, pero tu pareja no…



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En algunos momentos, puede que apetezca más renunciar y dejarle los bienes al vecino. Y que se los coma. Pero en estos casos  mejor actuar de manera racional y responsable. Son decisiones importantes para toda la vida y para varias personas.

Había oído que repartir herencias no es fácil. La sabiduría popular lo recoge con un sabio refrán: “Del partir las tierrecillas, nacen las mil rencillas”.

Calma. Intentemos rebajar la tensión con comunicación transparente, comprensión, paciencia y esfuerzo – pienso –, adaptándonos los unos a los otros: el que de por sí sea insistente, que modere sus ansias; el que tiende al pasotismo, tómese un poco de interés. Parece que vamos avanzando, se van acordando cosas.

Lo que establece la ley puede ayudar, quizás como una referencia de mínimos, pero quisiera ir más allá buscando honestamente la justicia, teniendo en cuenta las circunstancias de cada uno de los herederos y dando preferencia a quien pueda tener una mayor necesidad de los bienes materiales de sus padres.

Como siempre, dificulta las cosas el instinto de poder y de valer, que en este caso está arraigado bastante profundamente en los derechos de la sangre. Y sobre todo, el dinero.



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Las herencias también provocan discordias en ONG’s sin afán de lucro  e instituciones de lo más respetables, y ahí seguro que no es cuestión de sangre, sino netamente de dinero.

En realidad, la repartición de una herencia no está tan lejos de cualquier otra negociación o quehacer humano. Por eso quiero aplicar las máximas de siempre: piensa en el bien de todos en lugar de únicamente en el tuyo propio, mejor que exigir derechos muestra generosidad, y… ¡confía!

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