Gregorio XIII decidió enmendar, tanto como fuese posible, ciertas incomodidades que el calendario Juliano introducía en la celebración de los días santosEl calendario Juliano procuraba ajustar el tiempo cronológico al tiempo cosmológico, de modo que ciertas festividades coincidieran con momentos astronómicos determinados (equinoccios y solsticios, principalmente), recuperando la tradición egipcia que dividía el año en doce meses.
De acuerdo al calendario juliano (el que implantaría Julio César en el imperio romano en el año 46 AC), un año comprendía 365 días y seis horas (el tiempo que le toma al planeta completar su movimiento de traslación orbitando alrededor del sol).
Pero un fallo en el cálculo de los decimales condujo a un desajuste de once minutos, que obligaba a introducir un año bisiesto cada cuatro años, añadiendo un día extra, entre el 24 y el 25 de febrero, en los años que fuesen divisibles por cuatro. Si suena complicado, es porque lo es. Y precisamente por eso, en 1582, el papa Gregorio XIII introdujo una serie de modificaciones.
El problema del calendario juliano consiste, básicamente, en que la medición desfasa las estaciones del año, y en consecuencia las festividades litúrgicas siempre se celebraban más tarde.
Algunos intentos para fijar las celebraciones litúrgicas en una época del año ya se habían fijado incluso en el Concilio de Nicea, que había determinado con qué evento astronómico se debía hacer coincidir la celebración de la Pascua, por ejemplo.
Así, el papa Gregorio XIII ordenó a una comisión científica, compuesta por el cronologista italiano Luis Lilio, el jesuita Christophorus Clavius, el cosmógrafo Ignazio Danti y el matemático hispano Pedro Chacón, la creación del calendario que hoy utilizamos y que, por razones obvias, llamamos “Gregoriano”, que fijase el Equinoccio de Primavera del Hemisferio Norte el día 21 de marzo, y no el 11, como ya sucedía a inicios del siglo XVI, según se lee en esta excepcional nota publicada en el ABC de España.
La comisión, así, modificó el calendario juliano, manteniendo los años bisiestos cuyas dos últimas cifras fueran divisibles por cuatro, pero a la vez eliminando aquellos que fuesen coincidentes con cada centenario, y aquellos que se pudieran dividir por 400.
No es menos complejo que el calendario juliano pero, en resumen, el gregoriano fija 97 años bisiestos de 400, mientras que el de Julio César contaba 100.
Apenas cambiado el calendario, el 4 de octubre de 1582 se convirtió en el 15 de octubre de 1582 (en ese mismo día) y diez días desaparecieron súbitamente: los países que habían adoptado el calendario pasaron del 4 de octubre al 15, en una sola noche.
Eso explica, por ejemplo, por qué santa Teresa de Ávila, quien murió en Alba de Tormes el 4 de octubre de ese mismo año, fue enterrada el día 15. Es decir, apenas 24 horas después de fallecida, justo el día del cambio del calendario juliano al gregoriano.